Capítulo 25

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Nueva York, 1999.

Un par de días después de nuestro paseo por Central Park, Clark me invitó a otra de las reuniones de sus amigos. Mentiría si dijera que no tuve mis serias dudas a la hora de aceptar. Por más que el resentimiento de Clark pareciera haberse disipado, no sabía si los demás estaban preparados para confiar en mí. Hacía menos de una semana me lanzaban miradas de antipatía sin siquiera haber hablado conmigo, y aunque hubiésemos construido cierta base para una mejor relación, presentarme en la casa de uno de ellos luego de lo del mural sonaba inapropiado.

—Estarás bien —me aseguró Clark cuando le expresé mis reservas—. No son gente rencorosa. Lleva comida y te adorarán.

—¿Incluso Lucy? —pregunté.

—Bueno, tal vez no Lucy. Te costará un poco más de trabajo convencerla. Pero la comida alcanza para la mayoría de nosotros.

—¿También para ti?

—En especial para mí.

Así que armado con un exquisito pastel de chocolate, caminé hasta la puerta del apartamento de Jeff y toqué el timbre.

Debo admitir que el edificio donde vivía era mucho más agradable que el de Clark y Lucy. Los barandales de la escalera se sentían un poco más firmes y la luz que se filtraba por la cristalera del techo le daba un aspecto cálido y acogedor.

Antes de que tuviera oportunidad de pensar que a lo mejor no me habían oído, la puerta se abrió y los ojos somnolientos del dueño de casa me inspeccionaron.

—Buenas tardes —sonreí.

Jeff se rascó la espalda baja y miró hacia adentro.

—¡Muchachos, es Gordon!

Mi expresión afable se derrumbó lentamente al escuchar los murmullos desorientados de los otros.

—¡Y trae comida! —agregó Jeff.

Clark tenía razón. Ni bien la palabra «comida» entró en juego, el cuchicheo de confusión se transformó en exclamaciones alegres.

—¡Qué bien! ¡Gordon está aquí! —celebró Rebecca.

—¡Adoro a este hombre! —oí gritar a Dion.

Me reí y Jeff me obsequió una sonrisa adormilada.

—Pasa.

Entré primero y él se quedó cerrando la puerta. Mientras tanto, un gato atigrado cruzó por entre mis piernas, casi haciéndome caer. Tastabillé durante unos instantes y observé a mi alrededor. La sala de estar no era la gran cosa, pero resultaba tan familiar y simpática como el resto del inmueble. Amontonados en los sillones, alrededor de una mesa llena de galletas y tazas, yacían Clark y el resto de los suyos.

—Justo a tiempo —dijo él.

—Lo sé, trae comida —bromeó Dion—. Déjame ayudarte con eso.

Le permití tomar la bandeja y no pasaron más de tres segundos antes de que todos estuvieran sobre él como una jauría de lobos hambrientos.

—Ey, cálmense, cálmense —les ordenó, tambaleándose hasta la mesa de café y pidiéndole a Jeff que hiciera espacio para el bizcochuelo—. Listo, sáquense los ojos.

El postre desapareció más rápido de lo que yo pude haberme acercado de haber querido un trozo.

—Buenas tardes, señor Shipman —me saludó Hattie, sentada en el suelo con las piernas cruzadas en posición de yoga.

Mi amigo Russell (VERSIÓN EDITADA)Where stories live. Discover now