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AGATHA

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Rápidamente me separo de Etham y me recoloco la camiseta mientras mi rostro comienza calentarse por la vergüenza. Noto movimiento a mis espaldas, y sé que Etham también se ha levantado y comienzo a escuchar el sonido de los papeles siendo apilados y una mochila cerrándose. Yo no he apartada la vista de mi hermano, que está bostezando, aunque la diversión le tiñe los ojos junto aquella sonrisilla traviesa pintada en su rostro.

Me acerco a él, y su sonrisa se ensancha algo más. Tiene su pelo totalmente revuelto y los ojos hinchados de haber dormido, un fino hilo de baba recorre su barbilla y cuándo estoy lo suficiente cerca de él, se la retiro y me acuclillo para quedar a su altura.

— ¿Por qué no vas a la cocina? — le pregunto con un tono suave y dulce.

— ¿Me darás galletas? — me pregunta en contestación mientras su ceño comienza a fruncirse, y unas pequeñas arrugas se forman en su frente. Una sonrisa amplia se forma en mi rostro por su divertida mueca, aunque no sea intencionada.

— Todas las que quieras — le contesto susurrando, como si se tratase de un secreto entre nosotros.

Joan me abraza rápidamente para luego separarse de mí a la misma velocidad y marcharse hacia la cocina. No sin antes ir cantando por doquier una de sus canciones favoritas con una desentonación admirable, acompañada por su aguda voz.

Cuando me aseguro de que Joan ya está en la cocina y entretenido con alguno de sus coches, me giro para enfrentarme a mi "pesadilla personal" y personificada. Sus cabellos rubios están apuntando a cualquier dirección por culpa de mis inquietas manos, sus ojos miel todavía mantienen las pupilas algo dilatadas y sus labios están más sonrosados e hinchado de lo que solían.

Relamo mis labios, recordando la sensación de su boca contra la mía y noto como el nerviosismo se adentra en mi torrente sanguíneo y toso. Toso por incomodidad y nervios y sé a la perfección que estoy más sonrojada que antes. Me retiro uno de mis rizos, con el dedo temblando levemente antes de hacerle frente.

— Debería irme — suelta en cuanto nuestras miradas se encuentran. El tono incómodo se cuela por su voz, junto a su tensa postura y ese pequeño tic que tiene de rascarse la nuca cuando se incomoda o está nervioso.

Yo asiento, rodeo el sofá para recoger mi desorden bajo la atenta mirada de Etham, que se me clava en la nuca, pero cuando me giro, él la retira rápidamente. Y no sé si darle importancia a ello, o dejarlo estar. No sé qué pensar de toda la situación y eso me estresa de sobremanera. Otra duda se forma en mi cabeza, que consigue que el nerviosismo aumente sus fuerzas:

Si Joan no hubiese aparecido, ¿qué hubiese ocurrido?

Elimino aquel pensamiento y me encamino hacia la puerta para abrírsela. Etham pasa por mi lado, nuestros cuerpos los separan milímetros y aun así su calor corporal traspasa su ropa y su loción me embriaga en oleadas y recuerdo que apenas hace unos segundos tenía sus labios anclados en los míos y dirijo mi mirada a aquella parte de su anatomía.

La aparto cuando su labio se curva en la típica sonrisa Sander; esa forma de sonreír que te da paso a hacer cosas que son iguales a prohibidas y malas, y aquello aumenta las ganas. Trago duramente, ahogando las ganas que me provoca, ganas que he intentado evitar y ocultar, olvidarme de ellas, pero que resurgen con cada acercamiento.

— Nos vemos mañana — se despide de mí, su aliento mentolado me azota el rostro y mi respiración se entrecorta cuando me doy cuenta que ha acortado los pocos centímetros que había entre nosotros.

Sus ojos miel brillan de forma lujuriosa y aquello me tienta más aún. Muerdo mi labio inferior sin darme cuenta, pero que a él no le ha pasado desapercibido. Su cara se acerca más a mí, nuestros labios se rozan sutilmente y nuestras narices se tocan.

La tonalidad miel de su mirada me resulta enigmática e hipnotizante, tiene esa clase de mirada que te invita a perderte en ella y yo he aceptado la invitación varias veces. Escucho un estruendo y una palabrota mal dicha, y despierto del ensoñamiento en el que había sucumbido.

— Hasta mañana — digo de forma cortante y con la voz ronca, por las sensaciones a flor de piel que ha despertado en mí aquel chico de melena y mirada dorada. Asiente y se marcha en dirección al ascensor.

No pierdo el tiempo, y cierro la puerta. Recuesto la cabeza en la madera blanca de esta y suelto todo el aire que no sabía que contenía. Ha estado cerca, muy cerca. No entiendo como he podido llegar a este punto en menos de un mes, como he dejado que las hormonas tomen el control de mi cerebro y no sea capaz de pensar con claridad y que olvide todos los problemas que tengo y los que se avecinan...

—¡Recórcholis! — grita una voz aguda en tono de enfado y aunque intento no reírme, una ligera carcajada se me escapa antes de llegar a cocina.

Mi hermano está intentando alcanzar la caja de galletas, pero ha conseguido tirar varias cosas a su paso, menos mal que ninguna es de cristal y el destrozo es más o menos controlable.

— ¿Necesitas ayuda? — le pregunto divertida. El pequeño de melena oscura y mirada miel me mira de forma enfurruñada. Al final acaba resignándose y me señala la caja de galletas que quiere zamparse.

En un rápido movimiento lo bajo del taburete, recojo su desorden y le hago entrega de la dichosa caja. El pequeño no tarde en abrirla y engullir galletas de dos en dos mientras continúa jugando con sus coches y se pierde en su imaginación felizmente.

Me siento en uno de los taburetes de la cocina y lo observo embelesada. Joan es un niño que derrocha energía y alegría siempre que puede, es la inocencia personificada y creo que no he conocido niño con mayor comprensión sobre su alrededor como él, a pesar de su condición. Ese que es otro de los temas sensibles, es tan peliagudo como frágil.

Odio enormemente que lo primero que vea la gente es un niño con problemas, con necesidades especiales... con un retraso. Si, puede que sea todo lo anterior, pero ante todo es un niño que como todos los de su edad no vive con aquellos prejuicios por mucho que la gente se empeñe en ponérselos de obstáculos.

Y encima de todo, la marcha de mi madre es otro de los diversos temas peliagudos y muy personales que tratar conmigo, apenas está realmente enterado del todo Jairo, porque a pesar de haber estado ahí para mí en todo momento y en cada ocasión, hablar sobre mi madre es abrirme completamente, es sacar todos mis miedos a relucir y todas y cada una de mis debilidades y solo llegué a tal nivel de confianza una vez y ahora aquella chica de mirada azulada y melena azabache se los llevó a la tumba.

Tumba que no he sido capaz de visitar en los cuatro años que han pasado.

— ¿Vamos a ir a la playa, tata? — me pregunta el pequeñín, con un cubo de plástico y un rastrillo ambos de un color amarillo chillón. Como me gusta aquel color.

Su pregunta me trae devuelta. Asiento y le regalo la mayor sonrisa que soy capaz de pintar en mi rostro. Alcanzo en la entrada la crema solar y se la esparzo por su rostro a pesar de que es tostado como el mío.

Joan no deja de quejarse hasta que termino con la tarea que me he impuesto. Al terminar, cojo las llaves de casa y una pequeña mochila y salimos por la puerta.

N/A: Hola! Hola! Actualización irregular como siempre jeje.

¿Tenéis vacaciones ya?

¿Tenéis vacaciones ya?

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Opuestos PositivosWhere stories live. Discover now