Capítulo 6| Recuerdo inhumano.

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RECUERDO INHUMANO.

No podía explicarlo. Cada vez que lo intentaba más y más preguntas le venían a la cabeza. Lo vio todo, como si estuviera frente a una pantalla reproduciéndolo. Pero aquello no era así, ¿cómo podía aquel chico hacer eso? Acercarse tan solo, mirarle fijamente a los ojos y darle toda esa información es cuestión de segundos. Había visto todo aquello antes, pero ¿dónde?

Maia regresó la vista a Jeremiel. La habían dado de alta, muchísima suerte debía tener como para que ninguna enfermera ni doctor le preguntaran sobre lo sucedido. Ahora, como ni Jeremiel ni ella sabían del paradero de sus hermanos, iban hacia el único lugar donde ella sabía que podían estar.

Al menos, si corrían con la misma suerte que ellos.

—Estamos en Vancouver.

Jeremiel apartó el rostro la de ventanilla del taxi y la miró. Sabía que se preguntaba qué lugar era aquel.

—La Columbia Británica —añadió ella. Jeremiel seguía sin entenderle.

—West Point Grey —intervino el taxista de aspecto latino— por aquí las vistas son hermosas, si no han visitado la costa deberían hacerlo sin pensarlo dos veces.

Maia sonrió, ella mejor que nadie conocía la costa. Era de sus lugares favoritos en todo el barrio. La paz, la tranquilidad de las olas y, si su papá se lo permitía, los paseos en barco hasta el anochecer. Aquellos pensamientos le crearon un nudo en la garganta. Ni su madre, ni padre estaban ahí. Tan solo un desconocido con poderes raros que la hacían ver cosas. Y en el cual, a pesar de tenerlo cerca, no confiaba.

—Es aquí —comunicó Maia al reconocer una de las casas— podría, por favor, esperar un momento para pagarle.

El taxista asintió sin problema. Tanto ella como Jeremiel bajaron del auto. Frente a ellos una casa pequeña de paredes celestes los recibía con encanto. Maia conocía el lugar, y esperaba, con todas sus ansias, que sus hermanos se encontraran ahí.

Al llegar al porche ella tocó dos veces el timbre, una voz de mayor con un tono maternal les pidió esperar. Maia regresó la mirada un poco. Jeremiel inspeccionaba todo con detenimiento. Ella hizo lo mismo con él: rostro perfilado, ojos bicolores, cabellera negra, piel blanca; aun con las marcas de las heridas y labios finos, rosados. Totalmente, si creyera, si le faltara poco por creer, diría que Jeremiel era un ángel, su belleza era descomunal.

—¡Mi niña!

Maia regresó en sí y suspiró aliviada de ver un rostro conocido.

—Alena —abrazó a la señora regordeta por la cadera.

Alena era la nana de sus hermanos y una muy buena amiga de la familia. Si Aspen e Irwyn se encontraban ahí, uno de sus dos grandes problemas se encontraría resuelto. Ya que, luego de todo lo sucedido, ni ella ni Jeremiel los habían localizado.

—Te estaba esperando —anunció la señora— ¡Vaya que esta juventud!

Maia no entendía el por qué la esperaría, aun así, cuando Alena la invitó a entrar no desistió. La mujer, al ver al joven apuesto detrás de la chica negó divertidamente.

—¿Un amigo? —murmuró solo para Maia.

Maia regresó la mirada a su acompañante. Su rostro enrojeció, dándole una respuesta errónea a la mujer.

—Adelante, adelante —lo invitó Alena— eres bienvenido en mi hogar.

Jeremiel entró dudoso, pero al ver que Maia se desenvolvía sin problema en aquel lugar comenzó a sentirse más relajado. Todo era desconocido para él.

SANGRE #1 ✅Where stories live. Discover now