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Después de varios días, todo había vuelto a la normalidad. No se encontraban señales de algo extraño o fuera de lo común.

Aquel juego de tazas completamente blancas y brillantes, sin una sola grieta se encontraba intacto. Excepto por el sabor amargo del té que nadie notaba.

Menos por una persona.

El azabache continuaba con sus clases, oraciones y confesiones. Rezaba todas las noches sin falta en el momento que Clyde ya se encontraba dormido profundamente.

Quería escapar de aquella pesadilla, ya no sabía que era lo real y lo que parecía ser un simple sueño.

El rosario ya no se encontraba con él, menos el amado gorro tejido que se encontraba sin falta sobre su cabeza. Sentía que le habían arrebatado algo muy valioso, y simplemente pudo presenciar como esto desapareció por arte de magia.

Sin embargo, eso no era todo lo que había sucedido en una sola noche.

Tweek no hizo acto de presencia desde ese entonces.

No lo encontraba de casualidad después de clase, ni siquiera su cabellera rubia se asomaba por el comedor cada hora de la comida.

Con toda la razón, Craig no se había dignado en regresar al club de jardinería, sentía que si habría esa puerta iba a encontrarse con algo que no debería enterarse. Algo turbio, aterrador. Abrir esa puerta por voluntad propia era como entrar a su más cruel pesadilla.

En las horas en las cuales cumplía su horario del club, se las arregló para esconderse en uno de los jardines para leer. 

Tanto como Wendy y Clyde se mantuvieron al margen y decidieron no atosigarlo de preguntas. Hablaban de cosas cotidianas, pero si sabían bien que algo le afectaba al pelinegro.

Sin embargo, este no quería hablar.

Craig un día decidió en medio de su lectura acercarse a comprar algo para llenar su estómago llegando el final de la tarde. Caminó en silencio entre algunos niños y a los pocos minutos las puertas marrones con algunos folletos pegados en esta hicieron acto de presencia.

Abrió la puerta sin alzar mucho la vista, como en manera automática se colocó en la corta fila para hacer los pedidos. Sumido completamente en sus pensamientos. Llegó a su mente por un instante el rostro de sus familiares sonriendo.

—El siguiente por favor. —una voz femenina, madura y a su vez suave lo hizo dar el paso automático para quedar al frente de esta.

Cuando alzó su vista, el rostro borroso de la voz que escuchó hace unos días la pudo reconocer al instante.

Piel blanca como la nieve, labios pintados de un rojo brillante. Cabello castaño claro debajo de sus orejas con flequillo y aquellos ojos verdes que conocía perfectamente.

Su cuerpo se tensó y empezó a sudar, dándole un calor repentino como hubiera entrado al mismísimo desierto.

Aquella mujer que no aparentaba tener más de treinta años le sonreía mientras sostenía un plato. Su camisa celeste era tapada por un delantal blanco completamente pulcro.

—Hola cariño. ¿Qué es lo que quieres para comer? —habló de nuevo provocándole un terrible dolor de cabeza. Retrocedió unos pasos y se llevó las manos a esta mientras no pudo evitar soltar algunos quejidos.

Las palabras que escuchó se repetían una y otra vez. 

Esa mano que iba a su dirección le cortaba la respiración. Pudo distinguir las voces ajenas de los niños a su alrededor y como la mujer se dirigía a su dirección con un gesto de preocupación.

No quería que se acercara, su rostro no parecía reflejar sus verdaderos sentimientos.

Era como el frío hielo.

Todo seguía dando vueltas hasta que el calor llegó a su punto de quiebre y todo se desplomo a su alrededor.

Todo seguía dando vueltas hasta que el calor llegó a su punto de quiebre y todo se desplomo a su alrededor

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Despertó, jurando que se trataba de otra pesadilla la cual no lograría recordar al día siguiente. El olor a medicinas, y a cloro le dio la señal de que se encontraba en la enfermería.

Estaba arropado con las típicas sábanas blancas hasta la altura de su cintura. Algo desorientado y acostumbrándose a la gran luz que llegaba a través de las ventanas se sentó y observó a su alrededor.

Se topó con algunas cartas y una caja de postre en la mesita a su derecha. Reconoció entonces la letra de Clyde y Wendy en una de ellas.

El pánico reinó su cuerpo de nuevo. ¿Por cuánto tiempo estuvo así?

El sonido de la puerta le hizo dar un pequeño brinco en su lugar encontrándose con la mirada de la persona que menos quería ver.

Era aquella mujer.

La castaña observó al menor y cerró la puerta a sus espaldas. 

Nuevamente su presencia le causo escalofríos y apretó con sus manos las sábanas. Quería gritar y huir, pero su cuerpo simplemente se quedó estático.

Cada paso que daba para llegar a él le parecía eterno. Lo sabía...

Ella no era una humana.

Su presencia era intimidante hasta los huesos, emanaba una gran fuerza escondida detrás de aquellas sonrisas que le dedicaba a los niños.

¿Cómo era que los demás no se daban cuenta?

En un parpadeo se sentó a una distancia considerable sobre la cama. Juntando sus piernas y dejando caer sus manos pálidas sobre su regazo. Parecía estarle estudiando cada gesto que expresaba.

Esos ojos verdosos eran la copia exacta de los de Tweek. Con aquel brillo extraño y fascinante.

El silencio parecía ser eterno, y su miedo aumentaba con cada segundo. Tragó saliva silenciosamente. No tenía el rosario que Clyde le regaló con tanto esmero. Se encontraba completamente indefenso.

La mirada de la castaña se relajó dejándolo de ver para mirar el suelo.

—Puedo oler tu miedo. ¿Acaso crees que sería capaz de lastimar a un niño?

Los ojos azules de Craig manifestaron sorpresa. Su boca se encontraba entre abierta tratando de decir alguna palabra.

Suspiró. Se dio un momento para volver a hablar. —No creo que sea el momento ideal para hablar sobre esto. Has estado durmiendo por tres horas y deberías preocuparte por ponerte al día con tus clases. Tus amigos vendrán muy pronto. —tan rápido como llegó, se levantó sin dirigirle la mirada.

Despareció y cuando Craig miró donde se había sentado encontró su chullo.


𝟢𝟥/𝟣𝟢/𝟤𝟣: Capítulo editado.

𝐒𝐞𝐧̃𝐚𝐬 ¦ CreekOnde histórias criam vida. Descubra agora