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AGATHA

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La brisa marina azota con violencia las palmeras que están esparcidas por la costa. La arena blanca se cuela por mis pies y los entierro, ocultándolos bajo aquella manta de color canela.

Mi hermano viene y va de la orilla. Sus pantalones vaqueros están húmedos hasta la rodilla y tiene arena en una de sus regordetas mejillas. Se tira de forma brusca en la arena y vuelve a intentar a hacer un castillo para después destrozarlo.

Lleva más de media hora haciendo lo mismo, mientras que yo me pierdo observando el constante oleaje y el sin venir de las gaviotas.

A pesar de las fechas, hay bañistas, parejas que hacen arrumacos y gente andando por la orilla.

El sol brilla en el cielo, aunque cada vez está más bajo, tiñendo el cielo en tonos naranjas y rosados. También algún que otro pesquero y niños y adolescentes jugando al voleibol en las pistas improvisadas.

El móvil me vibra y lo desbloqueo inmediatamente.

CARLOS:

Al final, ¿qué vas a hacer, opuesta?

No había pensado en ello en todo el día.

¿Qué voy a hacer?

AGATHA:

No lo sé

Carlos no vuelve a escribir, así que doy por finalizada la conversación y bloqueo el teléfono.

Levanto la vista y no encuentro a Joan. El cubo y el rastrillo están en su lugar, pero mi hermano no está.

Rápidamente me levanto y comienzo a analizar cada lugar, cada perímetro y cada persona. Mis pies se mueven solos hacia cualquier dirección, el pulso se me acelera y las ganas de llorar comienzan a hacer mella.

Mi mente me juega malas pasadas y comienzo a imaginar escenarios dolorosos y desalentadores.

¡No puedo perderlo!

¡¿Dónde está?!

Voy a darme la vuelta, pero freno en seco.

Un hombre trajeado y con gafas de sol está hablando con mi hermano de forma amistosa mientras que Joan relame de forma incansable el helado.

No lo dudo y me acerco a él.

—Joan, nos tenemos que ir — suelto en cuanto estoy a su altura.

Todo mi cuerpo zumba, la preocupación se funde con el miedo y la desconfianza que me transmite este hombre.

— Gracias — se despide mi hermano sin parar de comerse el helado.

Ni si quiera me molesto en ir en busca de los cachivaches que ha dejado en la playa. Solo quiero volver a mi casa, donde aquellas cuatro paredes me resultan seguras.

Tengo la inquieta sensación de que me están observando, que tengo la mirada de alguien clavada en la nuca. Miro por encima de mi hombro y lo único que me encuentro es un coche negro, de cristales polarizados y alargado que conduce con una velocidad demasiada lenta.

Aumento el paso, y comienzo a serpentear y callejear. Puede ser que solo este paranoica con lo de la carta, las carreras y el mensaje de Carlos y realmente ese coche va lento porque sí y no tiene nada que ver conmigo.

Si fuese sola, me arriesgaría, pero estoy con mi hermano y su seguridad siempre se antepondrá a la mía.

Después de cruzar varios callejones y darme de bruces con varias calles sin salida, volvemos a salir a la avenida principal.

No hay ningún coche negro a nuestro alrededor, pero la sensación de ser observada sigue atormentándome.

Las manos me sudan y no deja de recorrerme escalofríos cada vez que miro por encima de mi hombro y no encuentro nada.

Debo parecer que estoy loca.

Voy a cruzar cuando el coche que está frenado en el semáforo es justamente igual al de antes. Mismo modelo, color y cristales.

Me da mala espina y me quedo paralizada, el semáforo vuelve a tornarse rojo y yo no separo mi mirada de aquel vehículo.

Este acelera y se aparca unos cuantos metros de distancia de mí. Sin pensármelo, entro en la primera cafetería y me siento en un sillón.

Tengo unas inmensas ganas de llorar y la angustia de no estar segura, causa que mi respiración se vuelva irregular. Mi hermano sigue a lo suyo y pierde su mirada infantil en la televisión del local.

Antes de darme cuenta, me encuentro con el móvil en mano y tecleando el teléfono de la única persona que confío ciegamente en este tipo de situaciones.

— ¿Puedes venir a recogerme? — pregunto en cuanto descuelgan.

La respuesta en la otra línea es una afirmativa y me pide la ubicación, se la mando al segundo.

Pasan escasos minutos antes de que mi teléfono timbre. Cojo a Joan en brazos y salgo del establecimiento.

Un Audi de color amarillo esta aparcado en doble fila. Su piel y su vestimenta oscura destacan sobre el claro tono de su vehículo. Siento a Joan en la parte de atrás para luego adentrarme en el asiento del copiloto. Él me sacude mi pelo rizado antes de encender el auto, consiguiendo que el motor ruja en contestación.

— Parece que has visto un fantasma, pequeñaja — comenta divertido.

Una suave risa se escapa de su boca, pero rápidamente se calla. No despega sus ojos del espejo retrovisor.

Me giro sobre mi asiento y ahí está, el puñetero coche negro. Vuelvo a sentarme de frente y me hundo en el asiento mientras que los pensamientos vuelan a mil por hora, consiguiendo asfixiarme.

—¿Vas aceptar la oferta? — pregunta Carlos, pero antes de poder contestarle, gira bruscamente en varias calles antes de perder de vista aquel coche.

—No me queda otra.

Después de cuatro años, después de haberlo evitado durante todo este tiempo.

Me convertí en otra persona, aprendí de mis errores y me juré a mí misma que no volvería a aquel mundo y ahora me encuentro en esta situación y la decisión se vuelve cada vez más clara.

Opuesta debe volver.

N/A: Hola! Hola! Sí, he actualizado... por fin.

Opuestos Positivos no es una de mis historias más complejas. Es más, la empecé a escribir para salir de un bloqueo, pero aún así parece que os gusta y yo la terminé, por eso estamos aquí jeje.

También me he propuesto intentar ser más regular con las actualizaciones.

Sé que este capítulo es muy cortito, pero el siguiente lo compensará porque ahora sí que comienza lo interesante.

¿Qué creéis que pasará? 👀

¿Qué creéis que pasará? 👀

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Opuestos PositivosWhere stories live. Discover now