VEINTISIETE

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Se me seca la garganta y el pánico me aborda a medida que la mirada penetrante de los presentes me hace sentir pequeña

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Se me seca la garganta y el pánico me aborda a medida que la mirada penetrante de los presentes me hace sentir pequeña. Esto tiene que ser una broma de muy mal gusto.

Es una broma.

Me acomodo en mi asiento mirando a Stephen, su mano estirada hacia mi con el anillo entre sus dedos, esta arrodillado y siento que si no habla voy a hacer que pase la peor vergüenza de toda su vida. Conozco el sentimiento y no es lindo.

— ¿Que dices? – Insiste con una sonrisa.

Quiero decirle algo pero siento que tengo algodón dentro de la boca que me impide mover la lengua para hablar. Me guiña un ojo, frunzo el ceño y me lleva alrededor de unos segundos entender que quiere hacer.

— ¿No me estás pidiendo matrimonio por que estoy embarazada, verdad? – Alzó una ceja.

Una mujer ahoga un chillido. No se por que he dicho eso pero a sido lo primero que se me ocurrido. Soy consciente de que quizás la broma no salga tan bien porque Stephen y yo prácticamente aun somos adolescentes.

— No, por supuesto que no – Menea la cabeza – Quiero que te cases conmigo porque me apoyaste mucho cuando salí de la cárcel.

Tengo que contener una carcajada, me muerdo el interior de la mejilla cuando me doy cuenta de que hay miradas horrorizadas. Dios mio ¿en que me estoy metiendo?

¿De verdad la gente se esta creyendo esto?

Trago saliva y me remuevo incomoda por las miradas en mi asiento. Stephen sigue casa uno de mis movimientos con su mirada y eso solo logra que mis nervios se pongan de punta.

— ¿Que dices? – Sonríe de oreja a oreja.

¿Por qué me pongo tan nerviosa? Ni siquiera me lo está pidiendo realmente, es solo una broma.

— Si – Murmuró y asiento a la vez.

Por extraño que parezca cuando me devuelve el anillo un sentimiento de alegría me invade por completo y Stephen tira de mi para abrazarme. Es la primera vez que estamos uno tan cerca del otro, es la primera vez que compartimos un gesto y el sentimiento se intensifica.

Ahí vienen las mariposas en el estómago.

Los aplausos de la gente llenan el lugar pero yo a penas y los escucho. Siento que el tiempo se detiene por un momento a medida que mis brazos se acoplan a Stephen. Para cuando nos separamos todo vuelve a la normalidad, con la diferencia de que nos quedamos un momento mirándonos. Una idea se me cruza por la cabeza, la esperanza de que suceda junto con las ganas me hacen sentir ridícula.

Se aclara la garganta y vuelve a sentarse frente a mi, lo imitó en silencio y trago saliva una vez más.

— ¿Que fue todo eso? – Preguntó en un murmullo que sólo él y yo seremos capaces de escuchar.

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