Capítulo 34| Tiempo.

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TIEMPO.

11 horas y 20 minutos para el solsticio.

Jeremiel despertó casi ahogándose. Había una presión insistente sobre su cuello que lo mantenía preso de la almohada. Abrió los ojos, intentó mirar entre la bruma y en último instante la vio. Su rostro golpeado, la vena de la frente resaltándose con furia; los labios morados y un rastro de sangre saliéndole de la nariz. Jeremiel pataleó sin tan siquiera hacerle daño... ¿Cómo le haría daño a un rostro y cuerpo tan lindo como el de ella?

—Maia... —y al decirlo dejó de respirar.

Jeremiel se deshizo con violencia de las sabanas que lo cubrían y salió de la cama con rapidez. Ante la bruma se mantuvo de pie entre la oscuridad de la habitación, con el pijama empapado en sudor, el rostro hirviendo en calentura y el corazón palpitándole con fuerza.

Se tranquilizó.

La pesadilla había sido horrible y muy real. Cada minuto una pesadilla más cruel, más culposa, demasiado fuerte y difícil de procesar. Tanto que, por un instante, aun sabiendo que no era así, se miró las manos esperando que el rastro de sangre se encontrara ahí, manchándole las manos. Le era doloroso el simple hecho de pensar que él, en sus pesadillas, era un asesino. Uno que sin piedad se apoderaba del cuerpo de Maia para asesinarla a sangre fría.

Negó con la cabeza, debía despejar todo recuerdo de la pesadilla para volver a dormir. Al hacerlo regresó a la cama y se acostó de costado. El campo vacío junto a él lo hacía sentir solo, muy solo. Más de lo que alguna vez había experimentado.

—Debo ir por agua.

Dormir ya no era una opción. Salió nuevamente de la cama, abrió la puerta y recorrió el pasillo descalzo. Las tablillas del suelo rechinaban a cada que ponía un pie encima. Era media noche. Todos dormían, las luces apagadas y un silencio que lo único que hacía era aumentar cada pensamiento tortuoso con un eco.

Jeremiel se detuvo antes de bajar las escaleras, la puerta de la última habitación marcaba una franja de luz que salía desde dentro. Era la habitación de Cielle, y entre el silencio y la penumbra se podían escuchar sus sosollos.

—Al parecer todo sufrimos —bajó al primer escalón. Era imposible, no podía pasar por alto el hecho de que ella se encerrara en su habitación a llorar— ¿Y si quiere estar sola? ¿Yo que haría si no me quiere ver ahí?

Había olvidado su pesadilla. La cual fue sustituida por los cientos de escenarios en los que Cielle era la protagonista. ¿A caso era aquello a lo que Maia llamaba amistad? A la fuerte conexión que impedía dejar al otro solo y sufriendo. Jeremiel no lo notó, tan solo reaccionó cuando sus dedos tocaron la puerta.

—¿Collete? —la voz de Cielle se escuchaba ronca.

—No, soy Jeremiel —ante el silencio incomodo añadió:— ¿Puedo entrar?

Se escuchó un poco de movimiento, pasados los minutos Cielle apareció en la puerta, abriéndola por completo y dejándole entrar. Jeremiel lo hizo dudando un poco. Nunca había entrado a aquella habitación, era propia de Cielle. Se notaba en los retablos que descansaban sobre la mesita de noche y los posters de bandas musicales que tapizaban toda una pared.

Detrás de él, la morena arreglaba el desastre a su paso.

—¿Sucedió algo? —Jeremiel se regresó, a sus espaldas Cielle terminaba de recoger una camisa blanca para dejarla en la cesta.

Él negó.

—¿Quieres hablar? —al decirlo desvió la mirada nuevamente a la pared— Es decir, te escuché llorando, y... quería saber si te encuentras bien.

SANGRE #1 ✅Where stories live. Discover now