Capítulo 21: Emmanuel

4.6K 357 14
                                    

Alessandro

Cuatro días con la herida y cuatro días en los que mi mujer había estado más cariñosa conmigo de lo normal, si entendéis a lo que me refiero. El único problema ahora mismo es mi enfermero personal: Emmanuel.

Lo primero que hizo al llegar fue abrazar a Amélie como si fuera su esposa y a hablarle en francés como si no quisiera que yo escuchara lo que estaban hablando.

Al verme, me saludó con una sonrisa que bajo mi punto de vista, era bastante falsa. Aunque según Amélie, él siempre sonreía así. Me estaba tocando muchísimo las narices, quería que se fuera ya, pero me dijo que tendría que guardar reposo durante una semana más, así que todavía le quedaban unos días.

Gracias a Dios la casa en la que se hospedaba estaba a treinta minutos en coche, así que sólo pasaba aquí unas seis horas al día o algo así.

Pero para mí, eso era más que suficiente; sobre todo cuando no paraba de lanzarle miradas furtivas a MI esposa y hacer algunos comentarios totalmente fuera de lugar.

Juro que nunca había sido posesivo ni celoso con ninguna chica, pero con ella todo era tan distinto... Es decir, no me consideraba tóxico ni mucho menos, admiro a mi novia. Intento tratarla como la Diosa que es, que es como se merece que la traten.

Pero los malditos celos... Juegan malas pasadas.

No tienen ninguna justificación y era consciente de que no eran una actitud sana, pero no los podía evitar. Y era un sentimiento que me estaba matando por dentro. Ya sabía que estaba enamorado de la pelirroja, pero no me imaginaba que fuera para tanto.

Aún así, ella parecía notar mis celos y yo tampoco negaba que los sentía, y cuando eso ocurría, le daba vía libre a Emmanuel para marcharse e intentaba que los olvidara a través del sexo.

Ese era el único lado bueno de estar celoso y herido.

¡Pero no hay que romantizar los celos!

- Has mejorado mucho, Alessandro. - Me informó Emmanuel. - Si sigues como hasta ahora, en dos o tres días podrás volver a hacer vida normal, con menos esfuerzo durante un tiempo, claro.

- ¿Entonces te irás?

- En unos días, quiero asegurarme de que todo esté bien.

- ¿Estás seguro de que no es por otra razón?

- ¿Qué otra razón habría? - Rió sin gracia.

- No sé... Una razón pelirroja. - Dejé caer el tema.

- Puede ser. - Admitió. - Pero resulta que le gustas de verdad, así que... No creo que quiera engañarte.

Me cabreaba más con cada segundo que pasaba.

- Es mi mujer, evidentemente no me va a engañar. Y menos con un tío como tú.

- ¿Un tío como yo? Alessandro, la última vez que tu mujer y yo follamos fue hace menos de un año, así que no me hagas reír.

Mierda, no sabía que se habían acostado. Aún así, no podía permitir que nadie me hablara así.

- Escúchame. Tú te habrás follado a mí mujer hace un año, pero yo lo hago todos los días y paso los días enteros con ella. Por eso se ha casado conmigo.

Emmanuel se quedó en silencio y podría jurar haber visto un ápice de dolor en su mirada cabizbaja.

- Vete de aquí ahora mismo, haz las maletas y vuelve a Francia. No vas a conseguir lo que quieres y yo estoy hasta los cojones de tenerte aquí.

- Amélie me ha pedido que...

- Amélie nada. Lárgate de mi casa ahora mismo.

Él estaba enfadado, pero me hizo caso. Cogió sus cosas y se fue dando un portazo.

Segundos después de escuchar el portazo, entró mi mujer, confundida porque había visto salir a Emmanuel enfadado. Me miró y suspiró, pero se mantuvo en silencio unos segundos recargada en el marco de la puerta.

- ¿Qué le has hecho?

- No sabía que también te habías acostado con él.

Sonrió arrepentida.

- Lo siento. - Se disculpó sentándose a mi lado en el sofá y comenzando a dejar caricias en mi rostro. - Te juro que es mi amigo ahora. Sé que has estado celoso últimamente, pero no creo que él quiera...

- Lo ha admitido. Ha dicho que te gusto demasiado como para engañarme y por eso no lo has hecho. Supongo que se lo ha dicho tú, ¿no? ¿Ha intentado algo y no me has dicho nada?

Agarré su mano y la solté sobre mi pecho, para que dejara de acariciarme. Me incorporé y me senté en el sofá.

- Bueno, él... Intentó besarme, pero no lo dejé.

Reí amargamente.

- ¿Y dejaste que siguiera viniendo?

- Tú estabas mejorando muy rápido...

- ¿Y por qué no me contaste que había intentado besarte? - Alcé la voz cabreado. - Soy tu marido, ¿recuerdas?

- No quería que te pusieras así y lo echaras, pero ha acabado igual.

- ¡Si me hubieras contado desde el principio que te habías acostado con él, no lo hubiera hecho!

- ¡Claro que lo habrías hecho! ¡Y no habrías dejado que te ayudara con esa herida! ¡Te ayuda y así se lo pagas!

- ¡Él me provocó! ¡Tú no sabes lo que ha dicho!

- ¡Claro que lo sé, lo he escuchado! ¡Y me ha parecido mucho peor la forma en la que tú hablabas de mí como si fuese un objeto!

- ¡No he hecho eso, Amélie!

- No te has dado cuenta, pero lo has hecho. - Se levantó del sillón y cogió su bolso.

- ¿A dónde vas?

- A cualquier sitio lejos de ti.

- No puedes hacer eso. - Me miró esperando a que le diera una explicación. - La herida...

- ¿La herida? ¿¡La herida!? ¡No haber echado a Emmanuel por unos celos tontos si te preocupaba tu herida!

- ¡Me preocupaba más que se quisiera follar a mi mujer!

- ¡Pues ya lo ha hecho, Alessandro! ¡Acaba de decírtelo! ¡Me ha follado en tantos sitios que ya ni los recuerdo!

- ¿¡Y por qué no te vas a chupársela un rato, entonces!?

- ¡A eso voy!

- ¡Pues vete!

Se volvió hacia la puerta y me hizo caso, se fue. No obstante, a los segundos la puerta volvió a abrirse y entró mi mujer. No dijo nada, sólo caminó hasta mí, se deshizo del vestido que llevaba puesto, se colocó a horcajadas sobre mí y me besó.

Me separé muy a mi pesar y la miré a los ojos.

- Lo siento. - Dijimos a la vez.

- No quería decir todo eso... Estaba celoso y ni siquiera estaba pensando en otra cosa que no fuera partirle la cara a Emmanuel.

- Yo siento haberte ocultado todo eso, no quería que te enfadaras con él porque estabas mejorando muy rápido.

Sonreí.

- Te quiero.

- Y yo a ti. - Respondió.

Entonces ella volvió a besarme y a moverse sobre mí.

- Nena...

- ¿Sí, Daddy?

Sonreí y comencé a dejar besos por su cuello.

- Te mereces un castigo tan grande...

Me miró un poco asustada, pero en seguida relamió sus labios y me miró deseosa.

- ¿Y a qué estás esperando, entonces?

L'affareDonde viven las historias. Descúbrelo ahora