CAPÍTULO TREINTA Y UNO

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Matías llegó al orfanato con apenas 4 años de edad, ya era la segunda vez que escapaba de su hogar, era un niño muy pequeño pero lo suficientemente inteligente para entender que aquellos que se proclamaban como sus padres no eran precisamente buenos para él.

Él mismo me contó que su padre solía llegar alcoholizado a casa y lo golpeaba con la hebilla mojada de su cinturón, mientras que su madre no tuvo tanta suerte, ya que ella solía recibir los azotes con un alambre de púas en su espalda.

La primera vez que Matías escapó fue pillado por la policía, como podrás imaginar, el pequeño se encontraba aterrado de contar las atrocidades que sucedían casi a diario en casa, obviamente por temor a las represalias de su padre y que las cosas se tornaran peores de lo que ya eran; Así que su huida fue catalogada por las autoridades como un tremendo acto de rebeldía y llevado de vuelta a la casa de sus padres.

Cuando Matías llegó aquí lucía delgado y con ojeras demasiado pronunciadas. Tan sólo habían pasado unas tres semanas de su primer intento por dejar aquella casa del terror, nuevamente fue pillado por dos agentes que patrullaban la zona. La diferencia es que esa vez sí se atrevió a hablar. No fue complicado comprobar lo que alegaba ya que las marcas en su piel así como su alto grado de desnutrición eran difíciles de ignorar.

Un juez dictaminó que sus padres eran incapaces de hacerse cargo del Niño, además tengo entendido que les dieron una buena sentencia, la verdad ignoro detalles de lo que sucedió con ellos posteriormente, espero que se estén pudriendo en vida, la muerte sería demasiado premio para ellos ¿No te parece?.

Imaginar ese aspecto famélico y deteriorado en un infante es algo bastante fuerte, sin embargo, nada me había preparado para la realidad que casi rayaba en lo grotesco, al tenerlo frente a mí descubrí que él era real y su realidad me partía el corazón, por lo tanto decidí protegerlo. Haciendo uso de determinadas influencias me las ingenié para que el niño creciera bajo mi responsabilidad.

Nunca pude sacarme de la mente sus manitas, le faltaban las uñas completas en varios de sus dedos. Después de su primer intento de escape lo encerraron, así que durante veinte días o más estuvo tallando la puerta con sus dedos hasta conseguir cavar un agujero en la madera, uno lo suficientemente grande para que sus pequeños dedos pudieran abrir desde dentro.

Ayudó que la puerta era bastante vieja y jamás recibió mantenimiento desde que se mudaron a aquella humilde casa, así que la madera estaba toda desvencijada.

Aún así las heridas infectadas eran capaces de ponerle la piel de gallina a cualquiera, había pequeñas larvas entrando y saliendo de su piel.

La pesadilla de cualquier tripofóbico.

Conforme fue creciendo su mente comenzó a unir ciertos puntos y entendió varias cosas, la primera fue que su madre era prostituta; aparentemente no tenía otra manera de llevar dinero a su casa ya que lo poco que ganaba el marido lo dilapidaba en alcohol y quizás también en drogas. El padre de Matías conducía un camión de carga para ganarse la vida, ya sabes que es bastante común que los traileros se ayuden con estupefacientes para soportar despiertos las largas jornadas.

Esas ausencias prolongadas eran aprovechadas por su madre para meter diferentes hombres a su casa y cuando su padre la descubría con otro perdía la cabeza y es ahí donde sacaba el alambre.

Matías pensó que si escapaba de casa su mamá dejaría de meter hombres puesto ya no tendría la preocupación de ganar dinero para conseguir comida y por tanto su padre dejaría de golpearla.

Algunas veces la espalda de la mujer seguía en carne viva, ni siquiera daba oportunidad a que cicatrizara cuando las heridas eran reventadas de nuevo.

EL HUBIERA SÍ EXISTE  (CAMREN)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora