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AGATHA

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El encuentro con Liam me deja inquieta. Noto mi cuerpo en completa tensión. Estoy en alerta ante cualquier movimiento o persona que se me acerque. Sé que no ha venido solo. Sé que están todos en esta maldita fiesta y que, por ende, no tardarán en enterarse de que yo también me encuentro en ella. Me tiene bastante preocupada. Ando sobre mis pasos en busca de una salida, pero evitando la cocina. La marea de gente que baila y se mueve es asfixiante. Hace un buen rato que le perdí la pista a Jairo.

Él es quien me llevará a casa. Aunque la que estará más sobria de los dos seré yo. Pero ni siquiera tengo las llaves del vehículo para poder marcharme por mi cuenta. Vuelvo a dar un par de vueltas hasta que entreveo unas escaleras. La posibilidad de que Jairo este en el salón después de haberlo recorrido varias veces resulta ser baja o nula. Así que me decido por ir a investigar en el piso superior.

Camino de forma cautelosa por la escalera alfombrada. En medio de mi caminata, un chico se acerca peligrosamente a mí. Me mira de arriba a abajo con lascivia mientras sube con prisas aquellas escaleras con otra chica pisándole los talones.

«¡¿Qué les pasa a los tíos de esta fiesta?!»

Aprieto mi paso. Llego a la segunda planta. Me doy cuenta que hay incluso una tercera. El largo pasillo que se presenta delante de mí también está alfombrado. Los jadeos, los gritos y los gemidos no dejan de hacerse notar detrás de las paredes de las distintas habitaciones.

«Por eso la gente sube aquí con tanta prisa»

Arrugo la nariz al pensar en todo lo que debe suceder dentro de alguna de esas cuatro paredes.

«¿Estará Jairo en alguna de ellas?»

Trago con dureza. Cierro los ojos y tomo aire, armándome de valor para tocar en la primera puerta que tengo cerca.

—¡Jairo! ¡Jairo! — grito al trozo de madera en espera de una respuesta.

Obtengo un par de gemidos y una queja poco entendible. Así que decido marcharme de aquella puerta. Vuelvo a repetir la maniobra en todas la que le siguen.

Suelo recibir contestaciones similares. Incluso en una, el chico ha sido tan descarado de salir para abrirme la puerta. Estando completamente desnudo y sudado. Me he apartado de inmediato. Miro por encima del hombro. El chico sigue en el marco de la puerta. Desnudo como cómo se encuentra, observándome. Se relame los labios y me guiña un ojo.

Comienzo a andar con más prisas, mientras intento calmar las ganas de vomitar que se han instalado en mi cuerpo. Observo al final del pasillo una puerta entreabierta y me apresuro a ella.

Antes de atreverme a entrar me aseguro de que no hay nadie gracias a la pequeña rendija que hay. Una cama matrimonial —con las sabanas desechas, pero sin nadie encima de ellas— se encuentra en el centro de la habitación. Las luces del cuarto están apagadas y no escucho ningún sonido raro. Vuelvo a girarme, él sigue ahí. Mirándome con el desafío pintado en su rostro.

No me lo pienso dos veces. Entro en el cuarto y cierro la puerta detrás de mí en un fuerte portazo Me apoyo en ella y suelto todo el aire que no sabía que había estado conteniendo. Meso mi pelo en un intento de retomar la calma y recuperar la regularidad en mi acelerada respiración. Me siento impotente por sentir lo que estoy sintiendo.

«¿Por qué cojones no le he hecho nada?». Solo he huido de él como una niña asustadiza para encerrarme en el primer cuarto. No volverá a pasar. Si salgo y él sigue allí, le haré frente.

Opuestos PositivosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora