Capítulo 30| Aceptar.

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ACEPTAR.

Jeremiel fue el primero en sentirlo. El ambiente dentro del túnel tuvo un cambio drástico, sus pies descalzos caminaban sobre un suelo congelado que lo hacía estremecerse desde la punta de sus dedos hasta su nariz. El frio no solo congelaba, sino que tenía esa rareza de quemar el rostro; las mejillas, el tabique y la frente. ¿Por qué hacía tanto frio en un lugar como aquel? ¿No se suponía debía ser diferente? Después de todo, se encontraban bajo tierra.

—Es gélido —Maia lo alcanzó en el camino, su rostro pálido se había sonrojado por culpa del frio y a cada que hablaba un vaho seguía cada una de sus palabras— ¿Dónde estaremos?

Cielle y Coco los perseguían a una distancia prudente. Morían de frio, el miedo se había convertido en un sentimiento gélido que calaba sus huesos y les obligaba a abrazarse por sí mismas para entrar en calor.

—Todo es un poco raro —contestó Jeremiel— ¿Hacia dónde se ha ido el hombre?

Frente a ellos había dos caminos. Cada uno iluminado.

—Nos hemos perdido, perfecto.

—No seas tan negativa, Cielle. Recuerda lo que nos han dicho —la rubia dio media vuelta quedando al frente de sus amigas— nada de rencores, miedos u odios. Y, por consiguiente, nada de negatividad.

—¿Creen que sean monjes? —los susurros de Coco tan solo era divisibles por el vaho que salía de su boca— No tienen aura, no le vi ninguna al hombre.

—Son guardianes, para ellos es fácil ocultar sus auras ya que tienen una conexión directa con sus espíritus —Jeremiel se pausó un momento, sorteó en su mente el camino que debían seguir— además, deben esconderse de los demonios.

Tras decir aquellas palabras tomó el camino de la izquierda. Las chicas, sin más, lo persiguieron. Eran caminos indistinguibles; las mismas luces en el techo, los mismos caminos que parecían barro seco, las paredes ásperas y de color marrón. Parecían no avanzar nunca, llegar al santuario sería imposible. Hasta que sus pies, congelados por el frio, sintieron un poco de calor.

Frente a ellos, en lo que parecía ser la salida, se alzaba una estructura de techos altos y abovedados, los cuales eran de cristales coloridos, donde la luz se filtraba y daba la ilusión de que un arcoíris se adueñaba del lugar. Debía ser un templo enorme, con cientos de habitaciones y espacios en los cuales estar. Porque, desde donde se encontraban, también se lograba mirar la gran puerta principal, que daba vista a montañas vestidas de nieve blanca y, a lo largo, casi imposible de mirar, un pequeño pueblo.

—Groenlandia —una mujer de piel demasiado morena se inclinó como saludo, mientras en sus manos estiraba una mantas gruesas bien dobladas— han cruzado un portal que los ha traído hasta aquí, ¿De dónde vienen? ¿Canadá? ¿Japón? ¿Estados Unidos?

Le entregó a cada uno una manta. Al ya no tener ninguna recuperó su postura recta y sus manos dentro de las mangas, ella también tenía la cabeza calva: con el mismo tatuaje en la parte alta. Cuando notó el silencio y asombro les obsequió una sonrisa enorme que rompió el silencio.

—La brecha... ¿un portal? —cuestionó Maia.

—Así es, tal parece vienen de Canadá, tan solo ahí es que los portales son brechas —la mujer rió, sus palabras habían sido un chiste interno— en Estados Unidos lo es la estatua de la libertad y en Japón un gran dragón dorado.

—¿Son ustedes los guardianes de la Luz? —intervino Jeremiel.

La mujer asintió con lentitud, manteniendo su sonrisa. Se notaban los años en las arrugas que adornaban su frente y gran parte de su cuello.

SANGRE #1 ✅Where stories live. Discover now