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ETHAM

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La fiesta comenzó hace menos de veinte minutos. La mansión no ha tardado en llenarse. La entrada de la casa está repleta de coches de grandes marcas y otras que no son tan extravagantes y caras. Al fin y al cabo, es una fiesta mixta. Todo quien pague puede entrar y pasar un buen rato.

Estoy en la entrada junto a Philip y Derek, ambos serios como siempre en ocasiones como estas. En una fiesta mixta es más probable que las cosas se desmadren porque no podemos controlar con tanta exactitud quien entra o quien sale. Acabo saliendo de nuevo fuera de la de la mansión para darle la bienvenida a los invitados e ir contando el dinero que se va recolectando por las entradas.

—Ha venido mucha gente, jefe —comenta Philip, al localizarme entre la multitud que está saliendo y entrando.

Asiento. Me ofrece una sonrisa de boca cerrada mientras vuelve a cuadrar los hombros y se convierte de nuevo en aquella estatua que aterroriza sin hacer nada.

Me coloco al lado de Derek percatándome de que tiene la mirada centrada en alguien. Sigo su mirada. Hay un grupo de tres que andan hacia la mansión. Reconozco a la chica peliverde y a Jairo lo podría reconocer a kilómetros, pero no viene solo. Cada vez están más cerca. Sin embargo, sigo sin ser capaz de reconocer aquella chica que esta embutida en un vestido que realza y resalta cada una de sus curvas.

Cuando están entregándole el dinero a Philip, la chica del vestido levanta la mirada y se cruza con la mía. Es la chica de ciencias. La cascarrabias que no ha dejado de tratarme como mierda, en solo en unos días que he tenido el placer —o desgracia— de sentarme a su lado. Aprovecho ese instante para observarla más al detalle. El vestido se ajusta a su cuerpo y aunque no es una chica que definiría como delgada, el vestido le queda estupendo. Su pelo muy rizado, sigue igual de rebelde que siempre y sus ojos marrones se ven mucho más grandes e intimidatorios. Vuelvo a dirigir mi mirada a la suya y ahora es ella, quién me mira con descaro y sin disimulo.

Me devuelve la mirada llena de desdén y yo únicamente soy capaz de sonreírle de la forma que sé que les encanta a todas. Con ella sigue sin surtir efecto. Llevo varios días frustrándome por ello. Observo como la peliverde le susurra algo y ella no puede evitar reírse, aunque intenta disimularlo.

La peliverde es la primera en pasar al interior de la mansión. Le sigue Jairo y muy cerca de él, anda la chica misteriosa que tiene su mano entrelazada con la suya. En un momento dado, estamos lo bastante cerca, así que aprovecho el momento.

—Bienvenida —susurro muy cerca de su oreja, notando como ella se tensa en respuesta.

Mi sonrisa se amplía incluso más. «Ya me estaba preocupando que no tuviese ningún efecto sobre aquella criatura». Lo que no me espero es que tengas tantas agallas.

—¡Vete a la mierda, Sander! —grita antes de desaparecer por la entrada.

Volver a escuchar su voz me descuadra. Sé que la he visto antes, que he hablado con ella con anterioridad y no pienso dejarlo estar. Sigo dando la bienvenida a los invitados, hasta que Philip comienza a hartarse de hacer tanta guardia y estar perdiéndose la juerga. Le sugiero que, si quiere dejarlo que no hay inconveniente. Pero al final decide quedarse. Aunque yo me ofrezco para traerles a ambos —Philip y Derek— algo de beber.

Entro en la mansión mezclándome en toda la marea de personas que no deja de estar en movimiento. Algunos me saludan al verme, otros vitorean mi nombre y alguna chica me echa ese tipo de mirada que te pide hacer todo el Kama Sutra con ellas. Sin objeción ni freno.

Antes de poder llegar a la cocina, una chica rubia de ojos verdosos me intercepta y se acerca a mí. No deja de acortar la distancia entre los dos hasta que consigue que su pecho esté pegado al mío. Su aliento apestado de alcohol inunda toda mi nariz. Acorta los pocos centímetros que separan su rostro del mío, pegando su boca con la mía. La suya entreabierta y la mía sellada. Comienza a contonearse, rozando a conciencia las zonas que deben ser encendidas para hacer aquello que quiere.

—¿Cuándo tendré mi fiesta privada? —pregunta ronroneando.

Besa mi cuello, dejando un recorrido de besos. Sigue pegando su cuerpo al mío —si es posible más acercamiento—. Sin embargo, yo me quedo quieto como una estatua mientras dejo que haga lo que quiera. Intenta volver a posar sus labios con los míos y yo los aparto. No doy dos besos. Es por la única norma que me rijo y que tampoco hay segundas veces.

«¿Para que repetir, si puedo probarlo todo?»

Mi «disimulado» distanciamiento la confunde. Aunque aún más cuando aparto sus inquietas manos de mi cuerpo. Su mirada se entristece en respuesta.

—La tendrás. Pero no hoy —aclaró con la voz enronquecida por el bailecito de antes.

Acarició su hombro desnudo y noto como comienza a hiperventilar por aquel sutil contacto. Una sonrisa maliciosa aparece en mi rostro mientras me marcho hacia la cocina.

Voy directamente hacia la nevera y cojo una de los cien cartones que hay de botellines de cerveza. Observo la cocina. No está tan desastrosa como pensaba que estaría por una fiesta de este calibre. Ahora sí, parece que la cocina se ha convertido en la «sex zone». Hay parejas besándose, manoseándose y haciendo mil cosas. Sin ningún tipo de vergüenza, tampoco parece importarles que haya gente viéndolas. Sigo barriendo el lugar cuando algo —en realidad, alguien— llama mi atención.

Es ella otra vez. Está ahí. En una zona apartada donde hay menos iluminación, pero incluso así soy capaz de reconocerla. Esta en compañía de un maleante. Tiene todo el aspecto de alguien peligroso. Tiene el pelo rapado al cero. La piel que tiene expuesta —por una camiseta blanca arremangada— está llena de tatuajes que parecen no tener sentido ninguno los unos con los otros. Me quedo intrigado por saber qué hace una chica como ella, con un chico como él.

Aquel chico le rodea la cintura y se acerca más a ella. La chica misteriosa planta las manos en su pecho en un intento de apartarle de su lado. O eso parece ser. El chico vuelve a acercarla a él y ella comienza a removerse inquieta. El chico la acorrala contra la pared y entierra su rostro en su cuello. Los ojos de ella se pasean nerviosos por toda la estancia. Entonces, su mirada y la mía se encuentran, de nuevo.

Estoy dispuesto a intervenir si ella me lo pide. Dejo los botellines en la encimera. Me estoy encaminando a donde ella se encuentra. Nuestras miradas siguen ancladas la una en la otro. Algo brilla en la suya y ocurre.

Aparta su mirada de la mía. Escucho un sonoro gruñido y un quejido proveniente del chico que tenía su rostro enterrado en el cuello de ella. Esta ovillado en el suelo mientras ella lo mira desde arriba.

—Púdrete en el infierno, Liam —suelta.

Se encamina hacia la salida. Se recoloca el vestido ajustado que se ha subido un poco, dejando expuesta la piel oscura de sus muslos. Aunque también se lo podían haber subido. El simple pensamiento me enferma. La observo cuadrar los hombros y comenzar a andar erguida en dirección al salón.

—Ag... —la llama el tal Liam. Pero se silencia de inmediato en cuánto la mirada de ella se clava en él, con la furia reflejada en sus ojos canela.

Para salir tiene que pasar por mi lado. Así que no pierdo la oportunidad y la agarro con suavidad por el brazo para pararla, intentando no alterarla más. Su mirada me recorre desde el agarre hasta mi rostro.

—¿Estás bien? —pregunto.

Lo único que recibo de respuesta es que se suelte de mi agarre y me ofrezca una mirada incendiada de algo que no comprendo. Se marcha con paso apresurado y perdiéndose entre la multitud del salón.

«Ag, ¿Por qué tanto misterio?»

«Ag, ¿Por qué tanto misterio?»

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Opuestos PositivosWhere stories live. Discover now