Capítulo 29

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Nueva York, 1999.

Si había una imagen que jamás esperé volver a ver, era esta: Clark Osborne en el asiento de copiloto de mi coche. Resultaba hasta abrumador pensar que, cuando decidí irme, no se me pasó por la cabeza. La esperanza de retornar a los brazos de Russell ensombreció cualquier nostalgia por momentos así que hubiese podido albergar.

Ahora que todas las cosas que me distraían de Clark dejaban de ser una posibilidad, se mezclaban en mi interior lo que debí haber sentido al irme y lo que sentía al regresar. Mi mente se llenaba de imágenes, de conversaciones, de trozos de historia, cubriendo en un mismo segundo lo que tendría que haber sido años según el orden natural del universo. Extrañaba a una persona que estaba a mi lado; recuperaba algo que perdí sin darme cuenta.

Quizás la única consecuencia positiva de la ansiedad de Clark era cómo calmar sus nervios desviaba mi atención de lo que yo mismo sufría. No podía autoflagelarme por haberle dado la espalda cuando me necesitaba si ahora me necesitaba también.

Luego de aproximadamente una hora de viaje —las calles estaban atestadas— llegamos a Watkins Records. Viendo solo el edificio de ladrillos encastrado entre otros bastante más altos, nadie hubiera adivinado que se trataba de una discográfica reconocida. Yo mismo lo dudé, hasta que Clark señaló el cartel sobre la puerta transparente. Al apearnos del automóvil, le rodeé los hombros con el brazo en un gesto consolador, antes de asumir que la diferencia de estatura dificultaría demasiado el caminar así.

Nos adentramos en un vestíbulo que era más madera que otra cosa, con un muro tragado por vibrantes enredaderas y un gran escritorio de cerezo donde una recepcionista nos recibió.

—¿Es usted Clark Osborne?

Tuve que responder por él. Era como un padre llevando a su hijo al dentista.

—Sígame, por favor.

La mujer de mediana edad se puso de pie y pretendió guiarlo a lo largo de un amplio pasillo. Clark no se movió. En lugar de eso, buscó mi mirada con una expresión de terror. Jamás lo había visto tan asustado y, en cierta forma, me enternecía. Parecía más un niño que cuando lo conocí.

—¿Puedo ir con él? —solicité.

La recepcionista no demostró hastío —en caso de haberlo padecido en lo absoluto— y nos hizo pasar, ahora sí, a los dos.

La ausencia del propio Watkins en el estudio de grabación fue la primera señal de que algo fallaría que pude percibir. Fue Watkins quien creyó en Clark, no un sonidista anónimo de origen brasileño cuyo acento pesado complicaba la conversación. Ni siquiera yo mismo había depositado tanta confianza en lo que mi amigo era capaz de hacer con la música.

Clark entró a la cabina y se colocó los audífonos. Yo me senté al otro lado del cristal, en una silla aislada que me permitía ver el show sin entorpecer el trabajo del encargado en la mesa de mezclas. El corazón me latía justo en el medio de los oídos y el cambio de temperatura producido por la calefacción me hacía sudar.

—¿Cuál es tu nombre? —preguntó el brasileño—. Para la grabación.

—Clark Osborne.

—¿Qué vas a cantar?

—Un original.

Esto me sorprendió. Nunca había escuchado una canción original de Clark. Sabía que existían, sabía que había compuesto una buena cantidad de temas en sus años mozos, pero no tenía idea de cuál era su estilo o de qué hablaban.

Clark sacó la guitarra del estuche y se ubicó en un asiento que un asistente de producción le había proporcionado. Esta vez utilizaría una acústica, lo cual acrecentó mis temores. Watkins lo conocía por Walk of Life y no estaba seguro de que pudiera sostener una obra inédita de características tan dispares.

Inspiró profundo y empezó. Desde las primeras notas fue obvio que se trataba de un Clark Osborne en solitario. Tenía esa cadencia, esa ingenuidad, pero también la rabia. No era como la mayoría de los riffs compuestos por aficionados —su separación de Juilliard era lo bastante grande para calificarlo como tal—; sonaba a algo. Algo agridulce, la clase de melodía que jamás has oído y que quieres tararear dentro de tu cabeza para siempre, aun sabiendo que se te olvidará apenas termine. Esa sensación de repetir una nueva tonada favorita una y otra vez hasta que se te graba en el cerebro y te aburre, hasta que ya no puedes soportarla.

Cuando entró su voz, tampoco era a lo que me tenía acostumbrado. No había reverencia, aunque tampoco descuido. Era un punto medio abrumador, triste y fresco a la vez. Áspero y desenfadado, como si ya nada le importase porque todo le importaba más de lo que debía. Como si se hubiera cansado de sentir.

Y la letra... No le presté atención de inmediato, o quizás no quise hacerlo, pero en cuanto lo hice...

Y me dejas aquí,

con la nariz sucia,

con las rodillas raspadas,

con mi alma de neón.

Mientras cantaba, miraba al suelo. Rasgaba la guitarra con furia y sus pestañas cobrizas abanicaban las mejillas húmedas en aleteos inquietos. Los parpadeos propios de alguien con los ojos lastimados por el sol. La expresión característica de alguien que se rehúsa a llorar.

Y vuelas de regreso a tu tierra de sueños rotos,

porque tienes a alguien con quien dormir esta noche,

o eso quieres pensar.

El pre-coro asentó un nudo en mi garganta. De pronto él ya no era el único que no aguantaba mirarme y yo no creía contar con las fuerzas para enfrentarme al estribillo.

Y no se apiadó. Hacía varios errores que había dejado de merecer la piedad de nadie, especialmente la suya.

Porque puedo bailar con cualquiera,

excepto tú.

Porque podrías bailar con cualquiera,

excepto él.

La canción siguió hasta que dejé de escucharla. No era tan estúpido ni tan optimista para negar lo evidente. Era sobre mí.

—Muy bien —lo felicitó el operador cuando los tres minutos más largos de mi vida finalizaron.

Clark se puso de pie, se quitó los audífonos y guardó la guitarra. Al salir de la cabina, sus ojos me evitaron y su palma chocó con la del brasileño a modo de celebración.

—Seguro que lo consigues.

Yo también lo pensaba. No, estaba convencido de que lo conseguiría. Watkins se enamoraría de su arte tanto o más de lo que se había enamorado de su actuación y lo pondría en el mapa, todo gracias a la oportunidad que me aventuré a darle. Si eso sucedía, quedaríamos a mano.

Nadie dijo nada durante todo el trayecto a casa.

Dos semanas después, sefirmó el contrato de su primer disco.

CONTINUARÁ...

N/A: Solo un pequeño capítulo para ir cerrando el año. Al final he decidido posponer lo de iniciar un Patreon (aunque espero en un futuro poder hacerlo), ya que el tiempo y esfuerzo que tendría que invertir en una responsabilidad tan grande no sería compensado por los ingresos tal y como están las cosas ahora. Es por eso que pude traerles un capítulo esta semana. Aun así, recuerden que pueden apoyarme en Ko-fi (es súper sencillo y no hace falta pagar ninguna suscripción; es posible donar una vez o las veces que se quieran). Mi situación económica es delicada y siento que el estrés en ocasiones no me da la tregua suficiente para sacarle verdadero brillo a las actualizaciones, así que cualquier ayuda se agradecería. Pero más allá de eso, los comentarios y los votos me dan vida y aprecio a todos.

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Mi amigo Russell (VERSIÓN EDITADA)Where stories live. Discover now