₀₇.₁

2.8K 276 66
                                    


Desde que tuvo uso de razón, el pequeño castaño rebozaba de alegría en casi cualquier sentido. Mantenía aquella actitud cálida y positiva ante diversas situaciones, como si un cristal de felicidad se encontrara al frente de él.

Compartía todo con sus padres, y al comienzo del año ya tenía edad más que suficiente para asistir a la preparación para la escuela. Su madre opinaba que no era necesario. Siempre fue un niño bastante inteligente y lógico, sabía que podían adelantarlo por lo menos un año y su entrada para el primer nivel de secundaria estaría a la vuelta de la esquina.

Clyde confío en ella. Así que para celebrar iban a preparar su plato preferido.

El recorrido por el pueblo era silencioso, solo podía escuchar en un leve susurro las conversaciones que se formaban afuera del auto. Como si un filtro impidiera que su ingenua curiosidad se enterara de cosas que no tenían que ser de su incumbencia. 

Betsy miraba de vez en cuando a través del retrovisor para estar al tanto de su hijo, este se encontraba con uno de los tantos juguetes que recibía en navidad. Distraído la mayoría del tiempo en su mundo, hasta que pasaban personas relativamente cerca y su mirada se posaba sobre ellas inconscientemente.

Llegaron a uno de los supermercados más grandes y nuevos que habían construido hace apenas un año. Los ojos claros del castaño se levantaron deprisa, notando como se estacionaban con facilidad ya que la mayoría de los puestos se encontraban vacíos. Soltó el muñeco, quedando al lado suyo y desatándose el cinturón de seguridad.

El Sr. Donovan terminaba de revisar su teléfono para guardarlo en su bolsillo, mientras que su esposa salía del carro.

—¡Papá, papá! ¿Puedo acompañarlos? —Clyde se asomaba con emoción sobre la ventana, apenas desviando su atención un segundo hacía su padre para preguntarle.

—No lo sé, hijo. Sabes que a tu madre no le gusta esa idea, le preocupa que te pierdas por lo inquieto que eres.

—¡P-pero, no me iré lejos, lo juro!

Su padre observó los ojos de cordero que su único hijo se esforzaba en hacer para convencerlo. Dio un suspiro derrotado.

—De acuerdo.

Clyde agitó sus pequeños brazos en señal de felicidad, el Sr. Donovan se acercó para abrirle la puerta a su hijo con la mirada de su madre sobre ellos.

—¿Qué se supone que haces? —no tardo mucho tiempo para que interviniera en la situación mientras mantenía los brazos cruzados.

—Vamos, Betsy. Nunca ha ido, no pasará nada. —la castaña solo se limitó a verle con seriedad. Era una situación especial así que simplemente tomó la mano de su hijo en camino hacía la entrada.

El lugar sin duda era enorme, podía captar el olor a aire acondicionado y a plástico. No sabía si era demasiado pequeño o los estantes eran demasiado grandes. Necesitaría una escalera para llegar a las galletas y ponerlas en el carrito sin que sus padres se dieran cuenta.

—No te alejes mucho, Clyde. —las palabras de su madre las captó con claridad a pesar de que no paraba de observar todo a su alrededor como si hubiera entrado al paraíso.

Los colores fríos acompañados con el blanco le recordaban a los hospitales. Aunque las luces lograban un lindo contraste. Eran tan brillantes como los faroles que iluminaban las calles de South Park por la noche.

Notó como su papá revisaba un pequeño papel en su mano para tomar las cosas necesarias para la cena y el resto de la semana. Aunque eso no le impidió pedir alguna que otra golosina que se topaban en los estrechos pasillos del supermercado.

𝐒𝐞𝐧̃𝐚𝐬 ¦ CreekDonde viven las historias. Descúbrelo ahora