Capítulo 3: Punto muerto

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Observé el portal de noticias en la computadora e hice una mueca. Era domingo, y me sentía muy mal. Literalmente, enferma. Claro, enferma de preocupación y de mucho dolor. Michael se había despertado temprano para verme, le expliqué cómo me sentía, me dejó dormir y bajó. Por supuesto, después de un rato, volvió a subir con algunas cosas, que entendía para qué lo quería. Apreté la compresa de agua caliente, en mi vientre bajo, tomé un sorbo de mi café y le di una mordida al cupcake de chocolate, que Joel había preparado, la noche anterior.

Respiré y me sentía menos muerta. Ayer mi hermano Chad y Zack, llegaron a contarnos todo sobre Rick y no dormí por lo que nos había contado. Según la versión oficial de lo que Richard había hecho fue así: Rick no había tomado muy bien, mi respuesta ante su propuesta de matrimonio y por eso se había escapado. Dos semanas. Se había marchado dos malditas semanas y sin noticias suyas. Y según Chad, Rick había hecho un "festival de carnicería", en algunos pueblos cercanos. Por lo menos no había salido del condado de New Haven. Y aunque su familia lo había encontrado y pudieron traerlo de regreso, la faceta sanguinaria de Rick fue nada sutil para las personas. La odisea de sangre que había hecho, se había difundido por medios de las noticias; ahora las personas que creían que había un Chupacabras, suelto por ahí.

Me había puesto a investigar sobre eso en Internet y era cierto. Varios sitios web de noticias del estado, informaban sobre extrañas muertes de animales de corral junto algunas mascotas desaparecidas y algunas encontradas muertas. Algunas señalaban lo horrible que fue la muerte de los animales. Y otras mostraban imágenes de esos animales; tragué con fuerza y agarré lo que quedaba del cupcake y me lo comí. Ahora las personas estaban preocupadas, porque algo estaba por ahí fuera se estaba comiendo a sus amadas mascotas y los animales de granja.

Afuera, algo de luz entraba a mí habitación; bebí lo que quedaba de mi café, y con un gruñido, cerré la laptop del escritorio. Dejé la silla y me fui a la cama. Me tumbé hacia arriba y miré el techo de tablón. Suspiré. Sentí otra molestia de nuevo y me enderecé para sentarme. Observé la habitación; tenía estilo vintage, aunque lo único nuevo y moderno era mi laptop y mi celular; además era del "estilo pasado". La cama era de hierro forjado, de color azul; las paredes de madera, típico de una cabaña y las viejas mesitas de noche, a cada lado de cama, eran de mi color favorito; violeta. Mi única ventana, con cortinas de encaje delicado, estaba entreabierta y una suave brisa las movía. Mientras que el escritorio, la cómoda y el armario eran de color rosa viejo; algo desgastado para algunos. Pero eran hermosas y delicadas para mí.

Todo en mi habitación parecía sacado de otra época; colores desgastados y viejos, pero me gustaba. Y más con el olor a jazmín y lavanda. Había encendido algunas velas perfumadas, la noche anterior para poder dormirme. Dejé a un lado la colcha de estampas florales y me acomodé un poco mejor y esperé que la compresa hiciera lo suyo.

>>> ¡Dios! ¡Qué molesto es todo esto! <<<, pensé y miré hacia arriba, esperando que el dolor pasara

Era la mitad del mes de enero, y no me había dado cuenta de ello. Había pensado que mis malestares, y los dolores en mi vientre eran por el estrés y por toda mi preocupación. Y ahora entendía lo mal que me había estado sintiendo; iba a bajarme. Estaba en los días del mes. Respiré al sentir otra ráfaga de dolor y me quité la compresa. La dejé a un lado de mi cama y busqué mi celular; tenía dos correos y dos mensajes. Revisé los correos; ambos eran de mi hermano, Axel.

Pensar en Axel me animó un poco. Lo extrañaba a él y a su esposa, Charlotte. Ellos eran una de las pocas razones, en las que pensaba irme un tiempo de White Rose; por un tiempo viví con ellos en Francia y aunque me gusto estar con ellos, Axel se había casado y se había convertido. En ese tiempo yo tenía quince años, ¿y ahora?, tenía diecisiete y estaba a unos meses de cumplir dieciocho y ser adulta. Sentí un escalofrío ante ese pensamiento. Me parecía increíble lo que en cuatro años había cambiado vida. Mi madre, Diana Evans se había casado de nuevo con Michael Corbett y junto con él, su licantropía.

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