Capítulo 47

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Nueva York, 1982.

La noche de mi tercer encuentro con Clark, sus horarios lo trataron con mayor misericordia. No mintió cuando dijo que se reservaría un rato para mí y me alegré de ni siquiera tener que entrar al club, pues nos encontramos directamente dentro de mi coche. Parecía mentira tener un veinteañero de dudosa reputación en ese asiento, charlando con tanta naturalidad, riéndose de mí. ¿Cuántas veces le pedí a Russell que me diera eso y me lo negó?

—Ey, ¿qué pasa? —me preguntó Clark, asustándome.

—¿Qué pasa con qué?

—No sé, te pusiste serio de repente.

Sin duda lo había hecho. Nunca he sido bueno camuflando mis emociones y aquel muchacho era excelente leyéndolas. A menudo intentaba imaginarme cuántas cosas habría tenido que vivir para ser así, para estar en esa situación, con las manos tan frías y las diminutas erupciones en su rostro que se hacían obvias contra la luz del tablero del automóvil. Pero no era eso en lo que estaba pensando.

—Solo... —Tomé aire.

—Lo recordabas —asumió él.

No sonaba herido, ni siquiera molesto. Era lógico; no tenía porqué. Sin embargo, algo en su manera de hablar me hizo sentir culpable.

—¿Y qué hay con él? —quiso saber, desechando cualquier indicio de resignación para sonreírme con esa picardía característica—. A ver, cuéntame tus orígenes de villano.

Una carcajada lo empujó contra el respaldo del asiento cuando revelé no entender qué trataba de decir. Mientras tanto, limpié mis gafas, implorándoles que me dieran el suficiente tiempo para armarme de valor y contestarle.

Nadie además de Debra estaba al tanto de lo ocurrido entre Russell y yo, hasta el punto en que pude haberme hecho millonario difundiendo aquella historia si no hubiese sido tan recto. Revelársela a un joven que apenas conocía no solo era un sacrilegio, sino también un riesgo para todos los involucrados. No obstante, sospechaba que podía confiar en él, que su actitud casual ante la vida no daba espacio a la maldad, que no le importaría tanto como para usarlo en mi contra. Y no me equivoqué.

—Era actor —comencé, colocándome los anteojos—. Lo sigue siendo, en realidad, aunque ya no recibe papeles tan buenos como los de antes. Lo conocí en el cincuenta y nueve...

Así, sin prisas y con la mirada baja, repasé cada capítulo de mi historia con Russell, incluida Maureen. Clark me escuchaba como si fuera su abuelo relatándole sus antiguas aventuras y me pregunté por un instante hacía cuánto que no tenía esa experiencia, si es que alguna vez la había tenido. La realidad era que yo no sabía nada sobre él y él ya sabía todo sobre mí.

Cuando terminé, estaba ojiplático.

—Eso es todo —sonreí humildemente.

Clark cerró la boca y la volvió a abrir. Luego empezó a reírse, negando con la cabeza entre la incredulidad y la fascinación.

—No, escucha, viejo, no puedes salirme con algo así y no darme un solo nombre.

Me endurecí.

—No sé si sea...

—No, en serio, te juro por Paul McCartney que jamás lo divulgaré. Me lo llevaré a la tumba. Puedes matarme si quieres, de verdad, pero tengo que morir sabiendo a qué bombón te llevaste a la...

—Russell Weatherby.

De nuevo el estupor, los ojos cafés abriéndose a más no poder.

—Russell Weatherby... —repitió en voz baja.

Mi amigo Russell (VERSIÓN EDITADA)Where stories live. Discover now