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AGATHA

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Hay dos chicos que ondean las banderas de un lado al otro. Un estruendo pitido logra silenciar los vítores de la gente. Veo como se retiran de la línea de salida. Me vuelvo a recolocar sobre la moto. Rodeo con fuerza el manillar el acelerador. Tanto, que se me tornan los nudillos blancos de la fuerza. Tengo la adrenalina luchando por querer salir. Desatarse. Echo un mirada a mis contrincantes.

En mi lado izquierdo se encuentran: Jaime, Tom y Edgard. Se tratan de los tres chicos con los que he compartido pista de carrera y también los distintos descampados para practicar y retarnos mutuamente. Nos deseamos suerte con un movimiento de cabeza. Aunque el chico del cabello rizado de color castaño me ofrece una sonrisa y me guiña un ojo. No me lo tomo como un cumplido, ni como una forma de coquetear. Aprieto aún más el acelerador y pego mi cuerpo un poco más a la moto —si eso es posible—.

Recorro también con la mirada a las dos chicas. Melania lleva el casco del mismo color que su novio Tom. En realidad, no está permitido participar en pareja. Lo que hace la pareja es que, si uno de ellos dos gana la carrera, se reparten el dinero y me parece de lo más tierno. Teniendo en cuenta lo competitiva que puede llegar a ser aquella rubia, me sorprende enormemente que lo haga. Supongo que el amor hace milagros algunas veces. La de melena rojiza, sin embargo. no la conozco. No sé por qué, pero eso logra despertar una curiosidad bastante grande por mi parte.

Vuelvo a centrar la mirada en la carreta. El alto y estruendoso pitido de salida resuena sobre toda la multitud. Escucho el chirrido de las ruedas. Soy capaz de oler el humo que comienza a salir del tubo de escape, pero aquello no me detiene. Salgo disparada hacia las vallas metálicas mientras giro con brusquedad hacia la derecha, consiguiendo rozar la rodilla con el asfalto. La adrenalina por fin se libera y comienza a correr por mis venas.

No freno. Cuando vuelvo a elevarme, acelero mientras me percato de la presencia de una segunda moto que comienza a acercarse a mí, muy peligrosamente. Intento apartarme y acelerar para no ponerme en demasiado peligro. Pero aquel motorista del casco rosa chillón no desiste.

Decido tomar otra estrategia y usar la misma que está usando conmigo. Me sé aquel circuito de memoria. En menos de treinta metros habrá una curva bastante cerrada que siempre provoca que desacelere, pero en ese momento cambio de parecer.

Veinte metros y comienzo a acercarme a su moto, como ella a la mía. Su mirada verdosa, a pesar del vidrio del casco, brilla con burla y se pega más a mí. Yo hago lo propio, aunque sea lo menos prudente en estas circunstancias. Me acerco más a ella, consiguiendo que nuestros brazos se rocen. No desvío mi mirada de la carretera, a la misma vez que no dejo de vigilar que mi rueda delantera no choque con la suya, porque nos mandaría a la mierda a ambas. Yo no vine a arriesgar mi vida.

Diez metros. Consigo que ella acabe más pegada a la pared. Un movimiento mal dado y acabaría estrellándose contra la pared. No puedo evitar la sonrisa triunfante que se forma en mi rostro. Lo bueno es que es disimulada por el pañuelo blanco que llevo. Ella vuele a intentar acercarse a mí y yo pego un fuerte frenazo, consiguiendo derrapar. Ella mira por encima de su hombro con superioridad, mientras aumenta su velocidad. Ella aprovecha la ventaja, dejándome a mí atrás.

Espero y espero. Hasta que han pasado cinco segundos. Tiempo suficiente para que ella esté a menos de tres metros de la curva. Entonces aprieto con más fuerza el acelerador. Con ello, logro que el motor de mi moto ruja y vuelva a aparecer el humo en el ambiente. Salgo escopeteada hacia adelante. Acelero más aún, notando como el viento feroz choca contra mi chaqueta de cuero.

La noche a tanta distancia del grupo de personas observando la carrera resulta silenciosa. Lo único que soy capaz de escuchar son los motores de las motos y el suave susurro de los espectadores.

Opuestos PositivosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora