Capítulo 5: La manada

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Era miércoles, por la mañana. Hoy no tenía trabajo, pero no estaba sola en casa; Ethan, Zack y Joel tenían el día libre. En realidad, yo debía trabajar hoy, entonces le pedía a Will que me cubriera. A cambio de tomarme mi turno, dejé que se comiera mi desayuno. Él aceptó gustoso, mientras que comí unas tostadas con mermelada y jugo de naranja. Todavía no era mediodía, y me había vuelto loca. Había estado limpiando la casa y era agotador. La casa era grande, tipo cabaña y además, de que había más habitaciones en la parte de atrás. Teníamos segundo piso, y era menos que eso, por solo tener tres habitaciones. La vieja habitación de Axel, dónde había una vieja computadora. Funcionaba, y los chicos la usaban, de vez en cuando porque hay teníamos el módem y router para el Internet. Aunque la Internet era horrible.

—Y a veces todo es un asco—murmuré, bajando de mi habitación y yendo hacia la otra sala de la casa.

Papá había remodelado la casa, cuando empezamos a llenarnos. En ese momento, habían pasado unos meses de la muerte de mi mamá y Michael empezó a ser "padre sustituto", además de Lucas, Chad, Axel y yo, por supuesto. Respiré, mientras atravesaba la cocina, bajaba el desnivel hasta llegar a la sala. Era amplia con tablones de madera arriba, teníamos televisor de plasma, junto con dos consolas de videojuegos, además del sofá y los sillones. Una parte de la casa, tenía una amplia ventana corrediza, especialmente, colocada hacia la parte de fuera de la casa. O sea en el patio, afuera directo al bosque.

Las demás habitaciones estaban atrás, en el primer piso. Todos tenían sus habitaciones, y tenían algo de privacidad, excepto Lucas y Chad; ellos compartían. Había un largo corredor, y con varias puertas. Había un baño al final del corredor. Un poco más grande, para ellos y solo para ellos. A veces la casa parecía un motel rústico o una de esas cabañas, que se alquilaban para las vacaciones de Navidad. Me reí por eso.

Observé el lugar. Estaba vacío, miré hacia fuera pero no había nadie. Apreté mi trenza francesa, cómo una forma de controlarme y lo supe. Habían salido y se habían transformado. Volví a la cocina, busqué algo cómo refrigerio, había desayunado pero era media mañana y quería algo más. Encontré un chocolate Snicker y fui a echarme al sofá y encendí la televisión. Me acurruque con un almohadón, mientras comenzaba a cambiar canales y me comía el chocolate. Comí unos bocados hasta que me detuve para ver una película. Iba por la mitad, pero recordaba cuando la vi con Lacey y Ellie en el cine. Lloramos mucho con el final. Era Bajo la misma estrella, y me gustaba la película. A veces la veía con Will cuando la pasaban por cable y los dos llorábamos juntos.

Al rato, me había dado cuenta que me había comido el chocolate. Eso me sorprendió; tenía muchos más antojos. Suspiré, todavía tenía los efectos de las hormonas en mi cuerpo, y lo estaba haciendo llorando de más, y comiendo de más. Me acomodé y miré el techo color caoba. Además del poco volumen de la película, que había en la casa, no podía escuchar nada más. Sabía que mis oídos humanos no podían percibir más allá, pero los sentidos tanto de los vampiros y los licántropos, en este caso hombres lobo, eran mucho más competentes que los míos. Hubo un tiempo que los envidiaba a todos, e incluso a mi padre adoptivo. Todos tenían habilidades que me sorprendían, los sueños premonitorios y observaciones de aura de Rick; el control sobre la sangre de Desirée y hasta la memoria eidética de Jesse. Pero también, estaban las habilidades normales, de seres paranormales: agilidad, mejor visión y oído, inmoral, resistencia, súper fuerza y hasta ¡poder tener hijos!; eso para los vampiros. Y en el caso de los hombres lobos; capacidad para transformarse, fuerza, mayor resistencia a las heridas, un sistema inmunológico fuerte (aunque eran débiles a ciertas cosas) y la capacidad de retrasar su envejecimiento.

Hice una mueca y pensé en ello.

Dejar de envejecer era lo que me llamaba más la atención y una vez se lo pregunté a Michael. Se rió cuando le pregunté sobre eso, y estaba dispuesta a contarme sobre eso, pero cambió de tema cuando le pregunté sobre su edad. Escupió su trago de Bourbon; empezó a toser y me miró con el ceño fruncido. Todos se rieron menos Michael y yo. Al parecer decir la verdadera edad era un tema tabú en la casa, y lo sabía muy bien.

Renacimiento © ✓Where stories live. Discover now