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ETHAM

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Estoy sentado en un sofá verdoso, bastante mullido y cómodo. Los cojines son de distintos estampados, y a pesar de ello, parecen conjuntarse. Una televisión está colocada encima de una mesa de madera clara con varios libros apilados a los laterales. En la pared de color canela a mi derecha está repleta de marcos: fotografías del pequeño que acabo de conocer, de un hombre de aspecto robusto e imponente, y de aquella chica que en unas cuantas semanas ha desarmado por completo todos mis esquemas.

Dejo de observar la pared y poso mi mirada en ella.

Agatha está sentada en el suelo, cruzada de piernas mientras esta inclinada totalmente encima de la mesa mientras apunta algo en una libreta. Se ha recogido el pelo en un moño suelto donde un sinfín de mechones caen rebeldes a sus laterales. Su ceño esta fruncido y no ha dejado de morder su labio inferior. De vez en cuando me doy cuenta que me está observando, igual que yo a ella y eso me pone muy nervioso. El salón está inmerso en un silencio que únicamente es roto por los suaves acordes de una guitarra que se escucha desde unos altavoces.

—¿Te puedo hacer una pregunta?

Hablo después de varios minutos de silencio. Agatha levanta la vista y fija su mirada café en mí. Ella asiente y yo carraspeo antes de continuar:

—¿Por qué no lo dijiste?

Ella ladea su cabeza mientras su ceño se vuelve a fruncir, mirándome confundida. Yo trago ssliva mientras froto mi nuca por el nerviosismo que recorre mi cuerpo. No sé cómo formular la pregunta.

—Tu hermano...

Pero antes de que pueda continuar, su mirada pasa de estar confusa a un enfado innegable y me arrepiento de inmediato haberle preguntado.

—No cambia nada —contesta de forma cortante mientras suspira.

Asiento, y decido no hablar más en lo que queda de tarde.

He visto las aptitudes que tiene y no quiero llevarme una patada como la que se llevó su exnovio hace apenas unas semanas.

—Además, ¿qué más da? Es solo un niño —continúa ella, hablando mientras el enojo se cuela en su tono de voz.

—Un niño con Síndrome de Down —recalco yo.

Me sorprendí a ver a Joan.

Su cara aniñada tenía las características de alguien que tiene rl síndrome. Sus ojos son más pequeños de lo normales, al igual que sus manos. Su pelo, aunque es largo, igualmente podías fijarte en las pequeñas orejas y como el puente nasal es más plano que el corriente.

—¿Tienes algún problema con ello? Porque la puerta está ahí —me contesta furiosa mientras deja el bolígrafo de malas formas en la hoja cuadriculada mientras que sus ojos enfurecidos están fijos en mí.

Había dado en su fibra sensible.

Su hermano era su fibra sensible, igual que la mía y en ese sentido la comprendía totalmente.

—No quería ofenderte, Agatha. Era curiosidad — intento explicarme con la intención de calmarla y que no me eche de su casa.

Por una vez que estamos bien después de las semanas de "evitarme a toda costa", tenía que joderlo.

—Vamos a centrarnos en el trabajo — me pide adquiriendo aquel tono frío y serio de siempre. Asiento con la cabeza y me coloco en el suelo, muy cerca de ella, pero a la vez manteniendo las distancias.

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