Capítulo 12: Luna de miel

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Amélie:

- Señorita D'angelo, el señor D'angelo desea hablar con usted.

- Hágame un favor, señor López y dígale que se vaya a la mierda. - Contesté sin siquiera abrir los ojos.

Me encontraba tomando el sol en una de las grandes playas de la isla de Harbour; y evidentemente, estando en el paraíso, no quería levantarme. Aún menos si era para charlar con mi esposo, quien no paraba de comportarse como un completo idiota. Por eso, decidí ignorarlo hasta que se disculpase.

- Déjalo, Mario, ya me encargo yo. - Escuché decir a Alessandro.

A continuación, sentí como me hacía a un lado y se acostaba junto a mí.

- ¿Y bien? - Preguntó.

- ¿Y bien qué?

- ¿No vas a hablarme?

Por fin abrí los ojos.

- ¿Por qué debería?

El italiano se giró hacia mí y besó mis labios rápidamente. Tanto, que no me dio tiempo a apartarme, pero si a propinarle un golpe flojo en su brazo.

Él palmeó mi muslo y sonrió.

- Sal conmigo esta noche.

- Estoy enfadada contigo, Alessandro, ¿no lo ves?

- No es una propuesta. - Me guiñó un ojo. Yo rodé los ojos y el volvió a palmear el mismo sitio que antes. - No hagas eso.

- ¿Algo más en lo que deba obedecerle, señor D'angelo?

- No sabes cuánto me gusta que me llames así, Amélie. - Sonrió como un cabrón. - Pero si insistes, quiero...

No terminó de decirme lo que quería, en su lugar, se inclinó y me besó. Esta vez no hice el intento de apartarme.

- ¿Eso querías? - Pregunté harta.

Alessandro parecía no darse cuenta de que estaba realmente enfadada.

- Oh, venga, zanahoria...

- ¡No me llames así! - Me levanté cabreada y caminé hacia la casa donde nos estábamos hospedando.

Mi marido me seguía, y cuando me tuvo muy cerca me estampó contra una pared de la casa y colocó sus brazos al rededor de mi cuerpo, para que no tuviera escapatoria.

- Cielo, ¿qué pasa?

- Déjame en paz, Alessandro.

- Sólo quiero hablar contigo, Amélie. Se supone que estas dos semanas íbamos a disfrutarlas, pero nos hemos pasado una discutiendo. Y realmente no entiendo qué he hecho.

Una parte de mí estaba cabreada con él, sin embargo, la otra parte me pedía a gritos que aclarasemos la situación de una vez.

- Me confundes. - Confesé. Él me miró perplejo. - Te comportas distante y frío conmigo sin yo hacer nada. Al día siguiente me reclamas estar enfadada contigo como si tú no hubieras tenido la culpa.

El italiano pareció haber descubierto ahora la razón de mi enfado y al segundo su cara mostró arrepentimiento.

- No pensaba que eso fuera a molestarte...

- ¿Cómo no iba a molestarme?

Él se encogió de hombros.

- No estoy insinuando nada malo, pero tú siempre has sido distante conmigo, pensaba que así era nuestra relación.

- ¿Qué? ¡Era distante contigo antes de todo este embrollo, zoquete!

- ¡Eh! - Me agarró de la mandíbula y me acercó aún más a él. - En primer lugar, no me vuelvas a hablar así. Y en segundo lugar... - Mi marido me soltó y suavizó su tono. - Es la primera vez que tengo una relación sana. Necesito que me ayudes, ¿vale? Y para ello, la comunicación es clave, ¿no crees?

L'affareWhere stories live. Discover now