Capítulo 21

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Nueva York, 1999.

El lugar donde Clark vivía era un escupitajo en la cara del buen gusto de seis pisos, sin elevador. La grosera fachada de concreto parecía encajada con calzador entre los edificios de ladrillo, flotando parcialmente sobre un típico restaurante italiano y desafiando a los transeúntes a mirarla sin sentir lástima por quienes vivían allí.

Un par de escalones me llevaron a la entrada. Había una almohada amarillenta y maloliente a un costado de la puerta. El pequeño cartel junto al timbre del 3-A rezaba «Osborne-Seelenfreund», y algo en el hecho de que hubiesen fabricado una placa con los apellidos de ambos me generó cierta incomodidad. Hundí el dedo en el botón, buscando quitarme el mal sabor de boca.

—Sube de una vez —dijo la irritada voz de Lucy a través del intercomunicador.

El portero eléctrico zumbó y empujé las pesadas hojas de hierro con todas mis fuerzas. Luego fueron cuatro tramos de escalera que me hicieron todavía más consciente de mi edad, y no más de un minuto después estaba de pie frente a la puerta, blanca y descascarada, cuyas letras negras anunciaban el 3-A. Eran apenas diez minutos más allá de las nueve de la mañana, pero las voces alegres que brotaban del interior daban una impresión muy diferente.

Intenté meterme por mi cuenta —no tenía deseos de discutir con la dueña de casa— y lo único que conseguí fue desplazar la puerta unos pocos centímetros hasta tensar la cadena que la mantenía cerrada. Con aquella barrera más o menos destruida, la fiesta de música que se desataba adentro era tan audible que hubiese podido unirme desde afuera.

—Yo voy —escuché que Lucy les comunicaba a sus amigos. Lo siguiente que supe fue que la puerta se había abierto por completo y aquellos intensos ojos rasgados me miraban—. Pasa —ordenó.

Ingresé al apartamento y ella se quedó detrás de mí, volviendo a poner todos los seguros. Me topé, entonces, con una escena que amplificó mi sensación de no encajar a un extremo ensordecedor.

En el medio de una minúscula sala que se fusionaba con la cocina, estando el parqué cubierto de papel periódico y con los pocos muebles y unas cuantas latas de pintura amontonados en un rincón, figuraba una mesa de café que no había sido hecha a un lado. Sobre ella, bailando mientras cantaba a los gritos el estribillo de All Together Now con sus amigos ayudándolo en los coros, estaba nada menos que el tal Dion, cuya altura casi hacía que su cabeza se golpeara contra el techo en cada salto.

Sentada junto a la mesa, una joven de piel oscura que yo no conocía portaba una sudadera de Yale y colaboraba con una perezosa percusión. Hattie hacía un cómico intento de bailar alrededor de ellos, riéndose a carcajadas y tarareando la melodía.

Por su parte, Clark y Jeff estaban medio echados en otro rincón de la habitación, acompañando con no menos entusiasmo. El primero tocaba la guitarra y el segundo recargaba la cabeza en su hombro de una manera que me hizo sentir asco por un momento.

Nadie se percataba de mi presencia. Lucy se había quedado en el sector de la cocina, abriendo armarios vacíos y chasqueando su lengua cada vez que no encontraba lo que fuera que estuviese buscando.

De repente, el caos. Dion hizo la mímica de estar saltando la cuerda y una de las patas de la mesa no pudo resistir su peso, quebrándose en el acto. El cuerpo del hombre impactó contra el suelo con un estrépito, la guitarra hizo silencio, los bailes terminaron y el mundo entero se concentró en él.

—¿Estás bien? —preguntó Hattie.

Dion se cubrió el rostro con las manos y empezó a reírse. Se reía histéricamente. Sus amigos bufaron y rodaron los ojos y le dijeron que era un payaso, todo sin que él pudiera frenar su carcajada.

Mi amigo Russell (VERSIÓN EDITADA)Where stories live. Discover now