CAPÍTULO TREINTA Y NUEVE

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PERSPECTIVA DE MATÍAS

¿Quién iba a imaginarse que tres mujeres que ni siquiera me conocían y de quienes yo mismo desconocía sus nombres hasta hace muy poco salvarían mi vida?

Había pasado alrededor de unas setenta y dos horas refugiado en la casa veraniega de la Familia Jauregui, tres largas noches con intentos desesperados por mitigar mi ansiedad debido al paso tan dolorosamente lento del tiempo. Demasiado cansado de estar acostado en la cama como para tener ganas de dormir y aunque mi estado de salud era bastante estable dadas las circunstancias: Recibir cinco disparos y que la mujer cuyas manos habían sacado mis balas fuera nada más y nada menos que la Directora de un Colegio Católico para niñas...

Insisto, físicamente las cosas marchaban dentro de lo esperado, pero...Algo no estaba bien conmigo.

Cosas mías y de mi mente, así que no por culpa de mis demonios internos podía restarle mérito a la labor casi heroica de Taylor Swift.

Ella no solamente me había salvado la vida, también se mantuvo a mi lado durante toda la primera noche, vigilante de mi temperatura y alerta de mis signos vitales en general. Se encargó de mantenerme hidratado, desinfectó mis heridas y me suministró hierro para que mi cuerpo recuperara los glóbulos rojos que habían disminuido de manera considerable tras sangrar profusamente.

A la mañana siguiente del aquel día que casi termina en tragedia, me sentía como si un camión me hubiese pasado por encima, tenía el cuerpo todo jodido y dolorido, pero entonces había aparecido nuevamente Lauren, acompañada de otra joven mujer, una muy alta y atractiva, también con los ojos verdes; Supe que se trataba de la pareja de mi Doctora cuando se saludaron con un beso en los labios.

Ellas trajeron comida suficiente para que desayunáramos los cuatro y además dejaron para mí ropa nueva, de manera que tras darme una larga ducha con agua caliente pudiera colocarme algo cómodo y limpio.

Karlie Kloss, la novia de Swift, me entregó varias bolsas con el logo de Macy's, no existía nada estrafalario allí dentro, lo cuál agradecí en silencio porque mis gustos al vestir eran bastante sencillos, aunque en realidad nadie fuera a verme con los atuendos puestos, me sentiría raro. Afortunadamente lo que habían elegido para mí eran playeras de algodón en colores sobrios y lisos, sin mangas, para evitar que cualquier otra textura de tela hiciera fricción con mi brazo y con mi hombro lastimado. Además me proveyó un par de pantalones cortos, dos juegos de pijamas, calzoncillos tipo bóxers y dos trajes de baño, en caso de que quisiera zambullirme en el mar o en la piscina, obviamente pensando hacia un futuro cercano, cuando mis heridas estuviesen completamente cicatrizadas.

Eso me recordaba que mi estancia allí sería por tiempo indefinido.

Mientras desayunábamos waffles y emparedados preparados con diversos ingredientes más nutritivos que deliciosos, a decir verdad, me informaron que la Señora Hansen había dejado una tarjeta de crédito dispuesta para mí, con un límite de crédito que casi me hizo escupir el jugo de naranja.

Me sentí como Michael Corleone en El Padrino, literalmente me estaban mimando como si del hijo exiliado de un poderoso mafioso italiano de la vieja escuela se tratara.

Karlie amablemente me entregó un móvil de la manzana mordida, última generación y con montón de aplicaciones instaladas para realizar compras en línea a las que vinculó los números del valioso plástico para que pudiera ordenar comida, artículos de cuidado personal, medicamentos y hasta licor si así lo deseaba.

No perdió oportunidad en recordarme que podía gastar libremente cuanto quisiera o necesitara.

Todo era muy extraño para mí, sabía que Mamá Dinah tenía su buen guardadito, pero seguía sin entender de dónde estaba sacando tanto dinero para costear todo esto, algo no encajaba del todo, temía que en su desesperación por ayudarme hubiese recurrido a un usurero y ahora tuviera una enorme deuda por saldar.

EL HUBIERA SÍ EXISTE  (CAMREN)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora