La quedada inesperada

27 1 2
                                    

PoV Erin

Salí de la ducha y volví al vestuario. Notaba cómo el agua tibia había conseguido relajar mi cuerpo. Después de entrenar dos horas seguidas, los músculos se resentían. Viktor palmeó mi hombro al pasar por detrás.

− Nos vemos el lunes –dijo.

− Hasta luego.

Solo quedábamos unos pocos chicos, la mayoría se habían ido. Me enfundé los vaqueros y me puse las zapatillas. Las examiné con los ojos. Estaban bastante gastadas, pronto tocaría cambiarlas. Al ir a buscar la camiseta, la luz parpadeante del móvil me informó de que me habían enviado un mensaje. La curiosidad me pudo y eché un vistazo. No pude ni describir la sorpresa al comprobar que era de Ingrid. Me preguntaba si quería ir a echar unas canastas a las pistas del parque. ¿Baloncesto? ¿Ingrid? ¡El mundo se había vuelto loco! Y, ¿por qué me lo decía a mí? A lo mejor Logan le había dicho que no podía... En ese momento recordé que aquella tarde no había nadie disponible y el único que no había dicho nada era yo. Seguí mirando el mensaje. Acababa de salir de entrenar y no me apetecía demasiado jugar en serio, pero si solo quería echar unas canastas supuse que no habría problema. Además, últimamente me divertía con Ingrid. Era una chica interesante y podría echarle un cable a Logan. Le dije que en diez minutos estaba en el sitio. Guardé el móvil a toda prisa y me puse la camiseta. Aún debía pasar por casa para dejar las cosas y coger el balón.

Al final me retrasé cinco minutos. Ingrid me esperaba sentada sentada en un banco, levantando la vista de vez en cuando del teléfono para comprobar si llegaba.

− ¿Qué pasa? ¿Logan no es lo suficientemente buen profesor?

Sonrió al verme.

− Lo cierto es que vengo a enseñarte lo que he aprendido.

Le lancé el balón, devolviéndole el gesto.

− Pues no se hable más.

Tuvimos suerte de que las pistas estuvieran vacías. El hombre del tiempo había prometido tormenta, pero no había caído ni una gota a pesar de lo encapotado que estaba el cielo. Aun así, la gente parecía haber optado por una tarde de películas y mantas.

Ingrid lanzó desde la zona de tiros libres. El balón tocó el aro, pero salió disparado hacia fuera. Me dejó sorprendido. La dirección era buena y la postura de su cuerpo casi perfecta. Al final no iba a ser tan torpe. Recogí el balón y llegué botándolo hasta ella.

− Me has impresionado –comenté.

Ella me miró con suficiencia.

− ¿Qué te esperabas?

Me coloqué, boté una vez y lancé. La pelota se coló limpiamente por el aro.

− Que no subiera más que nuestras cabezas –le piqué.

Ingrid puso los ojos en blanco.

− Fantasma.

Solté una carcajada. Ingrid tomó posiciones y lanzó. Su tiro falló de nuevo, pero en esta ocasión pude ver el porqué. Volví a pasarle el balón y ella me miró con las cejas arqueadas. Se suponía que era mi turno. Cogí sus manos y las coloqué correctamente sobre la pelota.

− Asegúrate de cogerla así siempre –le dije. Se estremeció un poco cuando me coloqué detrás de ella y le indiqué el giro que debía hacer la muñeca. ¿Tendría frío?−. Tira de esta forma y no fallarás.

Me aparté y crucé los brazos. Ingrid fijó la mirada en la canasta. Estiró el brazo y el balón voló hacia el aro. La red metálica tintineó cuando la pelota la rozó en su caída. Ingrid me sonrió, triunfal.

− Al final va a resultar que eres buen profesor.

− La duda ofende.

Después de aquello continuamos hasta que empezaron a caer las primeras gotas. Me sentía muy a gusto. Estaba relajado y las bromas que compartía con Ingrid provocaban que el tiempo transcurriera demasiado rápido. Cuando la lluvia nos impidió jugar más, nos resguardamos en una cafetería cercana. Nos pedimos un par de refrescos y decidimos esperar a que escampara para poder regresar a casa. Estuvimos hablando n buen rato de cosas del instituto. Ambos coincidimos en que la vez que habíamos quedado para poner en común lo que llevábamos del trabajo, un día en el que solo nos presentamos nos presentamos nosotros dos, comprobamos que estudiábamos bien juntos. Las materias que teníamos en común eran esencialmente de memorizar, pero filosofía a veces se hacía cuesta arriba. Acabamos complementándonos los apuntes mutuamente. Tal vez no fuera mala idea volver a quedar.

De repente, me di cuenta de que no había mencionado a Logan nada más que un par de veces. Me maldije. ¿Cómo podía tener tan poca capacidad de concentración? Me volví hacia Ingrid, que tenía la vista clavada en mis manos.

− Fue un regalo de mi hermano –dije, colocando la pulsera que había llamado su atención. Solo era una fina trenza de cuero, pero me gustaba mucho.

− ¿El mayor?

− Kirian –asentí.

− Creo que estudió con mi hermana –comentó, pensativa.

Recordaba a Ashley. Logan, y la mayoría de los chavales de nuestra clase, habían estado obsesionados con ella durante un tiempo. No les culpaba, era una de las chicas más guapas que habíamos conocido. Seguramente yo habría estado igual que ellos de no ser porque me tocó atravesar un momento difícil por aquella época. Sin embargo, allí estaba yo, compartiendo mi tarde con la hermana de semejante diosa griega, con quien había entablado una buena amistad.

Me alegraba haber quedado con ella esa tarde. Hubo un momento en el que me reí tanto que se me salió el Nestea por la nariz. Las carcajadas de Ingrid se escucharon por todo el local mientras yo intentaba, en vano, dejar de toser. Un par de personas de las mesas colindantes se giraron a mirarnos. Me recogí el pelo cuando me calmé. Ingrid había dejado de reírse, pero la sonrisa no desaparecería en un buen rato. Cogió una servilleta con la intención de llegar a mi cara; sin embargo, se detuvo a un par de milímetros. Yo la miré interrogante. Me la tendió y dirigió la atención a la pareja que teníamos al lado, como si fueran lo más interesante que había visto nunca. Las preguntas murieron en mis labios; la característica melodía de mi móvil cortó el silencio.

− Erin, ¿dónde andas? –la voz de Kirian sonaba ahogada por el ruido de los coches.

− En una cafetería, ¿por?

− Porque acabo de llegar y me he dado cuenta de que me he dejado las llaves allí. He llamado, pero no había nadie.

Me pellizqué el puente de la nariz y cerré un segundo los ojos, mi hermano era el despiste personificado.

− Pues ve al bar y pídele a papá las suyas.

− Estoy con la maleta y no me apetece cargar con ella hasta allí.

Menudo morro tenía. Miré la hora, eran las nueve pasadas. Nuestro padre aún se tiraría un par de horas más trabajando y Aiden había salido a cenar con sus amigos. Suspiré, resignado.

− Está bien, ahora voy –colgué la llamada. Me giré hacia Ingrid, que tenía la vista fija en la pantalla de su móvil−. Tengo que ir a casa –le dije y ella alzó la mirada−. Si quieres puedes venir, a mi hermano no le importará acercarte a casa.

Sacudió la cabeza.

− Ash me acaba de decir que venía de camino.

− Entonces, espero contigo hasta que llegue.

Pagamos y salimos a la calle. Por suerte, había parado de llover aunque, por el color del cielo, la calma no duraría mucho. Me subí la cremallera de la sudadera, estaba empezando a refrescar. Ingrid se acurrucó en su chaqueta. Desde hacía unos minutos, estaba muy callada. Antes de que pudiera decir nada, un reluciente coche blanco estacionó delante de nosotros. ¿Es que su familia tenía un concesionario? Me despedí de Ingrid con un abrazo y me dirigí a casa. Me cayeron unas gotas y aceleré el paso. Más me valía darme prisa si no quería que el idiota de mi hermano y yo nos caláramos hasta los huesos.

DestinyWhere stories live. Discover now