Capítulo 37

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Nueva York, 2000.

Confieso que ni yo mismo me creí el potencial éxito de Clark como músico hasta que la sección cultural del periódico ofreció su veredicto. Watkins no mintió al hablar de sus deseos de propulsarlo y apenas Clark regresó a sus estudios —esta vez solo— puso en marcha un álbum que prometía catapultarlo hacia las estrellas. Las reticencias que cualquier profesional de la industria tendría respecto a un solista de mediana edad a quien nadie conocía fueron poco menos que inexistentes y la campaña publicitaria fue la más extensiva que pudo haber tenido alguien de esas características.

Sensible y descarnado —leyó Dion, caminando por encima de los muebles de Jeff con una sonrisa de oreja a oreja—. Osborne es un completo desconocido que se desnuda ante nosotros a través de sus melodías agridulces y letras honestas. Carajo, ni necesitaron llevarte a cenar, Clark —se rio.

Clark y yo forzamos una sonrisa, recordando que para la mayoría de sus amigos su antiguo trabajo era un secreto. Lucy no se esmeró en aparentar, aunque le apretó la mano en señal de cariñosa felicitación.

—Siempre supe que ibas a ser grande —apuntó Hattie, para luego volverse a su amiga—. Bueno, los dos, pero...

—¿Y ahora qué sigue? —la cortó Jeff, milagrosamente espabilado—. ¿Vas a irte de gira o qué?

—Sí va a haber una gira, en realidad —replicó él—, pero la estoy posponiendo...

Lucy lo miró de golpe. Ella no estaba informada de aquella decisión. A decir verdad, yo tampoco, mas el razonamiento detrás me resultaba tan obvio que no pude ni sorprenderme. Era lógico que Watkins le arreglase una gira promocional como parte del contrato, después de todos los votos de confianza depositados en él. La única forma de que no sucediera era que el propio Clark rechazara la oportunidad y, para mi desgracia, sabía por qué.

No quería irse sin mí. Todavía le dolía mi primer abandono y no estaba listo para que nos separásemos de nuevo. Dolía incluso más si pensaba que no era culpa lo que lo motivaba, sino el temor de que al regresar, yo me hubiese ido otra vez. Temor de que quitarme el ojo de encima un minuto significara volver a perdernos.

—Eso es una tontería —escupió Lucy—. Eres una revelación, Clark, y las revelaciones necesitan llegar a tanta gente como puedan. Acabas de lanzar un álbum, no puedes...

—Exageras. —Se levantó del sillón—. Si a la gente de veras le gusta tanto como dicen, me esperarán. Hay cosas aquí que no pueden esperar.

Indignada, Lucy dejó su lugar en la alfombra y le siguió en dirección a la ventana, donde uno de los gatos de Jeff se sobresaltó.

—¿Qué cosas, Clark? ¿Qué cosas no pueden esperar? ¿El pub de Arthur? ¿Tus estúpidas partidas de cartas con Dion?

—Oye, lávate la boca antes de hablar de esas cartas —advirtió Dion.

—¿O es que hay algo más?

Quería suplicarle que se detuviera, que soltara el tema y lo viera volar lejos. Clark estaba a punto de quebrarse y en cualquier instante alguien invocaría mi nombre. La frágil paz establecida, nuestro endeble estado de tregua, se balanceaba en una rama pronta a romperse y arrojarme al abismo. No podía suceder ahora. No cuando empezaba a redimirme. No cuando Clark nos necesitaba a los dos.

El protagonista de la discusión se dio la vuelta y la miró con los ojos irritados. Su jadeante respuesta fue un susurro que retumbó en la ciudad entera.

—No me hagas decirlo, Lou. Si te alegras por mí, no me hagas esto.

Lucy le sostuvo la mirada por unos segundos y finalmente bajó la cabeza, resignada.

Mi amigo Russell (VERSIÓN EDITADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora