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11 de diciembre de 2017, lunes.

Se detuvo en mitad de la cuesta que llevaba a Crosswell con las manos hundidas en los bolsillos de su impermeable granate, las ondulaciones castañas de su cabello escapaban de la capucha para balancearse al ritmo de la brisa que, gélida pero cariñosa, arrastraba el tacto de la llovizna hasta su rostro, impregnándolo en su humedad. Ángel se había parado sin ninguna razón concreta, quizá fue por el insignificante deseo de tomarse un segundo, alzar la vista al cielo con los ojos cerrados y respirar junto a una sonrisa cálida en los labios. Fue la más real que dibujó en mucho tiempo.

Se sentía bien. Creía sentirse bien.

La música que sonaba por sus cascos le resultaba hermosa, como si hubiera logrado dejar atrás el deje apesadumbrado que parecía arrastrar los días anteriores. Ahora, para él, todo marchaba de forma distinta. El domingo tomó la decisión de hablar con Roma sobre lo ocurrido en la noche que pasó en su casa, más que nada para descubrir si recordaba lo sucedido o había acabado con difusas lagunas mentales en esa franja que dividía el momento en el que escapó de Colin bajo la amenaza de acabar con una bala en el cráneo hasta el instante en el que despertó en su cama, a la par que el amanecer, para ponerse la ropa y marcharse.

Según ella, recordaba gran parte de lo sucedido. Su voz, la presencia de sus manos a lo largo de su cuerpo cuando intentaba mantenerla erguida, las diversas conversaciones que tuvieron, el calor de las sábanas, el de sus brazos al rodearla para tranquilizarla, para que pudiera dormir... Y recordaba su petición, esa en la que le decía que debería, por el bien de ambos, confesarlo todo antes de que acabara el año. Todavía le daba miedo hacer algo así, era obvio, pero no cambió de tema. Se centraron en él durante unos minutos, volvieron sus problemas reales y en ningún momento dijo que no lo haría.

Eso es más de lo que tenía. Antes se conformaba con decir que no. Ahora es distinto. Ahora podría salir de todo eso...

Vais a dejar atrás el caos.

Contuvo su sonrisa cuando ésta pretendió ensancharse. La situación en la que estaban era difícil, pero pronto iba a cambiar. Estaba convencido de que toda su tormenta quedaría atrás y que ellos, al fin, podrían ser libres de la destrucción que durante años mantuvo cautiva a Roma. ¿Acaso eso no era razón suficiente para estar feliz?

Sí, todo esto acabará pronto...

Llegó al instituto con los mechones perlados por las gotas de lluvia, que en lugar de mojarle el pelo lo decoraban con sus diminutas partículas, y se deslizó entre los alumnos mientras se bajaba la capucha, agitando el cabello con una mano para que recuperara parte de su volumen habitual. Aquella mañana, los tres jóvenes que mantenían la reciente tradición de subir en el Opel Calibra tuvieron que ir a pie por su cuenta, pues le había salido un pequeño inconveniente al coche que la señora Warren le prestaba a Mario. En una visita al mecánico estaría arreglado, pero ese lunes no lo tendrían a su disposición.

Como suponía, se encontró con su pareja de viaje frente a las taquillas.

—Hola— saludó con los cascos bajados al cuello—. Puf, Literatura, ¿eh?

—Literatura, ajá— bufó Mario con el libro de dicha asignatura en la mano—. Maldita Clayton. Me roba las energías.

—Seguimos con su sustituta— Desde el incidente que la huraña maestra tuvo con Roma, era otra profesora la que se ocupaba de su clase.

—Da igual, es ella la que le dice qué trabajos mandarnos y los deberes y todo eso. Sigue siendo ella la que me roba las energías.

—Ja, yo tengo Tecnología— se burló Jack una vez cerró su taquilla.

Un Ángel para RomaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora