24-1-2037

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24 de enero del 2037, sábado.

Fin.

Esa era la solitaria palabra que ocupaba la última línea del texto con el cursor parpadeante del ratón apareciendo y desapareciendo a su derecha. Aparecía. Desaparecía. Aparecía. Desaparecía... Una y otra vez bajo la vista despistada y cansada de Ángel, que dejó el portátil sobre la mesita de café antes de hundir el cuerpo contra el respaldo del sofá, agotado. Echó la cabeza hacia atrás por el borde con los ojos cerrados, aunque la inclinó un poco al sentir que Nerón, un dóberman negro que llegó a casa siete años atrás junto a un dálmata de nombre Caulfield, se recostaba sobre su regazo para que le hiciera caso.

Le acarició la cabeza, deslizó sus dedos por las orejas cortadas del perro (que ya tenía así desde la primera vez que lo vio, a diferencia de su cola, que seguía intacta) hasta alcanzar su lomo. Nerón había aparecido por el salón sobre las cinco de la madrugada y se había quedado haciéndole compañía desde entonces. No era un perro al que le gustara dormir demasiado, cosa que no podía decirse de Caulfield. Para el dálmata, doce horas tumbado le sabían a poco.

Tras un rato degustando el silencio, su respiración tranquila acompañada por la de Nerón, la ausencia del constante golpeteo de las teclas del portátil, incluso la claridad que empezaba a filtrarse hacia el interior del piso a través de la tela de las cortinas, buscó su teléfono móvil con la mirada. Una vez localizado sobre la mesita, se inclinó para dejarlo a su lado en el sofá, acercar el ordenador, cuyo ratón movió para que la pantalla se encendiera, guardar el archivo y mandárselo por correo a Mario. Él conocía a unas cuantas personas en el mundo editorial, por lo que podría descubrirle la novela a alguno de ellos y ver si había suerte.

Ángel esperó a que el mensaje terminara de enviarse para apagar el portátil y cerrarlo, luego entró a la conversación que tenía con su mejor amigo en el teléfono.

Tú:
Pues ya he terminado 07:06

No he corregido la última parte porque llevo casi toda la noche despierto y como tenga que ponerme a leerlo me quedo ciego 🥲 07:07

Podría repasarlo mañana pero quería quitármelo ya de encima 07:07

Se hundió de nuevo contra el respaldo, pero no pudo descansar durante demasiado tiempo ya que la pantalla de su móvil se iluminó apenas un par de minutos después, al igual que empezó a vibrar. El nombre de Mario salía en ella.

Bueno, si te quedas ciego de tanto leer por el ordenador te pones unas gafas y solucionado. Unas como las de tu padre, quizás hasta te quedan bien —dijo a modo de saludo.

—Bastante tengo con haber acabado haciéndome su misma coleta —rió, aunque en aquel momento llevaba el pelo suelto. Ya ni siquiera tenía flequillo, había dejado crecer tanto sus mechones ondulados que le tapaban los ojos, por lo que se echaba el cabello hacia atrás.

Nerón, al ver que Ángel se mostraba más activo que antes, empezó a darle golpecitos en el hombro derecho para que le prestara atención. El hombre estiró la zurda hacia él, pues era la que tenía libre, para volver a acariciarle la cabeza y que así se contentara, el perro se agachó para acomodarse sobre su regazo, tal y como estaba antes.

Así que la has terminado, ¿eh?

—Sí...

¿Cómo te sientes?

Ángel encogió los hombros mientras se mordía el labio inferior, concentrado en la claridad delicada con la que las sombras del salón comenzaban a desdibujarse. Aún era invierno, por lo que probablemente el día sería nublado por mucho que el amanecer despuntara. La luz sería suave, nada más que un ente cuya presencia era casi inexistente.

Un Ángel para RomaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora