Capítulo 24| Después de la tormenta.

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DESPUÉS DE LA TORMENTA. 

Suriel mantenía entre sus dedos el papel amarillento y sucio que había recogido de la calle. En él, impreso con tinta negra, se miraba a sí mismo con una sonrisa de hace un año; cuando con sus padres se habían ido de campamento. Él recordaba aquel día con mucho amor, pero ahora, el panfleto que lo miraba acusador, le arruinaba el recuerdo y le llenaba la cabeza de pensamientos tormentosos que no hacían más que hacerle sentir mal.

Se salvó de la muerte, ¿cómo les diría a sus padres que en esas dos semanas de sufrimiento no había hecho más que rezar para salir vivo de su encarcelación? Y que ni el rezo ni las fuerzas le habían ayudado en algo. El castaño dejó salir un suspiro al mismo tiempo en que la puerta detrás de él se abría.

Cielle asomó la cabeza, Suriel le sonrió invitándola a salir para tomar asiento a su lado en las escaleras. De todos los lugares a los que podían ir, la casa de Cielle era el único en el que cabrían todos y no necesitarían de preguntas incomodas. Después de todo, la única habitante y dueña de la casa era Cielle, y ella no tenía problema con ser el refugio de los demás.

—¿Ya has pensado lo que les dirás?

La morena tomó asiento muy cerca de su amigo. A pesar de presentarse un sol imponente, aun hacia frio para ellos. El agua gélida del mar, el baño para quitar las impurezas y la humedad de la casa abandonada por dos semanas, no ayudaba mucho en hacerlos entrar en calor.

—Me es imposible pensar en una respuesta coherente para ellos —contestó Suriel, desanimado. Quien lo conociera sabia cuanto le afectaba todo.

—Decirles la verdad es la mejor de las opciones.

El menor no pudo evitar la mueca de desaprobación ante tal sugerencia.

—No quiero regresar al psicólogo —dijo, la voz se le volvió tres veces más aguda. Como si temiera ante el simple pensamiento de volver a terapia—. No me creen, Cielle. Si les llego a contar lo que sucedió no dudaran ni un poco en encerrarme en un hospital.

—Te acompañaré.

Sus miradas se encontraron. La mirada de ella que era chocolatada se acompañaba de un gesto duro y determinante, no le preguntaba a Suriel si quería su compañía, tan solo le afirmaba un hecho que ya estaba decidido. La mirada de Suriel, en cambio, era un gesto triste lleno de melancolía ajena. Sabía que, lo que sea que dijera, no haría feliz a Cielle. Y él no quería eso, ella había sido bastante fuerte en las celdas, tan solo por eso él se encontraba vivo.

—Será mejor ir solo, sabes cómo son ellos con los demás —contestó apartando la mirada.

Se tragó el nudo en la garganta.

—Querrás decir conmigo. No hace falta ocultarlo, Suriel —Cielle tomó el panfleto entre sus manos, miró a su amigo impreso en tinta— sé que no le agrado para nada a tus padres. Pero creme que, cuando digo que estoy para ti, es para cualquier cosa que necesites, así sea enfrentar a tus padres con la verdad.

Suriel sintió las cuencas de sus ojos arder. Si llegaba a llorar, seria de la felicidad que sentía ante el apoyo de su amiga.

—Te quiero demasiado, ¿sabías? —se regresó a mirarla. Los brazos largos y delgados de Suriel rodearon los hombros de su amiga— Te quiero mucho, Cielle.

—Y yo a ti, Suriel.

Se abrazaron, Cielle rodeó al menor por el torso y hundió su rostro entre la loción masculina de él. Era la loción de su padre; todos los hospedados en su casa llevaban la loción de aquel hombre que le dio la vida. Cuanto lo extrañaba, cuanto deseaba que aquel cuerpo que abrazaba fuese de su padre... Todo para ella sería más fácil.

SANGRE #1 ✅Donde viven las historias. Descúbrelo ahora