Capítulo 27

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Hollywood, 1961.

Una tarde de verano, entré al apartamento después de un breve paseo y encontré a Maureen parada junto al teléfono, mordisqueándose las uñas con una expresión extraña. De inmediato, temí lo peor. Sus ojos estaban clavados en el aparato y no daban señal alguna de haber notado mi presencia.

—Estoy de regreso —anuncié. Maureen dio un respingo y me miró con alteración—. Muñeca, ¿sucede algo?

Se pasó la mano por la garganta, como tratando de sacar las palabras que se habían atorado allí, y jugueteó con el pequeño dije de su collar.

—Estaba charlando con Patti —me informó—. Patti Sanford. La recuerdas, ¿cierto?

—Desde luego. ¿Qué necesitaba?

Por la forma en que Maureen cruzó los brazos y bajó la mirada, supe que se trataba de una mala noticia. Esperó unos segundos antes de hablar, acumulando coraje mientras se apartaba un mechón de pelo del rostro.

—Brent, su hijo —empezó—. Él... falleció anoche.

Me quedé callado. No sabía qué decir. Estaba atontado por esa rara sensación que invade a uno cuando muere alguien que nunca ocupó un lugar especial en su vida, aun siendo importante para todos los demás. Esa culpa por no sentir tristeza; esa vergonzosa apatía que se hace pasar por lástima.

—Ya no podía seguir luchando —continuó mi esposa—. Estaba cansado e incluso comer era un esfuerzo descomunal. No debía pasar por eso siendo solo un niño.

—Está mejor ahora.

—Lo sé —rio y sollozó a partes iguales—. Ya está bien.

Era evidente que Maureen vivía aquel duelo como si se hubiera muerto un hijo suyo. A mí, sin embargo, me preocupaban más quienes seguían con vida.

—¿Cómo está Ernie?

—No ha dicho una palabra desde que se enteró. Está profundamente conmovido.

—No es para menos.

Me dirigí al refrigerador, dispuesto a servirme un vaso de jugo y olvidar el asunto por un momento. Pero Maureen se quedó allí, congelada. No podía dejarla así. Sin importar las emociones contradictorias que estuvieran inundando mi propia visión del tema, verla tan apagada era algo que no conseguía tolerar.

—Está bien —dije, acercándome y poniendo mis brazos alrededor de ella—, sé que te duele.

Mi voz transmitía una calma que le permitió abrirse. Apoyando el mentón en uno de mis hombros, se aferró a mí y comenzó a llorar con serenidad casi inaudible.

—Por supuesto que me duele —murmuró—, también soy madre.

Aunque su respuesta no tenía sentido desde ningún punto de vista lógico, ambos sabíamos que era verdad.

—Claro que lo eres —le susurré, con los labios pegados a su frente.

-o-o-o-

Tres semanas después, Ernie y Patti Sanford anunciaron que planeaban volver a su antigua casa. Resultaba natural, teniendo en cuenta que la única razón por la que se habían ido de allí era para estar cerca de su hijo. Aun así, me sorprendió y preocupó mucho. Maureen insistía en que podíamos vivir de su paga, pero ser el casero de los Sanford era en cierto modo mi propio trabajo, y perderlo significaba perderme a mí mismo como hombre. Responder a sus ocasionales pedidos de ayuda sobre cómo utilizar algún aparato o ajustar la temperatura del agua de la bañera, era lo único que me separaba de convertirme en un mantenido.

Mi amigo Russell (VERSIÓN EDITADA)Hikayelerin yaşadığı yer. Şimdi keşfedin