Capítulo 39| Un buen día para morir.

21 6 0
                                    

UN BUEN DÍA PARA MORIR.

La celda pequeña, de paredes ladrillosas, piedras sueltas en el suelo, musgo entrando por las ventanillas y rejas de hierro; mantenía en su interior a los cuatro jóvenes. Maia, Collete, Suriel y Cielle se mantenían en silencio, con los tobillos atados a cadenas y una marca sangrante en la parte alta del cuello, detrás de la oreja.

Era la misma marca que cada uno había visto en Jeremiel, la misma marca con la que lo juzgaron o tacharon, con la que lo reconocieron y la que, más para Maia, le recordaba el hecho de que, dos días atrás, él mismo había aceptado regresar con Lucifer en vez de quedarse a luchar con ellos.

Los planes, estrategias, ganas y valentía, se habían disipado en esos dos días después del solsticio. Ya nadie tenía fuerzas, mucho menos algún poder demás que les ayudara a salir de ahí lo antes posible. Pero, aun así, después de todo, ¿Quiénes eran ellos cuatro para levantar una guerra en contra de un centenar de demonios?

—Todo lo que es forjado del infierno es como nuestra debilidad, ¿no? —Suriel sobaba las heridas que dejaba la cadena colgante en su tobillo— Por lo que, debe haber algo que sea nuestra fuente de poder. Ya saben, como Superman con el sol amarillo; su fuerza. Pero el sol rojo, su kryptonita.

De las tres chicas, la única que lo escuchaba era Collete. La pequeña pelirroja no se perdió ningún detalle, pensando, de igual manera, en que quizá él tenía razón. ¿Cómo había sucedido lo de la cabaña? Ella nunca antes había pensado en que, dentro de sí misma, existía una luz que podía protegerla. No lo pensó hasta cruzar el portal, hasta estar en el cielo. ¿A caso existía algún tipo de sol amarillo para ella ahí en el cielo, el cual, le permitía volverse más poderosa?

Coco apartó la mirada de Suriel y la llevó hasta la estancia, más allá de las rejas de hierro y de los pilares de la ventana. No había un cielo donde siempre lo habían visto, tan solo un manto blanco que parecía demasiado frágil desde el día del solsticio.

—Maia... ¿Qué te llena de poder?—la voz de Coco creó ecos sordos.

Su mirada pasó de lo que se suponía era un cielo y se hospedó sobre el rostro maltratado de la rubia.

—Conectar con mi espíritu.

—¿Y no logras hacerlo ahora mismo? —intervino Cielle.

Los tres mantuvieron su mirada puesta sobre la Maia. Marcas enormes de ojeras resaltaban bajo sus ojos y, heridas ya curadas, pero con costras, se dejaban ver entre el contraste de su piel pálida y enferma. Aquellas eran las primeras palabras que cruzaban entre ellos desde que Jeremiel los dejó ir, desde que estuvieron cerca de la muerte y la perdición.

—Yo... solo lo logro cuando me siento furiosa —contestó— ahora mismo no puedo, lo siento muchísimo.

Un silencio perturbador los mantuvo alerta. Cada uno podía sentir el cambio en sí mismos en los demás. Ya no existía esperanza alguna que los mantuviera en pie, aun así, la furia y traición que transcendía como un sentimiento envenenado desde lo más profundo de sus pechos les ayudaba con mantenerse despiertos pensando en una sola cosa que, de haberlo pensado antes, ninguno lo hubiese aceptado. Todo tenía que ver con los mismo: asesinar a Lucifer.

Hasta la misma Maia; en su pecho se albergada una necesidad insaciable de ver como la sangre de aquel hombre, ser o demonio, se escurría entre sus manos.

—Entonces este es el final, ¿no? —volvió a hablar Suriel— Moriré de hambre en una celda angelical sin haber besado a una chica y con diecisiete años siendo virgen, ¿ese es mi final?

—Eres un lloricas —farfulló Cielle, sus labios morenos tenían marcados cada comisura con moretones, pero aquello no evitó que evocara una sonrisa llena de burla— ¿Crees que eres el único que morirá virgen aquí? —con su barbilla señaló a Coco y luego a Maia— no intentes hacerte el importante.

SANGRE #1 ✅Donde viven las historias. Descúbrelo ahora