La encerrona

36 1 3
                                    

PoV Erin

Logan se pasó todo el fin de semana hablándome de sus planes de conquista. La verdad era que no entendía cómo se había podido pillar por Ingrid y más a esa velocidad. Además, ¡apenas hablaban! Él me aseguró que en los descansos entre clases bromeaban bastante y que no era el primer año que coincidían en las listas. Como fuere, me suplicó que le ayudara, aunque yo no tenía ni idea de cómo hacer tal cosa. Le aconsejé que intentara hablar más con ella sobre cosas que les interesaran a los dos y que le mostrara sus cualidades, que no eran pocas. También tendría la opción de acercarse a través del trabajo grupal. Sonreí. Puede que nos viniera bien su flechazo, seguramente sería la única vez que se currara una tarea de historia.

El lunes empezó la partida. Las no sutilezas de Logan me fascinaron y más todavía porque Ingrid no pilló ninguna. Durante el trayecto a casa, y tras despedirnos del decepcionado Romeo, María y yo decidimos ralentizar la marcha. Sabía que quería hablarme de algo. Le dijo a Aiden que se adelantara y que preparara la comida. Mi hermano se dispuso a replicar, pero ella le aseguró que si se negaba, le contaría a una tal Clara su pequeño secretillo. Aiden se puso rojo y se marchó, no sin antes fulminarla con la mirada.

− Tu hermano es un encanto.

− ¿Cuál de ellos?

A pesar de que sabía lo que iba a hacer, no esquivé el puñetazo. Sonreí ante su ceño fruncido, mientras me frotaba el brazo como si esa acción redujera la punzada de dolor. Empezamos a andar otra vez.

− ¿Se puede saber qué le pasaba a Logan hoy?

− Ni que no lo supieras ya.

Ella me sacó la lengua.

− Intentaba ser discreta y no meterme dónde no me llamaban, pero menuda demostración de pesca de arrastre.

Solté una carcajada. Siempre me había gustado cómo se expresaba y los aspavientos con los que sus manos acompañaban a las palabras.

− Déjalo, mujer, el chico está enamorado.

− ¡Qué enamorado ni qué leches, si apenas la conoce! −replicó− Lo que le pasa es que está en la edad de los calentones fáciles, como todo los tíos.

Me paré y sujeté mi pecho con gesto dramático.

− No puede ser, ahora entiendo los calores que me entran al mirar a...

− Como digas Lexie, la tenemos –me advirtió mientras emprendíamos de nuevo la marcha.

− No iba a decir Lexie. Y menuda fijación tienes con la pobre chavala.

María me miró con el semblante serio.

− ¿Ingrid no te ha contado lo que ha pasado esta mañana?

− No –contesté, extrañado−, ¿qué ha pasado?

− Casi le salta a la yugular por llevar tu sudadera.

Solté un bufido.

− ¡Anda ya! −exclamé− Eso es absurdo. Además, ¿qué tiene que ver la sudadera?

María posó su mano en mi hombro y negó con la cabeza, claramente decepcionada.

− Erin, cielo, no me puedo creer que tenga que volver a tener esta conversación contigo –dijo en tono condescendiente−. Cuando superaste tu peor etapa de adolescencia... (sí, hijo, sí, la tuviste)... las chicas de clase empezaron a catalogarte como Cañón, Macizorro o Bombonazo. Así que ahora estás en el top 3 de los tíos más atractivos del curso. Enhorabuena.

No supe ni qué responder a eso. ¡Luego nos llamaban a nosotros superficiales!

− ¿Y qué tiene que ver con Lexie o con la sudadera?

DestinyWhere stories live. Discover now