Capítulo 10| Luz y armonía.

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LUZ Y ARMONIA.

El fin de semana llegó con rapidez. Los últimos días previo a ello habían sido tranquilos. Maia lo sabía: también existía la llegada de una tormenta después de la calma, aun así, no se detuvo en ningún momento y con la cabeza en otro mundo asistió a sus clases, practicó baloncesto, ayudó a Alena con el cuidado de sus hermanos y leyó un poco de los libros que Cielle le había prestado. No solo eso, también junto a Jeremiel, asistieron al funeral del director, donde asistió todo el instituto.

No dejaron de murmurar sobre la repentina muerte de aquel hombre, una que, tan solo Suriel, Cielle, Maia y Jeremiel sabían con detalles. A Maia le había dolido aquello, porque, a pesar del llanto de los demás, Cielle se mantenía impávida, incapaz de derramar lagrima alguna. Parecía ser la única que no demostraba lo que en realidad sentía respecto a la situación, aquello a Maia le demostró mucho sobre Cielle.

El resto de días, un borrón completo repleto de sueños incomprendidos, angustia por el paradero de sus padres y silencio por parte de Jeremiel. Hasta ese mismo día: Maia se había despertado tarde, apenas tomó un baño bajó a la cocina, donde Jeremiel ayudaba a una animada Alena que no hacia ninguna pregunta sobre él por qué aquel chico seguía en su casa.

—Buenos días —saludó apenas los vio.

Jeremiel fue el primero en verle entrar a la estancia. La rubia llevaba un vestido floral y un poco translucido que le quedaba genial con su tono de piel. Se veía más delicada, más inocente de lo que ya lo era. Jeremiel saludó y al instante apartó la mirada. Llevaba evitando a Maia desde hace bastante, ni él sabía por qué.

—¿Vas de salida? —Alena sonrió de oreja a oreja al verla— ¡Estás preciosísima! ¿A caso miento Jeremiel?

Alena dio un empujoncito cariñoso al aludido. Jeremiel no tuvo de otra más que regresar la mirada a Maia.

—No miente —contestó él.

La única de los tres que notó el rostro rojo de los jóvenes, fue Alena. Quien negó con la cabeza, divertida. Le gustaba ver como el romance juvenil se encontraba a flor de piel. Lo que Alena no sabía era que, ni Maia ni Jeremiel pensaban en romances, sino que, en sus mentes lo único que predominaba era una angustia bien escondida que no reflejaban en el exterior.

Maia era la mejor fingiendo, ya que, a pesar de haberse arreglado, en su pecho un nudo insistía en ser permanente. Necesitaba escapar un momento, y no tenía mejor excusa que el ayudar a Jeremiel a adaptarse. Si bien intentaba sus males se verían pequeños al lado de los de él.

—Pensaba que, ya llevas bastante tiempo ayudando a Alena en la casa, te gustaría salir. —Maia se acercó un poco más, hasta encontrase en la orilla de la mesa, al lado de Jeremiel— Podríamos recorrer un poco los alrededores.

—¿Y eso está bien? —Jeremiel la miró, como si tuviera que pedir permiso a ella para todo.

Maia asintió.

—Es necesario perderse un poco.

—Y la feria está abierta —intervino Alena mirando a una servilleta de tela— deberían ir, ahí todo es luces y colores.

Maia tenía un amor profundo por la mujer. Era genial, esplendorosa y no juzgaba ni se entrometía. Alena tan solo daba amor a todo aquel que lo necesitaba sin preguntar por qué. Eso Jeremiel lo experimentaba. Quizá él sí había juzgado a los humanos de distintas maneras, pero ahí, con cada sonrisa que le brindaba la mujer bondadosa, con las ropas, la comida y el cuidado que le ofrecía; Jeremiel se arrepentía de haber tachado a todos con un mismo lápiz.

—Además —repuso la mujer aumentando su sonrisa— ¡son edades de divertirse!

Los jóvenes sonrieron, contagiados del entusiasmo de Alena.

SANGRE #1 ✅Where stories live. Discover now