Capítulo 28| Mentir.

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MENTIR.

Las puertas secretas de la biblioteca volvían a abrirse después de tres meses. Una cantidad reducida de espadas con respecto a la primera vez los esperaba en los estantes; relucientes y llenas de brillo ante el filo que poseían. Cielle fue la primera en tomar una espada, miró la empuñadura con pesar y luego, sin más, la guardó en una funda. Ella había perdido la espada forjada por su padre, y ahora no le quedaba más que un recuerdo amargo que la condenaba.

—¿Llevaremos espadas? —en una esquina alejada de la estancia la mirada asustadiza de Coco recorría cada estante con armas— Creo que es mi momento de decir que estoy en contra de todo tipo de agresión a un ser vivo.

—¿Vegetariana? —cuestionó Cielle con cierta ironía.

Coco enrojeció ante la pregunta. Con un asentimiento de cabeza afirmó toda teoría a los demás. La pelirroja se veía tan pacifista que algo como aquello no asombraba a cualquiera. Se notaba, desde lejos, que Collete era la reencarnación de la amabilidad y bondad. Aquel pensamiento golpeó a Jeremiel, quién apartó la mirada de la chica y la guio hasta Maia. La rubia, sumida en sus pensamientos, miraba el mapa dibujado en carboncillo mientras sus manos jugueteaban con el dije de su collar.

—No me has dicho por qué tu cadena parece moverse.

Las palabras de Jeremiel llamaron su atención. Una mirada perdida se alzó ante él, no solo en Maia se notaba las pocas horas de sueños, todos eran la personificación de la somnolencia. Pero sucedía que, para todos, había sido difícil concebir el sueño, por lo que, entre susurros casi inaudibles decidieron reunirse en la biblioteca muy de madrugada para planear su siguiente movimiento.

Debía ir por Los guardianes de la Luz. Y Maia tenía una idea.

—No es nada —contestó, regresando la mirada al mapa.

Jeremiel sabía que esa respuesta no era correcta. Pero el estado en que se encontraba Maia; perdida, ansiosa y con insomnio, no era un estado en el que pudiera exigirle más que guardar la calma.

—¿Tienen alguna idea de dónde se esconden esos guardianes? —Cielle ataba su cabello corto en una coleta mientras ojeaba desde largo el mapa— Nunca había visto un lugar como ese, no conozco más que mar y tierra.

—Hay un sector montañoso muy cerca de la cuarta avenida, pero aun así, ubicarlo es algo complicado —los tres ladearon la cabeza en busca de otro ángulo, pero no encontraron más un dibujo de montañas y sederos. Maia bufó— ¿cómo puede ese sacerdote creer que me ayuda con esto?

La rubia estaba a punto de arrugar la hoja cuando Jeremiel la detuvo. Sus pequeñas manos quedaron atrapadas entre las de él. La furia se acumuló en las mejillas de Maia, sonrojándola por completo. Él le sostuvo la mirada sin expresión alguna, cuando el pecho dejó de latirle con fuerza fue liberada del agarre. Un ambiente silencioso y tenso los embaucó por completo, podían sentir cada sentimiento en el aire, chocando contra ellos.

—Dices que este hombre guardó en su memoria este mapa. Duró veinte años de su vida dibujando únicamente esas montañas, esos senderos y caminos de rocas... ¿crees que algo con tal impacto es inservible? —las palabras de Jeremiel parecían un sermón bien merecido— No desprecies el trabajo de los demás tan solo porque no te sirve.

La tensión aumentó, siendo asfixiante hasta para quienes le rodeaban.

—Jeremiel... —murmuró Maia, asombrada.

—Yo lo veré.

Sin apartarle la mirada, Jeremiel tomó el mapa de la mesa y lo enrolló.

—Siento decirlo, pero conoces ningún lugar de Vancouver —interrumpió Cielle.

SANGRE #1 ✅Where stories live. Discover now