Capítulo 40| Una verdad para todas las mentiras.

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FINAL.

UNA VERDAD PARA TODAS LAS MENTIRAS.

—¿Y crees que le tengo miedo? —con su mano cambiando tal cual papel al fuego, sostuvo la punta de la espada que cortaba su piel; el filo brillante se incrustó en la palma de su mano, la cual, ante el corte que se hundía más y más, sangraba— ¿Crees que le tengo miedo a la muerte?

Con la mano libre Maia intentó hundir desde la empuñadura la punta filosa. Pero Lucifer, siendo más rápido y astuto, haló de la espada por el filo, aventándola más allá del rostro impávido de Jeremiel y de la chica delgada, rubia y asustadiza. Las manos de Maia quedaron suspendidas en el aire, a centímetros de las de Lucifer; manos sangrantes y de piel quemada. Ese lapso de tiempo los mantuvo sumidos en una escena de cámara lenta hasta que el hierro de la espada tintineó al caer.

—Tanto usted como el universo están en juego —intentó razonar ella.

—La muerte del mundo entero me importa muy poco.

—Su infierno...

—Nunca ha sido mio.

Lucifer sonrió, el rostro asombrado de Maia le mostraba cuanto creía en él a pesar de repudiarlo. No se hizo de esperar, con una rapidez imposible de percibir y con las manos sangrando se acercó a ella, la tomó por el cuello y la hizo elevarse sobre el suelo mientras su sangre, roja y humana, se perdía junto la de él, negra y espesa.

—Es una lástima —con su barbilla señaló a Jeremiel— se asusta muy fácil, es débil. No podrá salvarte y morirá con la misma imagen repitiéndose una y otra vez en su cabeza: la de la chica hermosa a la cual, su padre, le destrozó el cuello por intentar asesinarlo.

Maia sentía impotencia. Sentía como un nudo en su garganta se expandía impidiéndole respirar, y a cada que Lucifer ajustaba el agarre en su cuello, el dolor en su cabeza persistía. Pidiéndole a gritos cerrar los ojos para nunca más despertar.

Pero debía luchar. No podía morir. No podía aceptar la muerte de esa manera. Se lo había prometido. Había estado tantas veces al borde de la muerte que ya no le temía a ello. Tan solo le temía al hecho de no haber luchado lo suficiente como para que, de una manera egoísta, se permitiera descansar para siempre mientras los demás aun luchaban.

—N-no es su hijo —murmuró en un gemido.

—Tan solo muere, haz que toda esta guerra innecesaria se acabe de una sola vez —Lucifer apretó más su agarre, las uñas largas y punzantes se incrustaron en el cuello de Maia, mientras que ella, con sus manos débiles, luchaba por alejarlo— ¿Esas serán tus últimas palabras?

—Las mías no —Maia lo miró directamente a los ojos, Lucifer, altanero, no le apartó la mirada— serán tus últimas palabras.

Maia cerró los ojos.

Tomó un último respiro antes de que su garganta se cerrara por completo. Con ello se permitió caer entre sus pensamientos en un mar azul, sin final alguno, en el que su cuerpo cayó desde el cielo tal y como lo habían hecho los desterrados en la Tierra.

Luego, aquel mar azul se convirtió en su espíritu, embargándola, trayéndola nuevamente a la vida y dejando atrás esa luz que tanto la atraía.

Del centro del pecho le creció una corriente electrizante más fuerte que las últimas veces, podría sentir que volaba, y efectivamente lo hizo. Desde el centro de sus omoplatos crecieron sus dos alas doradas, ante el impulso Lucifer cayó al suelo, soltando el cuello de Maia y terminando de completar su transformación; la cual, seguida a la piel quemada y rostro demoniaco, dejó ir sus dos alas negras.

SANGRE #1 ✅Where stories live. Discover now