16-9-2016

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16 de septiembre del 2016, viernes.

Todo Chico Nuevo debe pasar su primer día como tal.

Había muchos adolescentes caminando por la cuesta que llevaba a Crosswell, más de los que Ángel esperaba en un principio. Incómodo, hundió la espalda contra el respaldo de su asiento mientras desviaba los ojos al frente y su padre, que no había pasado por alto su nerviosismo, le sonreía un poco desde el volante por si de alguna forma aquel gesto amable le ayudaba a calmarse un poco.

—¿Pasa algo?— le preguntó, su mirada de vuelta a la carretera.

Su hijo encogió los hombros como respuestas, pues realmente no sabía qué decir. Quería volver a Boston, eso era lo único que sabía con certeza. Quería volver a su casa, a la primera, a la ciudad en la que se crió con los amigos que ya tenía y ahorrarse todas las fases que acarreaba empezar de cero. Eso era lo que pasaba.

—No— susurró.

Era incapaz de apartar su atención de los adolescentes que marchaban por la acera. Muchos de ellos iban en grupos o en parejas y era bastante sencillo notar lo bien que se llevaban. La probabilidad de que se conocieran desde la infancia era muy alta, por lo general, eso era lo que ocurría en los pueblos. Todos se conocían. Podían llevarse mejor o peor, hablarse o no, pero al final todos sabían quiénes eran los demás. A él no lo conocía nadie.

¿Qué pinto yo aquí?

Oscar accionó el freno de manos cuando detuvo el coche en el aparcamiento del instituto y, con los brazos cruzados encima del volante y el cuerpo un tanto inclinado hacia el frente, observó a Ángel por si él se decidía por hacer algo. El chico no se movió de su sitio. No apartaba los ojos de aquel gran edificio que, minuto arriba minuto abajo, lo engulliría junto al resto de estudiantes.

Se giró hacia su padre. El silencio era denso, aunque ninguno parecía tener pensado romperlo. El hombre señaló la puerta principal del centro con un gesto de cabeza y las comisuras de sus labios levemente levantados, simpático.

—¿No piensas ir?

Ángel siguió la dirección en la que había señalado para contemplar Crosswell otra vez. Sus hombros hundidos y rostro serio no reflejaban, precisamente, una gran ilusión. Todas las caras que veía pasar eran nuevas y extrañas. No conocía a nadie de la misma forma en la que nadie lo conocía a él. Quería volver a casa.

—Supongo— murmuró.

Hizo una pausa para alargar el momento, quedarse dentro del coche todo el tiempo que pudiera. Odiaba estar ahí. No quería estar ahí.

Se estiró hacia los asientos traseros y alargó la mano para agarrar el asa de su mochila, luego la acomodó entre sus piernas y jugueteó con el tacto de la correa. Sin ser consciente de ello, comenzó a morderse el labio inferior.

—¿Vas a venir luego a recogerme?

—Tengo que ir a trabajar. Va a subir Dante a por ti.

El joven asintió. Tras hinchar los pulmones de aire y soltarlo lentamente, buscó la manilla de la puerta para salir al aparcamiento mientras se colgaba la mochila a la espalda. Oscar bajó la ventanilla del copiloto cuando su hijo cerró detrás de él.

—Intenta pasarlo bien, ¿vale?— le pidió. Ángel asintió por segunda vez—.  Nos vemos luego en casa.

Le correspondió a la sonrisa con la que su padre se despidió de él, aunque en su caso tuvo que forzarla un poco, al igual que hizo un leve movimiento de la mano como "Adiós" definitivo cuando Oscar maniobró marcha atrás y después enderezó el morro del vehículo para salir del aparcamiento. Esperó a que el coche desapareciera del todo para dar media vuelta y así encontrarse con el instituto, no había dejado de morderse el labio inferior.

Un Ángel para RomaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora