Capítulo 22| Los ángeles no mienten.

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LOS ÁNGELES NO MIENTEN.

Shawn y Howland Carrey almorzaban en silencio dentro de la pequeña cocina que resguardaba su apartamento. Llevaban tiempo compartiendo miradas temerosas que no hacían más que inundar de incomodidad el lugar. Ninguno hablaría, eso estaba claro, el único que lo hacía hasta por los codos era Suriel, el cual, no se encontraba.

Algo estaba mal. Los dos lo sentían, pero ninguno reunía la valentía suficiente como para cortar ese silencio acusador que los asfixiaba poco a poco. Para ellos, era como volver en el tiempo, como volver a ser ese par de universitarios escondidos que no hacían más que resolver todo con miradas furtivas y un silencio desesperador. Pero ya no lo eran, la juventud les había quedado atrás, y debido a que se habían convertido en hombres valientes era que se encontraban ahí: siendo esposos y criando a un hijo que ahora mismo, les parecía, había desaparecido.

—Llamaré a la policía —Howland fue el primero en cortar con el silencio.

—¿Y qué dirás?

—Que no vemos a nuestro hijo desde hace un día, ¿qué más diré, Shawn? Suriel ha desaparecido desde hace bastante, no podemos quedarnos a esperar.

—Debe estar con esa chica, Cielle.

—Se lo he prohibido.

—¿Y crees que te haría caso? —sus miradas cansadas por el trabajo de hace años se encontraron. Howland amaba lo suficiente a Shawn como para faltarle el respeto alzando la voz, por lo que, prefirió perderse en su mirada miel, como la de su hijo, que lo miraba preocupado.

—Lo he llamado más de veinte veces, ¿crees que no hubiera contestado ya? Él no es así, Shawn. Lo sabrías si pasaras más tiempo en casa.

—No quiero hablar de ello.

—Ser profesores retirados nos da mucho tiempo, lo sé, pero deberías invertirlo en tu hijo que es un adolescente que cree ser ángel.

Shawn se levantó de la mesa, miró el rostro moreno de su esposo por unos instantes y luego tomó su gabardina y bufanda. Besó lentamente los labios de Howland y caminó hasta la salida de su casa.

—No llamaremos, iré directamente a la comisaria.

Howland vio en silencio como Shawn cerraba la puerta tras su espalda. Se quedó ahí, mirando el rastro de polvo que se veía a través de la mezcla de luz y aire. Pensó en que, era increíble como un amor por el que tanto había luchado, ahora, luego de más de quince años y un hijo, se estuviera esfumando frente a sus ojos. Como el hielo en una hoguera.

...

Suriel gimió con fuerza. Su mandíbula tensada y sus dientes firmes ejercían fuerza sobre una tela sucia y húmeda. Podía sentir como el dolor en su costado se esparcía por todo su cuerpo hasta llegar a la punta de sus pies y halar de él. No podía creer que todo ese dolor viniera de una herida tan pequeña como la de una navaja.

—No te muevas, Suriel.

—¿C-como quieres que no me m-mueva si el dolor es inmenso?

—Pronto se curará, ten paciencia.

—¿Paciencia, Cielle? Llevamos tiempo tirados aquí y no me sana la herida.

Otra punzada más. Cielle hizo aún más presión contra la herida. Esta vez, el gemido de Suriel fue fuerte. Tanto que, la puerta de plomo de su celda fue abierta. La luz apenas entró, iluminando el interior. Un rostro desprolijo, con quemaduras en gran parte de él, se adentró al lugar.

—¿Quién no me deja dormir?

La mayoría de los ángeles atrapados ahí señalaron a Suriel. Eran cuatro contra dos.

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