Capítulo 35| La condena del mundo entero.

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LA CONDENA DEL MUNDO ENTERO.

4 horas para el solsticio.

Maia despertó ante el ajetreo de las voces, ante el resplandor de un rayo que le cubrió el rostro por completo; incomodando su sueño que no hacía pocos minutos era profundo y llevadero. Había descansado lo suficiente como para sentirse libre de bostezar y estirar su cuerpo. Primero los brazos, luego el torso y por último los pies. Aun así, las voces seguían, no paraban de murmurar a su alrededor, muy cerca de ella.

Hasta que el resplandor fue obstruido y Maia tuvo que abrir los ojos.

—Señorita, ¿Se encuentra bien?

Un par de ojos verdes detrás de unas gafas de cristal la recibieron de lleno. La chica de no más de dieciocho años la miraba confundida, con el ceño fruncido y sus dos coletas altas colgando al aire junto a una sombrilla transparente que obstruía el paso de las primeras gotas de lluvia. Se veía sudorosa, sonrojada y cansada. Como si llevara corriendo una maratón el tiempo suficiente como para que su piel morena enrojeciera.

—Yo... —Maia se restregó los ojos, aun en el suelo— ¿Dónde estoy?

Apoyándose en sus codos inspeccionó el lugar: había árboles frondosos por todas partes, un césped demasiado verde y pasos adoquinados por donde varias personas trotaban intentando aventajar a la lluvia, algunos perdidos en la música que resonaba en sus auriculares y otros preocupados por lo que se hablaba a través del celular.

La brisa comenzaba a mover algunas hojas sueltas por el suelo que se estancaban en alcantarillas, mientras que, por el oeste, una nube gris se iluminaba con rayos pasajeros. La mirada de Maia regresó hasta la chica de ojos verdes, ella también debió estar yendo a algún lugar importante, ya que su ropa, zapatos y celular en mano, daban a entenderlo.

—Se encuentra en Cooper's Park, ¿Necesita ayuda?

Maia negó, levantándose del suelo. Aun había golpes que la punzaban, y una que otra herida sangrante. Al levantarse su cuerpo flaqueó por un momento, y la chica desconocida no dudó en tomarla por debajo de los hombros para ayudarla.

—¿Necesita que llame a una ambulancia?

Negó nuevamente.

—¿Ha visto...? —la rubia buscó con desesperación a su alrededor— ¿Ha visto a una mujer de cabello oscuro? Ella es...

Sin acabar la oración la chica señaló detrás de unos arbustos. Maia asintió en agradecimiento y, alejándose entre trompicones, rodeó el arbusto. Efectivamente, detrás se encontraba Nesta, tendida en el suelo, con el cabello suelto, enmarañado y algunas heridas amoratadas que se humedecían con la lluvia que caía.

—Nesta —la tomó por el rostro, y entre susurros junto a leves golpecitos intentó despertarla—. Anda, Nesta. Despierta.

La lluvia se volvía más fuerte a cada que los minutos pasaban, empapando a todo aquel que no llevara la sombrilla encima.

—Mmm —los quejidos somnolientos de la demonio pasaron desapercibidos ante los estruendos en el cielo— un segundo más, solo uno.

—Hemos llegamos, estamos en Vancouver.

—¿Vancouver? ¿Dónde es eso? ¿Estados Unidos o Canadá?

Los labios rojos de Nesta apenas se movían. Su sueño, al igual que el de Maia, era bastante recuperador como para interrumpirlo.

—Canadá —le contestó— pero despierta. Por favor, estamos a nueve minutos de la casa de Cielle. Tan solo debemos conseguir algún transporte.

SANGRE #1 ✅Where stories live. Discover now