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ETHAM
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Han pasado más de dos semanas desde la última vez que vi a Agatha. Intenté esa noche contactar de todas las formas posibles con ella. Sin embargo, al darme cuenta de que me había bloqueado en todos lados, desistí.

Por eso, decidí esperar durante toda la noche a que volviese a su casa y cuando no lo hizo sentí cómo algo dentro de mí se rompía.

Se había marchado con su ex sin mirar atrás y no había pasado la noche en su casa. Dos más dos eran cuatro.

Así que sin meditarlo mucho más me marché de allí.

Hoy, aún así, vuelvo a estar delante del complejo de apartamentos en el que vive.
No he contactado con ella ni una sola vez.

«¿Para qué? Si me tiene bloqueado», pienso para mis adentros.

Me bajo del coche, con las manos en los bolsillos del pantalón y ando hacia el interior del edificio. Todavía recuerdo la primera vez que ella me trajo aquí. Fue todo a causa de que nos apunté juntos en un trabajo de Química Avanzada. No podía estar más orgulloso de mi yo del pasado.

Si no hubiésemos hecho ese trabajo, posiblemente nada de lo que sucedió hubiera ocurrido.

O puede que sí, pero no de la misma manera.

Llamo al ascensor y espero con impaciencia a que las puertas de este se abran. Entro y subo hasta la segunda planta. Cuando las puertas metálicas se vuelven a abrir, noto la cobardía apareciendo en mí. Sería tan simple como darle al botón de la planta baja y marcharme sin decir nada más.

«Tan fácil».

Suspiro. Salgo del ascensor y recorro el pasillo en busca de la puerta 2-F. Acabo en frente de ella y dudo de nuevo antes de atreverme a tocar el timbre.

Escucho pequeños pasos del otro lado, acercándose a la puerta. Incluso sin verlo, sé que se trata de Joan. Después de oír el crujir que hace la puerta al ser abierta, aparece en el marco de esta un niño de cabellos rizados y ojos achinados de color miel. Su característica nariz aplanada se arruga cuando sonríe.

—¡Etham! ¡Papá es Etham! —grita, con voz aguda.

—¡Joan! ¿Qué te he dicho de abrir la puerta sin preguntar?

Oigo nuevos pasos acercándose a la puerta. Frente a mí aparece un hombre de piel oscura y cara seria. Clava sus ojos marrones en mí Siento que me mira desconfiado. mientras que el silencio se instala entre nosotros.

—Ejem, ¿está Agatha?

—Lo siento, muchacho. Se fue hace una semana. Pensé que había avisado a todos sus amigos.

«Espera, ¿cómo?».

—¿S-Se ha ido? —pregunto, sin disimular la sorpresa.

—Sí, de intercambio para el último cuatrimestre. Aunque creo que se quedará por allí una temporada más larga.

«Mierda».

—¿Hace cuánto dice que se fue?

Sigo sin ser capaz de procesarlo del todo.

—Una semana. ¿Estás bien? ¿Quieres un vaso agua? Se te ve muy pálido.

«Mierda», repito.

Parpadeo un par de veces, negando con la cabeza. La verdad es que sí que me encuentro mal. Tengo ganas de vomitar y a la misma vez quiero golpear algo con toda la fuerza posible hasta sentir que se me enrojecen los nudillos.

—No hace falta, estoy bien. Gracias —murmuro y me marcho de allí sin dejarle decir nada más.

Esta vez ni siquiera me molesto en coger el ascensor. Bajo las escaleras a toda velocidad y salgo al exterior tras dar un portazo detrás de mí. Me subo al coche y golpeo el volante repetidas veces. Cómo si así pudiese hacer algo para cambiar lo que me acaban de decir.

No lo va a hacer.

Con el enfado y la decepción que me ha provocado la noticia, arranco y me marcho de allí sin destino fijo.

***

Cierro la puerta del piloto y enciendo el motor del coche. Conduzco bajo la luz lunar y de acompañante, tengo al viento rugiendo. Bajo las ventanillas, dejando que el frío aire se cuele por dentro del automóvil. La luna se refleja en el mar y se difumina con el constante oleaje.

Aparco el coche al llegar al descampado de siempre. Entonces, salgo, sentándome encima del capó. El silencio reina en el lugar y apenas puedo escuchar nada aparte de los latidos de mi corazón.

Latidos que parecen clavarse dentro de mi pecho al igual que dagas.

Saco el merchero y el paquete de cigarrillos, encendiéndome uno e inhalo aquel humo cancerígeno y lo vuelvo a exhalar con lentitud, disfrutando de la tranquilidad y la paz que experimento en ese momento.

Me dejo caer hacia atrás sobre el capó y vuelvo a fumar de nuevo, observando el cielo nocturno.

Bajo la vista fijándola en los distintos edificios —tanto los lujosos como los que no— de Summerville. Las luces anaranjadas y amarillentas que iluminan las concurridas calles, repletas de gente y automóviles. Del bullicio y del ruido; de la vida y la diversión.

Suspiro, resignado y dejo caer uno de los brazos encima de mi rostro mientras cierro los ojos.

Entonces, ella vuelve invadir mi mente.

Al igual que todas las veces anteriores.

Sus ojos castaños de mirada gélida, sus rizos azabaches, sus labios rosados y aquella sonrisa. Esa que siempre conseguía despertar aquel sentimiento tan desconocido, pero agradable en mí.

El nudo en mi garganta se afianza por las ganas de llorar que me entran en aquel instante.

Llevo días sin dejar de pensarla, sin dejar de arrepentirme de todo y a la vez no.

De idear alguna forma de poder recuperarla.

¿Por qué intentamos buscar nuestra otra mitad? ¿Para qué? Pasamos media vida buscando nuestra otra mitad, para —en mi caso— pasar la otra mitad restante, intentando olvidarla.

Ella me completaba, y llenaba... y la perdí.

Y ahora que la había perdido, tenía que aprender a vivir sin ella.

Los «para siempre» obtuvieron un nuevo significado. Porque no eran siempre juntos, eran siempre la recordaré. Y cumpliría con ello, pesase a quién le pesase.

Siempre voy a recordar aquella chica, corriente de mirada canela y sonrisa traviesa, de estatura baja, pero de gran actitud.

Siempre recordaría a Agatha Floros.

Aunque tuviera que vivir sin ella.

Aunque ella si consiguiera olvidarme.

N/A: A este paso va a hacer un año que no me paso por aquí y es que me vi tan inmersa en "Un inesperado amor" que me olvidé que el resto del mundo existía.

Pero, como suelen decir, mejor tarde que nunca.

No me matéis tan pronto, que todavía nos queda el epílogo :)

Opuestos PositivosWhere stories live. Discover now