Capítulo 11| Creer.

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CREER.

Maia llevaba más de media hora acostada en la cama, despierta. Pasando las páginas de los libros que Cielle le había prestado, pero esta vez, el libro que tenía entre sus manos tenía unas hojas amarillas, olía a viejo y estaba escrito a mano. La letra, si mal no recordaba ella, era del director. Lo que no entendía, y lo que la tenía pasando página sin control, era que la letra se mesclaba en mayúsculas y minúsculas sin sentido alguno.

Quizás era un diario, uno que fue escrito con rapidez y desesperación.

Se encontraba frustrada. Debía pensar más allá de lo que leía, debía investigar, leer entre líneas; tener esa capacidad de resolver todo como se suponía lo hacia las heroínas de las películas. ¿A caso ella no era una heroína? Era un ángel, ¿no? Debería usar uso de esos poderes celestiales y resolver todo.

Pero nada era así de fácil.

Ni tan siquiera para un supuesto ángel como lo era ella.

—¿Eres novio de Maia?

Levantó la mirada del libro. Reconocía esa voz chillona y aniñada. ¿A caso era Aspen quién hacia aquella pregunta? El solo pensar a quien le dirigía aquellas palabras la hizo enrojecer. Sin importar sus fachas, ni pijama; se colocó en pie, y salió corriendo hasta el pasillo.

Al abrir la puerta se encontró con una situación mañanera que en otras circunstancias le hubiera parecido divertida.

—¿Responderás a mi pregunta?

Jeremiel se detuvo en la puerta, miró hacia abajo, luego a Maia, de ahí regreso hasta la cabellera rubia con rostro regordete y mejillas rojas. Aspen lo miraba con unos ojos zafiros que exigían una respuesta y el ceño fruncido. Jeremiel no sabía por qué, pero ante la imagen del niño le nacieron ganas de reír. Aspen lo había interceptado en la entrada de su habitación aun con su pijama de dinosaurios y rostro somnoliento. No le había dejado ni tan siquiera cerrar la puerta.

—¡Aspen!

El niño se asustó al ver a su hermana.

—Lo hablamos —regañó la chica.

—Yo solo quiero saber por qué él está aquí —murmuró Aspen.

Maia no cabía de la vergüenza que estaba experimentando.

—Ve con Alena, y olvida esto, ¿sí?

Al pequeño lo único que le hizo falta fue bufar al bajar las escaleras. Maia no podía levantar la mirada, pero sabía muy bien que los ojos bicolores de Jeremiel la inspeccionaban. Si antes ya era incomoda la situación, ahora lo era peor.

—¿Novio?

—Olvídalo —contestó Maia.

Jeremiel rió. Eso la obligó a darle el rostro.

—Es bastante divertido todo esto del comportamiento humano —comentó él, aun entre risas— tu rostro enrojece ante las acciones del niño. ¿Qué es eso? ¿Empatía?

Vergüenza, pensó Maia como respuesta.

—Es algo complicado —mintió ella, luego, como escape, cambió el rumbo de la conversación— ¿Puedes acompañarme? Creo que he descubierto algo.

Jeremiel asintió. Juntos entraron a la habitación de Maia, desde ahí escucharon como Alena tarareaba una canción suave y lenta en la planta baja. Jeremiel se había acostumbrado a ello. Tanto que le comenzaba a gustar despertar con ese melodioso tarareo que lo tranquilizaba bastante. Sentía afecto por Alena, eso era evidente.

SANGRE #1 ✅Where stories live. Discover now