Capítulo 32| Las vida de millones de personas.

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LA VIDA DE MILLONES DE PERSONAS.

Las chicas lo esperaban sentadas sobre una roca, al cruzar el portal se levantaron con prisa y lo tomaron por los hombros antes de que cayera. Las rodillas de Jeremiel no tocaron el suelo gracias a ellas, pero las lágrimas no lo evitaron y cayeron una contra otra humedeciendo la tierra.

—Pero... ¿Qué sucede? —Cielle soltó a Jeremiel y corrió hasta donde el portal se cerró, desapareciendo frente a ella, dejando únicamente una vista a la costa y a sus manos suspendidas esperando poder sostener a su amiga— ¿Dónde está Maia?

La voz de la morena retumbó con ecos a pesar de no haber paredes.

—Cielle... —Collete tomó a Jeremiel de las mejillas, ahora él se apoyaba de rodillas contra el suelo sin dejar de llorar. Parecía un niño inconsolable al que le acababan de quitar lo más preciado de su vida. Al escuchar su sollozo inminente la pelirroja lo pegó contra su pecho. Ella podía sentirlo todo a flor de piel, tanto, que no pudo evitar derramar sus propias lágrimas— Maia se ha quedado —respondió Coco por él— no ha querido cruzar el portal.

...

Una lamiada en gran parte de sus pómulos la hicieron despertar. El movimiento brusco de su cuerpo la obligó a soltar un gemido enronquecido de dolor, que hizo volar a todas las aves presentes del bosque. Un bosque consumido en nieve y árboles frondosos de pino que se bañaban con un color anaranjado del amanecer.

Ya era de día, pero ni el sol, la brumas o la adrenalina del momento la hacían entrar en calor. Su pequeño y delgado cuerpo temblaba desmedidamente; los labios morados, el cabello rubio lleno de nieve y hielo a poco derretir, las ropas húmedas por la sangre y con tan solo una bota puesta.

¿Qué le había sucedido?

Otra lamida en el rostro. Esa vez se aseguró de no moverse y tan solo abrir los ojos. Cuando lo logró, toda aquella penumbra de su mente se llenó de claridad, y frente a ella, un lobo blanco sentado a un lado de sus piernas la esperaba.

—¿Cómo me has encontrado?

Lethe se levantó en sus cuatro patas y comenzó a agitar su cola. Maia podía jurar que él le sonreía. Era bueno saber que no había muerto después de... ¿después de qué? Maia volvió a cerrar los ojos y se obligó con riña a recordar lo sucedido. ¡Gracias al cielo pudo! ¿Qué recordaba? Se recordaba soltando la mano de Jeremiel, se recordaba volando con sus alas y luego, en la penumbra de la noche, algo le atravesó el costado.

Para verificar que no se lo imaginaba abrió los ojos y se revisó. Efectivamente, había una flecha de metal negro incrustada en su costado derecho. Al intentar tocarla una mueca de dolor le inundó el rostro. Lethe, en cambio, aulló por lo bajo.

Luego de aquello debió caer a no sé cuántos metros de altura. Lo suficientes como para sentirme destrozada, pensó ella. La mirada se le llenó de lágrimas, las cuales limpió con rudeza.

—No puedo llorar cuando esto es mi culpa —su voz le rasgaba la garganta—. Mi culpa. Mi culpa.

Lethe se acercó aún más, y se acostó a un lado de ella, donde no se encontraba herida, apoyando su hocico de lobo sobre su regazo. Maia sonrió para luego cerrar los ojos, al menos no se encontraba sola, al menos no moriría sola.

—¿Morir? ¿Tú? —la voz se le hacía muy conocida, podía jurar que la había escuchado antes— Me conoces Maia, tanto como yo te conozco a ti.

Podía sentir su pecho subir y bajar con dificultad, también sentía como su mente se trasladaba a una etapa en la que, no sabía si desvariaba o se encontraba en la realidad. Podía haber perdido tanta sangre que ahora le estaba pasando factura, aun así, y para verificar cuál de sus teorías era cierta, abrió sus ojos y se fijó a su alrededor. Lethe la miraba con curiosidad.

SANGRE #1 ✅Donde viven las historias. Descúbrelo ahora