Capítulo 57

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Nueva York, 2001.

Reservé el pasaje de avión con el más culpable de los secretismos, recitando mis datos en voz baja contra el teléfono a pesar de que estaba solo en casa. Partiría hacia California el sábado a primera hora, como si los tímidos rayos del sol asomándose fueran los únicos con derecho a ser testigos de mi desaparición.

A lo largo de la semana, Debra me repitió una y otra vez que debía decírselo a Clark y, en el último día, sospechó que mi plan era no contárselo en lo absoluto, dejando que ella recogiese los pedazos rotos de mi vida por mí. Esta acusación no del todo errada me hizo sentir tan mal, que llamé a Clark apenas terminó nuestra charla y lo invité a cenar a mi apartamento.

No lo había visto en un buen rato; desde que Maureen me contactó, para ser precisos. Él se comunicó conmigo a la mañana siguiente para ver cómo me encontraba y yo di pocos detalles acerca de lo sucedido, una urgencia personal que no tenía por qué ensombrecer sus cielos despejados. Pero ahora ya no podría evitarlo. Esto era demasiado grande y ameritaba que lo enfrentase, no que escapara por la puerta trasera.

Comimos tranquilamente bajo una bombilla de fulgor amarillento, sobre un mantel de plástico y con un episodio ya visto de La ley y el orden murmurando en el televisor. Clark me contaba desopilantes anécdotas de su gira que yo no me cansaba de escuchar y, cada tanto, se detenía para avisarme que tenía salsa boloñesa en la comisura de los labios. No pasaban más de treinta segundos antes de que tuviera que devolverle el anuncio, acompañado por mi pulgar inquieto que no resistía el impulso de limpiárselos.

—Pensé que no nos íbamos a ver hoy —comentó mientras devorábamos el postre, dos rebanadas de pastel refrigerado.

—Tenía ganas de verte —respondí, sabiendo que era otra oportunidad perdida de decirle la verdad.

Quería disfrutarlo solo por unos minutos más, regodearme en su presencia, la cotidianeidad de estar cenando juntos un viernes con la televisión encendida. En unas horas tomaría un vuelo que me alejaría de todo aquello, seguramente para siempre, y no deseaba estropear cualquier momento de gozo que pudiésemos robarle al destino antes de que ocurriera.

Perdido en aquella tierra de nadie espaciotemporal donde el futuro y el pasado no existían, Clark volvía a ser el chico inocente y chispeante que había sacudido mi mundo veinte años atrás. Sus ojos sonreían, su barba se impregnaba de migajas y sus risas, ahora más maduras, revoloteaban por mi sala-comedor como polillas dispuestas a morir con tal de permanecer cerca de la luz que las hipnotizaba.

Me encantaba Clark y, en ocasiones como esta, me confundía. Era tan grande la grieta que me separaba de Russell que apenas podía competir con la cálida realidad de aquel hombre que sí me amaba. Sin embargo, no debía dejar que eso me sedujera. Russell solicitó verme. No, Russell necesitaba verme al punto en que no le importó romper el corazón de Maureen por segunda vez para lograrlo. Algo tenía que significar.

Lavando los platos, me esforcé por evocar recuerdos a su lado que se asemejaran a este, claro y reconfortante. A mi mente no acudieron más que imágenes de nuestras veladas clandestinas en hoteles alejados de la mano de Dios, de las miradas reprobatorias del país que estaba contra nosotros. Había un deje de solemnidad en ese pensamiento, una sensación de deber, pasión y rebeldía. Russell era la causa que había elegido para arriesgarme, la promesa que me hice a mí mismo y, por cautivadoras que fuesen las pequeñas escenas vividas junto a Clark, nada tenía más valor que eso.

Aun así, la angustia me abrasaba el pecho, haciéndolo arder todo el camino hacia el sofá sobre el que nos desparramamos con el estómago lleno y, al menos él, con el corazón complacido. Acurrucado contra la curva de su cuello, sintiendo cómo el vello facial me hacía cosquillas en la nariz y su brazo me rodeaba los hombros, caí en incapacitantes estados de vigilia que me abandonaban por instantes fugaces, solo para regresar con más fuerza y aplastarme contra la tibieza de su cuerpo.

Mi amigo Russell (VERSIÓN EDITADA)Dove le storie prendono vita. Scoprilo ora