Capítulo 54

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Nueva York, 2001.

Alrededor de un mes después del reencuentro con sus padres, sentado con las piernas cruzadas en la alfombra de mi sala de estar, Clark dejó de revolver el té verde que Hattie le había obsequiado con el fin de hacerme una pregunta.

—¿Te gustaría ir a la obra de Dion este fin de semana?

Parado frente al refrigerador abierto, interrumpí mi búsqueda de quién sabe qué objeto olvidado y lo miré. Sabía que Dion actuaba en una compañía teatral y a punto estuve varias veces de ir a verlo, pero me sorprendía que Clark me invitase. Desde la fatídica noche en que su pasado lo encontró, su universo y entusiasmo se habían reducido mucho. Seguía componiendo, ensayando y ofreciendo espectáculos, mas sus salidas de esparcimiento eran limitadas y casi siempre requerían cierta presión por parte mía y de sus amigos.

El grupo estaba al tanto de la situación. Con todo lo acontecido, Clark no hallaba lógica en continuar ocultándolo. La tarde sucesiva a la tragedia, nos hizo sentar a todos en el minúsculo jardín de la casa de Dion y Rebecca e inició la confesión, en orden cronológico, de cada uno de sus pecados.

Hattie fue la primera en moverse. Levantándose del regazo de Jeff —minutos antes de que Clark arrivara a su juicio, me comentó que estaban saliendo y me alegré sinceramente por ella—, caminó hacia el hombre sollozante y lo envolvió con sus brazos. Jeff y Rebecca le siguieron, y Dion corrió hacia ellos gritando que abrieran paso para colgarse de Clark entre carcajadas cómplices. Lucy y yo nos quedamos a un lado, sonrientes, felices de confirmar lo que ya intuíamos: pasara lo que pasara, siempre podría contar con su nueva familia.

Superado el shock que una historia así inevitablemente traería consigo, nadie indagó en detalles escabrosos. Él había dicho lo que tenía que decir y ahora solo restaba sobrellevarlo. Así aparecieron los libros de autoayuda de Rebecca, los cómicos esfuerzos de Dion por mantenerlo alejado de cualquier cosa que pudiese tentarlo —incluso si eran sustancias con las que Clark no había tenido problema en su vida—, los tés y limpiezas espirituales de Hattie y las largas y privadas conversaciones con Jeff, de las que salían llorando —adiviné que le habría revelado su propio secreto, ese que le impedía dormir por las noches, aunque nunca estuve seguro del todo—.

A grandes rasgos, podría decirse que no existía persona en el mundo mejor cuidada que Clark Osborne. Lo cual, por supuesto, no invalidaba su luto por la nueva e infranqueable distancia entre él y sus progenitores. Debido a esto, me sorprendió oírlo tomar la iniciativa respecto a una actividad de recreación.

—¿Tú quieres ir? —Desconfié.

—Bueno, es RENT... —Se encogió de hombros—. Pero es mi amigo. Además, por fin le dan un personaje importante. Imagínate sentarse ahí dos horas para que solo sea un sujeto en el fondo.

Meneando la cabeza, sonreí. Recuperar al antiguo Clark me sabía a gloria.

—¿Y dices que podría agradarme esta obra?

—¡Qué va! Sé que la vas a odiar, pero no creo que vayas a pasarla mal, necesariamente. Aunque el personaje de Dion es un perdedor al que una Maureen deja por alguien más capaz. A lo mejor golpea cerca de casa...

Una nube negra flotó sobre mí por un instante, haciéndome dudar. Más allá de lo mucho que pudiera herirme, Maureen era ahora un recuerdo enterrado bajo tantos otros, palideciendo ante la sombra de Russell y —recientemente— Clark. Su abandono me dolía del mismo modo en que duele la muerte de una primera mascota o la pérdida del contacto con un viejo amigo. Un dolor simbólico, el fantasma de un sentimiento que se volvía más y más difuso con el paso de los años.

Mi amigo Russell (VERSIÓN EDITADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora