Capítulo 16| Mentiras Piadosas.

32 6 0
                                    

MENTIRAS PIADOSAS.

Las puertas del auto se cerraron en compás. Dentro, los cuatro mantenían silencio, tan solo sus respiraciones que de un pronto a otro comenzaron a ser agitadas. Maia miraba sus manos, le temblaban con tanta intensidad que debió cerrarlas en puños para evitar que los demás lo notaran.

—No lo sé —el menor rompió el silencio, fruncía su ceño frente al espejo retrovisor— todo nos está saliendo bien: Eos, las escrituras, este sacerdote y el casi accidente. Nada encaja. Si algo he aprendido es que, aquí, no todo se da bien.

—Un golpe de suerte, quizá —respondió Cielle.

Maia notó que a ella también le temblaban las manos. Inspeccionó el rostro de Suriel por el retrovisor, igual de nervioso. Luego, a punto de inspeccionar a Jeremiel, unas manos más grandes que las suyas tomaron sus delgados dedos, entrelazándolos entre sí. No le dio tiempo a apartar la mirada: los ojos bicolores de Jeremiel ya barrían su rostro a como lo hacía siempre. A como lo hizo la noche en que le confesó el magnetismo que sentía por ella.

Él le sonrió y, como lo había hecho minutos antes, la ayudó. Pero, aun así, Maia podía sentir que Jeremiel también estaba intranquilo. Tal vez era la tormenta luego del arcoíris, lo contrario a lo que siempre decían.

—Encontraremos a Arael y Micaela —murmuró él solo para la rubia.

—Sé que lo sientes —respondió ella, llevando nuevamente la vista a sus manos entrelazadas. En otras circunstancias su rostro pálido hubiera enrojecido de la vergüenza— si algo malo sucede, ¿qué haremos?

—Luchar —el rostro de Jeremiel se acercaba a cada susurro que compartían— no estamos solos.

La vista bicolor de él y los ojos zafiros de Maia se centraron en los dos acompañantes del frente. Maia, sin duda alguna, ya podía llamarlos amigos. Ese pensamiento la hizo sonreír.

—Cielle —la morena respondió al llamado de la otra chica— lucharemos juntos, ¿no es así?

Suriel, que llevaba tiempo disimulando una sonrisa ante la pareja de atrás, no se contuvo y sonrió ante la pregunta de Maia.

—Si algo tengo claro, es que de aquí en adelante. Somos uno solo.

Las ruedas del auto rechinaron cuando el motor se encendió. Dejaban atrás un lugar que esperaban nunca volver a ver, con el deseo que, lo que sea que estuviera por suceder, no se saliera de sus manos. En el asiento copiloto, Cielle jugaba con el papel doblando entre sus dedos, no quería abrirlo, sentía miedo de que, lo que el sacerdote haya escrito, no tuviera utilidad alguna.

Tenía deseos muy grandes, como vengar la muerte de su padre, pero por más grande que fuera su deseo, también era un pecado. Y ella no sabía muy bien si eso la dejaría entrar al cielo. Estaba tan centrada en sus pensamientos, que no notó a Maia y Jeremiel que estaba punto de caer en el sueño uno contra el pecho del otro, ni tan siquiera notó, que en lo que llevaban de camino, Suriel regresaba la mirada para inspeccionar que todo estuviera bien.

—Si piensas mucho terminarás peor —la mirada oscura de Cielle se posó sobre los rulos de su amigo.

—Pensar es lo único que queda.

—No cuando tienes un amigo, así como yo, que le encanta escuchar.

—Te encanta el chisme, Suriel. Eso es muy distinto.

Hubo sonrisas compartidas por un instante.

—¿Piensas en cuando lleguemos al cielo? —la sonrisa de Suriel se mantuvo— Yo no he dejado de pensar en ello desde que Jeremiel partió el cielo como un rayo. Me dije: todo es real, al fin volveré a casa.

SANGRE #1 ✅Donde viven las historias. Descúbrelo ahora