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Esa misma noche intenté que el sueño me hiciera rendir en la oscuridad. Ardua tarea la mía. Es casi inconcebible cómo sigue el mundo, cómo sigue sucediendo el mundo y las cosas en el mundo cuando alguien se ha enterado de algo atroz y triste. Se siente esa remota esperanza de que las cosas no hayan sido así. Es decir, uno se hace incrédulo adrede. Uno se impone vagamente que lo que ha presenciado ha sido mentira o hubo alguna mala interpretación o hubo algún embuste. Es tan raro tratar de dormir el primer día en que la vida de uno cambió por completo...Es tan raro. Es como si algo se acercara. Uno se va a dormir y no encuentra en las palabras una construcción cultural, un propósito estético y comunicativo, sino un caos cacofónico, una discordante e inmediata manera del Infierno. El condenado piensa que se irá acostumbrando a la desdicha de esa memoria, a la tenebrosidad que aporta la vida a las cosas que sucedan en ella. Pero bueno, prevalecen las escenas en la mente, en el desorden de la imaginación siempre intolerablemente presente.

Algunas cosas deberían ser eternamente inescrutables, pues no existe soporte humano que pueda lidiar ni olvidar esos atroces elementos que nos conceden las circunstancias. Unos se lo podrán atribuir al azar y otros al destino. Yo, preferentemente, ya opto por la última. Todo se me dio de una forma inextricable y cruel, demasiado abarrotada de coincidencias.

En mi infeliz situación, tan confusa y desbordante —como lo puede ser un delirio jamás imaginado por la mente de una persona—, comencé a tratar de justificar cosas.

¿Por qué mi padre había engañado a mi madre? ¿Qué había ocurrido para que la engañara de esa manera? Yo sabía, de sus relatos, que la primera época de matrimonio les fue un tanto difícil. Pero, ¿era motivo para engañarla? Sin embargo, yo no sabía exactamente los pormenores de la situación. Tal vez mi padre se había cobrado una venganza, quién sabía. ¿Y por qué tuvieron a Teresa? ¿O Élida decidió seguir sola con el embarazo? Además, ¿la madre de Teresa se encontraba en pareja o soltera al momento de concebirla? Conjeturé que mi padre pude haber querido seguir con su doble vida, pero que el matrimonio con mi madre le obligó a desertar del compromiso. Pero, ¿qué clase de hombre podía dejar a una mujer criar sola a su criatura? Y además, ¿qué clase de hombre podía engañar a su esposa? En aquel punto encontré una falencia: yo había hecho lo último, no de un modo exacto, pero un modo que se le parecía. Encontré una falencia porque el ser humano se aleja de las responsabilidades del juicio equitativo. El egoísmo sesga su comportamiento y su percepción sobre su comportamiento para excusarse. El humano, entonces, terminaba siendo un ser propenso a la inmoralidad que predicaba la tarea de aventajar a cualquier otro. Como si la monogamia, al fin y al cabo, estuviera destinada al fracaso sentimental.

No sé por qué intenté esas justificaciones sobre mi padre. Tal vez para alegar su deplorable accionar pero perdonarlo al fin.

Pero no. Indudablemente concluí con las sensiblerías. Decidí nunca más perdonarlo. Lo que había hecho era lo que siempre detesté en las personas...Y yo también había tenido actitudes poco honestas con Ana María; desde luego que sí.

En estos razonamientos estaba cuando algo se me clarificó en la mente. Yo había sido alguien que había rogado con mil perdones. Pero, aunque tuve errores imperdonables, adquirí con el tiempo un considerable sentido crítico. Yo le había hecho mucho daño a Ana María, muchísimo. Muchas cosas fueron sin quererlo, pero al fin eso no era testimonio para perdonar mi culpabilidad.

Algo drástico se estaba moldeando en mí: yo necesitaba desaparecer. Desaparecer sin ánimo de metáforas. Ya mi vida estaba arruinada por completo. No había exageración en la sentencia; había una abrupta verdad que necesitaba ser de la Nada.

El alba me llegó a la cara cuando aún me encontraba conformando mi idea. No había logrado dormir. Entonces me levanté y comencé a aproximarme todas las cosas necesarias. Absolutamente todos mis ahorros que iban a ser destinados para otros gastos (¡Toda mi vida había deseado un Ford Deluxe!) los acumulé sobre la mesa; cualquier tipo de joya que pudiera ser empeñada, la agarré; pasaportes y documentos al día; valija con escasa ropa. Ya todo estaba planeado, todo tenía su cierto lugar en mi intención.

Lo triste de la lunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora