¿Problemas?

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PoV Ingrid

Erin se había quedado embobado mirando el coche de mis padres. No me extrañaba, era un Mercedes negro, sin una ralladura, golpe, suciedad, estaba siempre impecable. Pasé a su lado para entrar en el coche, cuando me giré hacia él.

-Buenas noches, Erin.

Le sonreí como nunca antes había hecho. Estaba realmente feliz, hacía mucho tiempo que no salía de casa a divertirme. Sí, teóricamente había sido para hacer un trabajo, pero me lo había pasado bastante bien.

-¿Cómo ha ido el trabajo?

-Mmm, creo que bien. Nos hemos estado organizando, decidiendo qué cosas podemos hacer por nuestra cuenta, qué cosas es mejor hacer en grupo...Creo que si seguimos así podemos hacer un buen trabajo, además, había pensado que algún día podríamos quedar en casa, si no te parece mal.

-¿De quién es esa sudadera?

Su pregunta me dejó un poco perpleja, ¿qué más daba eso?

-De Erin, era el que estaba conmigo esperando.

Se hizo un silencio incómodo en el coche. El barrio no era especialmente grande, y a la gente le gustaba hablar de las desgracias ajenas. Era por todos sabidos que su madre ya no estaba entre nosotros y durante un tiempo, al no saber la causa, se dijo de todo.

-Sí, pueden venirse algún día.

-Gracias.

Subimos hasta casa y dejé las cosas en mi cuarto. Colgué la sudadera que me había prestado Erin en mi armario, en casa se estaba bastante bien con lo que llevaba. Encendí el móvil y vi varios mensajes. Mensaje de Carol, preguntándome por mis planes de fin de semana, no le contesté, quería tener tiempo después de la cena y contarle lo de hoy; mensaje de Kenzo por el grupo de "Historia :C" preguntando cómo había quedado organizado al final; mensaje de ¿Logan? "Ingrid. Perdona por no haber podido ir hoy, me surgió una cosa...y me fue imposible. Haré lo que sea para compensaros." Realmente me había molestado un poco que no viniese a hacer el trabajo, pero bueno, por una vez no pasaba nada, ¿no? "No te preocupes, nos hemos organizado bien aunque no estuvieses, luego concretamos por el grupo lo que hemos hecho J" Dejé el teléfono en la cama y bajé a cenar. Había cuatro platos en la mesa, algo empezó a chirriar en mi cerebro, hasta que unas manos congeladas me tocaron la cara.

-Cuanto tiempo, Ingrid, qué ganas tenía de verte, ¿adivinas quién soy?- no me hacía falta escuchar su voz para saber quién era.

-Ash.

Me giró y me dio dos besos, como si hiciese años que no nos veíamos. ¿Qué hacía Ashley aquí? ¿Se iba a quedar todo el fin de semana? Nos sentamos en la mesa, una al lado de la otra, con nuestros padres justo en frente, y una vez abrió la boca, ya no paró. Estaba claro que era la hija favorita. Los ojos de mis padres hacían chirivías con lo que contaba, conmigo raras veces hablaban en las comidas. Ashley había estudiado lo mismo que papá, y llevaba ya un par de años trabajando eficientemente, supongo que era normal esa reacción. Por mi parte, tenía cierta envidia mezclada con suma admiración, cosa que nunca le admitiría.

Iba a ser un fin de semana muy largo.

Ashley se quedó en su antiguo cuarto. Este era tan solo un poco más grande que el mío, y meticulosamente ordenado y blanco resplandeciente. Algunos libros cubrían las estanterías y quedaban un par de fotos rezagadas que nunca quitaría de la habitación, por lo demás, podría parecer un nuevo cuarto de invitados totalmente anónimo.

Me tumbé en mi cama ya con el pijama puesto y desde su comodidad, decidí responder los mensajes, hasta que caía rendida.

Cuando pensé que el fin de semana se me haría largo, nunca me imaginé cuánto. Mi baño preferido (el que tenía la bañera) siempre ocupado, mis dulces empezaron a desaparecer como por arte de magia, parecía que el llamar a la puerta no existía en la ciudad nueva que vivía, ni tan poco el pedir prestadas las cosas. Nunca me había alegrado tanto de que llegase el lunes como esta vez.

La despedí en la puerta. Papá ese día tenía una operación urgente, y mamá ya se había despedido de ella y hacía la cena.

-Ayúdame con las cosas, que pareces un pasmarote ahí plantada.

Me dieron ganas de cerrarle la puerta en las narices, y durante un segundo me lo pensé, pero una mirada suya de cansancio me sacó mi lado compasivo. Qué podía hacer. Cargué un par de bolsas y las llevé al maletero.

-Quita esa bolsa. –me ordenó.

-¿No puedes hacerlo tú? Ya has dejado las cosas en el suelo.-me quejé.

-Tú hazlo.

Suspiré, pero dejé las bolsas en la acera y saqué del maletero aquella dichosa bolsa. Ashley se puso a guardar maletas, bolsas, bolsos, de todo en su coche, hasta que cerró la puerta y me dejó con cara de idiota con la bolsa en la mano. Pasó a mi lado, revolviéndome el pelo, cosa que se podía permitir por ser más alta que yo, y me susurró: "es un regalo, por las molestias". Antes de que me hubiese dado tiempo a abrirlo, ya se había ido. Dentro de la bolsa, mal envuelta, había una pelota de baseball firmada por el mismísimo Barry Bonds. A veces había que quererla.

La alarma parecía que sonaba aún más estridente que otros días. Me preparé como siempre y antes de irnos recogí la sudadera que me había prestado Erin. Hoy había llegado quince minutos antes y había poca gente en clase. Pasé entre las mesas, con la sudadera en la mano, dispuesta a que no se me olvidase en el fondo de la mochila, hasta que la enganché con algo. Por favor, que no se haya roto, Erin me matará. Me giré y lo que vi fue a una chica rubia que me miraba inquisitivamente, con sus cejas alzadas, una mueca de asco mal disimulada en su boca y una mano aferrando fuertemente la capucha.

-¿Qué haces tú con esto?
-¿Eh?

-¿Qué qué haces con esto? ¿Eres sorda o solo imbécil?

-Y tú, ¿eres solo una payasa o es que te gusta montar el espectáculo?-dijo una voz a mis espaldas.

Una chica de más o menos mi altura y pelo corto se puso a mi lado. Si las miradas matasen, ese día estaríamos todos en comisaría declarando como testigos. Lexie soltó la capucha de la sudadera y se giró moviendo su pelo hasta darnos la espalda.

-Gracias, yo...

-Soy María, de nada. –me cortó.-La próxima vez, contéstale, se lo merece.

-Me he quedado tan en shock que no sabía ni que decirle, es la primera vez que me pasa algo así. –le confesé en voz baja. Ella se rió.

-La vida es así, por cierto, ¿de quién es la sudadera? Para que se haya puesto así...no hay muchas opciones que hagan saltar a la tigresa.

-Es de Erin. Nunca pensé que alguien se pondría así por algo tan tonto como esto.

-¡Erin! Estaba claro –se dio con la mano en la frente y puso los ojos en blanco. –No sabía que eras amiga de Erin, yo también, le conozco desde que éramos así de pequeños –señaló una altura un poco por debajo de las rodillas.- ¿Sabes qué se me ha ocurrido?-Negué lentamente con la cabeza, hablar con ella era muy emocionante y a la vez muy fácil.-Podrías darme tu número, así podríamos hablar más y...¡tachán!

No sabía cómo, pero habíamos ido caminando lentamente hasta su mesa. Un grupo de chicas hablaban animadamente. Me las presentó y todas me saludaron con una sonrisa. Sara, Enma, Irina, Heidi, Grace. Intentaría acordarme de sus nombres. Quedaban algo menos de cinco minutos para que tocase el timbre y decidí irme a mi sitio, después de haber estado hablando con las chicas. Erin acababa de llegar.

-Buenos días, Erin. Muchísimas gracias por la sudadera.

Le sonreí ampliamente, quitando la discusión del principio, hoy parecía un buen día. Le tendí la sudadera por encima de la mesa. Nuestros dedos se rozaron mientras la agarraba, y no pude evitar pensar que si Lexie había visto eso, estaría siendo carcomida por la envidia mientras ideaba un plan para matarme.

-No hay de qué. –achinó los ojos mientras sonreía, y un intento de hoyuelo se instaló en su mejilla izquierda.

DestinyOnde histórias criam vida. Descubra agora