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14 de diciembre de 2017, jueves.

Ángel levantó la vista del libro que estaba leyendo mientras apagaba la pequeña linterna con la que iluminaba las páginas, le parecía más manejable que la lámpara de su mesilla a la hora de trasnochar. Creía haber escuchado algún ruido por el pasillo y prefería no hacer nada que pudiera ganarse las sospechas de sus padres, sabía que no les haría mucha gracia encontrarlo despierto a las dos y media de la madrugada sólo para terminar de leer El guardián entre el centeno, de J. D. Salinger. Contuvo la respiración, al igual que resistió en silencio, hasta que se concienció de que sólo habían sido imaginaciones suyas.

Volvió a encender su pequeña luz y contempló con ella la portada del libro cuya última página acababa de disfrutar. Era raro. Si tuviera que explicar cómo se sentía en aquel momento, hubiera dicho sin duda alguna que estaba vacío. Se había arriesgado con esa trama porque sabía que era uno de los libros favoritos de Roma y le interesaba descubrir de dónde salía tanta admiración por una historia que, en principio, no le causó gran impacto. Pero con las últimas líneas recién terminadas, sólo podía usar esa palabra para explicar su estado actual: vacío.

Dejó la novela en la mesilla de noche, se tumbó boca arriba en el colchón con las manos entrelazadas sobre su estómago y contempló el techo.

Menuda paliza emocional.

Giró el rostro hacia un costado al ver que la pantalla de su teléfono se iluminaba, estaba tan pensativo que tardó un poco en reaccionar para cogerlo.

Roma🦋:
estás despierto? 02:34

Tú:
Noup, pero soy sonámbulo 02:34

Roma🦋:
sal de la cama a perseguir tu gracia :) 02:35

Tú:
Qué mala eres 😂 02:35

Roma🦋:
entonces estás despierto?? 02:35

Tú:
Síííí 02:35

Roma🦋:
perfecto 02:35

entonces te llamo 02:35

La conversación no tardó en ser sustituida por la solicitud de llamada a nombre de Roma.

Hola, maldito— saludó ella nada más descolgó Ángel.

—Hola... maldita— contestó al no encontrar mejor respuesta.

La chica rió. Sonaba despreocupada y más animada de lo que podría esperarse.

¿Sabes que está nevando?

—¿Qué?— Se quitó las sábanas de encima y se dirigió hacia la ventana—. No puede ser, si todavía estamos en otoño.

Russel Bay es un lugar extraño, Chico Nuevo— musitó en el preciso instante en el que el joven apartaba las cortinas para contemplar el pueblo, sus dedos temblaban por la emoción que podría tener un niño en la mañana de Navidad.

—Guao...— soltó al mirar hacia el otro lado.

Le sobraban los motivos para maravillarse.

La nieve, limpia, ligera y blanca, caía con una pureza encantadora sobre los tejados de su vecindario, agitada por una brisa aterciopelada que dibujaba rizos polvorientos en el aire. Las carreteras no eran más que sendas de mullidas capas níveas que mantenían la monotonía de los copos, los coches no habían tenido tiempo para destrozar la delicadeza de la imagen con sus llantas. Todo lo que alcanzaba su vista estaba cubierto por el aro dorado, cálido, de las farolas que se erguían imponentes al margen de las aceras en su fiel papel de centinelas nocturnos.

Un Ángel para RomaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora