Capítulo 14| Corromper al ángel.

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CORROMPER AL ÁNGEL.

Maia se había impuesto una meta: saber todo sobre los ángeles en el menos tiempo posible. Había sido por aquello que, al asistir al instituto como si nada sucediera, pidió todos los libros sobre ángeles que se encontraran en la biblioteca. Tuvo que ignorar la mirada de consternación que le había propinado la bibliotecaria al ver que, más de diez libros, cabían en los delgados brazos de la rubia.

Es por eso que ahora, en la sala de estar y con una herida en la mejilla ya curada; leía los libros extendidos por toda la estancia.

—¿Sabías que los ángeles pueden convertir el agua en un elixir de sanación?

Jeremiel, el único acompañante de Maia, levantó la mirada de un libro.

—Claro, claro. Que tonta, ya debes saberlo —la rubia miró sus manos, ¿ella podía hacerlo? Llevó la mirada al vaso con agua que tenía sobre la mesa de centro. Estuvo por estirar el brazo hasta la mesa cuando Jeremiel la interrumpió.

—Primero debes saber controlar tus poderes —expuso él con una voz suave y tranquila.—Además, no sé si aún los conserves, se supone que la mayoría de los desterrados fueron despojados de sus poderes. Al menos que te encuentres de suerte, puede que haya un poco de sanación en ti.

Ella regresó la mirada a los libros, a pesar de aquello la necesidad de saber más y la ilusión que le hacia todo lo que leía no la detenían de cumplir su meta.

—¿Cómo se siente?

Ninguno se dirigía miradas.

—No lo sé —Jeremiel ya no leía, la pregunta lo había desviado de todo— nunca... yo...

—No me has dicho cómo fue tu destierro —añadió Maia— ¿Qué sentiste? Debió ser horrible.

Lo invitó a tomar asiento a su lado en el suelo. Nadie los escuchaba. Alena había salido por compras y junto a ella había llevado a Aspen e Irwyn. Por lo que, Jeremiel no dudó ni un momento, se levantó del sofá y se sentó a escasos centímetros de Maia. Hombro a hombro miraron los libros que pasaban página con el mover del viento.

—Estaba en una celda, llevaba tiempo sin ver la luz. Lo único con vida que veía eran los condenados: seres horribles que no puedo imaginar alguna vez fueron ángeles. Él me llamó, me llevaron encadenando donde antes era el trono de mi padre. Hubo una discusión, me tomó del rostro y luego, sin saber cómo ni por qué, sentí como mis alas se desprendían de mí. Al despertar estaba en tu casa.

—¿Y la marca?

—Quemaba cada vez que hablaba sobre los puros o intentaba usar mis alas.

Maia llevó la mirada hasta el cuello de Jeremiel. La marca era muy evidente, ante cualquiera parecería un tatuaje, hasta para ella lo había parecido. Ahora, que sabía lo que en realidad implicaba, deseaba tener el poder para quitarla de la piel de Jeremiel.

Levantó su mano y con los dedos recorrió la piel expuesta del él. Se sentía como tocar una herida sana y con costras. Jeremiel la miró de reojo, quería soltar un suspiro que dejaría en evidencia cuanto lo hacían sentir los dedos de la Maia sobre su piel.

—Pienso en que el cielo es puro, bueno. En que es inconcebible que haya un mal allá arriba —dijo ella sin dejar de tocarle— pero me doy cuenta que no es así.

—Está en manos equivocadas.

Jeremiel sostuvo los dedos de Maia con su mano. Se miraron por un instante que sintieron eterno. Él podía ver las motitas azules que escondían los ojos zafiro de ella; también notó que manchas casi invisibles de lo que eran pecas surcaban su fina y un poco torcida nariz. Tenía marcas de lo que había sido acné y luego, un poco más abajo, los labios color manzana. Apetecibles.

SANGRE #1 ✅Where stories live. Discover now