VEINTISEIS

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Para cuando por fin despierto Edwin me esta asfixiando con su brazo y babea sobre mi hombro

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Para cuando por fin despierto Edwin me esta asfixiando con su brazo y babea sobre mi hombro. Hago una mueca porque es extremadamente desagradable pero se me tierno. Como puedo me libero de su agarre y bajo de la cama, tengo que pasar por encima de Noah y los demás para poder salir de la habitación. Odio ser la primera que se despierta incluso si es en mi propia casa.

Cierro la puerta en silencio y bajo las escaleras frotandome los ojos. Huele a panqueques y chocolate, se que Azul está preparando el desayuno. De niña no entendía por que ella se debía de levantar primero que todos nosotros, me parecía ingusto y me sigue pareciendo ingusto pero según ella le gusta su trabajo. Después de todo, es parte de la familia.

— Buenos días solecito, el mundo te dice hola – Dice en cuanto me ve.

Le respondo con un monosílabo y me siento para esperar el desayuno, mientras, proceso lo que a pasado y en que planeta estoy junto con quien soy.

— ¿Larga noche? – Pregunta sirviendo café en una taza.

— Creo que todavía tengo sueño – Admito.

— No vayas a quedarte dormida en mi mesa, señorita – Amenaza y río.

— ¿Y mi padre? – Murmuró tomando la taza.

— Salió temprano.

Me le quedo mirando a la espalda de Azul cubierta por una bata por algunos segundos, lo mismo que hago cuando me levanto y me quedo mirando uno de mis zapatos. Parpadeo y le doy un sorbo al café.

— Iré al invernadero – Digo levantandome.

Azul asiente y me guiña un ojo antes de continuar con su lavor. Me llevo la taza conmigo y me abrazo a mi misma a medida camino por el pateo trasero de la casa. Hace mucho que no venía, no podía hacerlo, y creo que mi decisión de venir a las ocho de la mañana a principios de invierno no es una buena idea.

Cierro la puerta detrás de mi y coloco mis manos alrededor de la taza caliente para apartar los escalofríos. Al final del invernadero hay orguideas, las favoritas de mi madre. Se nota que mi padre o Azul han venido a regalas y les agradezco por ello. Tomo la silla junto a la mesa y me siento delante de las flores.

A mi madre jamás le gustó la idea de que la enterraran, prefirió hacer su cuerpo cenizas y que las esparcieramos en sus flores favoritas. Mi padre y yo lo hicimos juntos pero yo no volví a venir hasta entonces. Siento una opresión en el pecho cuando toco con la punta de mis dedos la flor.

El día siguiente a mi cumpleaños siempre era fantástico cuando mi madre estaba con vida, nos sentabamos frente a la chimenea a abrir los regalos, nos reíamos de la mala caligrafía en las etiquetas y la destreza para envolver de los demás. Así que esa es una de las razones por las que estoy aquí, huyendo de abrir aquellos regalos.

Dejo la taza sobre la mesa y apoyo mis codos en la mesa para estar más cómoda. Extraño cada cosa de mi madre incluso aquellas que no me gustaban, como sus regaños, las órdenes que me daba para levantarme de la cama. Daría lo que fuera por poder volver a tenerla en mi vida. Una lagrima involuntaria rueda por mi mejilla y la limpio tan rápido como puedo.

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