Capítulo 21| Aprender del dolor.

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APRENDER DEL DOLOR.

Se encontraba en medio de un bosque, rodeada de árboles de pino frondosos y cubiertos de nieve. Era un lugar desconocido para ella, pero, aun así, no podía evitar sentirse en casa. Cada poro de su piel destilaba paz, destilaba una necesidad incompresible de quedarse ahí, de no moverse. Maia sabía que, a pesar de aquella sensación de paz, había algo que estaba mal. Porque, entre tanto silencio, su corazón latía con fuerza creando estragos dentro de ella; sentía como si un reloj diera la cuenta regresiva dentro de su pecho.

Intentó mirar más allá, en el cielo, pero las copas de los arboles eran tan grandes que le obstruían la visión. Debía ser de día, lo sabía. Aun había claridad junto a un aire fresco que le erizaba la piel.

Se sentía en paz. Demasiada paz.

—Maia —parecía ser Jeremiel quien la llamaba.

Siguió el eco de su voz, caminó por un sendero que se encontraba marcado por el paso del hombre. A cada que avanzaba, más y más nieve caía de las copas de los árboles. Olía a invierno, a Navidad, olía a menta y moras. Maia deseaba dejarse guiar por los olores, tanto que en un instante se encontró con los ojos cerrados.

—No lo sigas —la voz en su cabeza hablaba con firmeza— no es Jeremiel, no lo sigas.

—Pero si es por el camino correcto —contestaba ella sin tan siquiera abrir los labios.

Al abrir los ojos, se encontró en otra zona del bosque, una cabaña de madera desgastada y atestada por una capa de nieve la esperaba. Parecía sacada de un cuento de hadas.

Maia se separó del camino, caminó contra nieve, que la hacía sentir sus pies pesados, intentó ir más allá, a la cabaña, donde veía el perfil de Jeremiel desde la ventana. Ella sonrió, Jeremiel se veía sano, se veía bien, no parecía que hace poco hubieran luchado contra demonios.

Ella quiso ir más rápido, pero no podía, en cierto punto, una pared invisible la detuvo. No podía cruzarla.

—Jeremiel —lo llamó. Su voz parecía ser opacada por la pared invisible, el sonido ni la luz podían traspasarla—¡Jeremiel! ¡Mírame!

A la estancia entró Suriel y Cielle, podía verlos desde la ventana, sonriendo.

Maia golpeó con sus puños la pared. Se sentía atrapada, sentía como el terror le entraba por el estómago y se le estancaba por el pecho. Ya no podía gritar, el miedo la había abarcado por completo. Tanto, que no se dio cuenta de sus nudillos llenos de sangre ante tanto golpe. Maia no sabía a qué temía. Cerró los ojos por un instante. Algo la absorbió del suelo y volvió a caer como en su otro sueño.

Al abrir los ojos era de noche, se levantó del suelo con la oscuridad sobre su cabeza. Frente a ella, entes altos vestidos de negro, estaban lejos, demasiado lejos como para que la pudieran ver. Maia seguía detrás de la barrera que le impedía ser escuchada. Donde se encontraban era una zona limpia del bosque, sin árboles y desde ahí sí se podía ver el cielo.

—¡Maia!

Esta vez era la voz de Cielle, y venía desde el centro del circulo que habían creado los entes. A Maia se le heló la sangre.

—¡Maia! ¡Ayúdanos!

Intentó corresponder al llamado, pero al querer abrir su boca se dio cuenta que tenía los labios sellados. No podía hablar, nadie la podría escuchar. Movió sus pies, corriendo hasta sus amigos, pero manos salieron del suelo lleno de nieve y la halaron de los pies.

SANGRE #1 ✅Where stories live. Discover now