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—¡Ni se te ocurra vomitar en mi coche, Cho!— exclamó Roma al ver que a la chica le daba una arcada.

A punto de dar las seis de la madrugada, la conductora, aún más temeraria ahora que cargaba con el cansancio y un pequeño nivel de embriaguez, estaba llevando a unos cuantos amigos a su casa. Sammy había sido la primera en llegar viva al destino, seguida por una Penny a la que aún le duraba la borrachera fuerte en el cuerpo y Mario, que ya había perdido gran parte del subidón. Sólo quedaban ella, Ángel (sentado en el asiento del copiloto), David, Jack y Cho.

Ésta última ya sentía como el alcohol le pedía a gritos salir sí o sí de ella.

—Tampoco creo que te lo vaya a dejar peor— rió Jack.

Roma frenó de golpe, por lo que todos ellos agradecieron llevar puesto el cinturón de seguridad, y se giró hacia el chico con la mirada llena a rebosar de rabia.

—Escúchame bien: puedes meterte con mi aspecto, con mi personalidad, con mis gustos, mis creencias y mi puta cultura de mierda si quieres, pero como vuelvas a meterte con mi coche te juro que te parto la maldita boca. ¿Entendido?

—El coche es de tu padre— masculló Cho mientras se recostaba contra la ventana y Jack asentía lentamente, hundido contra su respaldo.

—Con todo lo que lo uso, es más mío que suyo.

La joven regresó las manos sobre la tapicería del volante, aunque miró de nuevo hacia atrás al escuchar otro amago de arcada. Esta vez David sujetó a la pobre borracha por los hombros y se inclinó sobre ella para abrir la puerta de su lado.

—Volvemos andando— anunció.

—Desde aquí vais a tardar como veinte minutos— calculó Ángel, que se había girado para mirar al resto sobre el asiento.

—Me quiero morir— gimoteó Cho.

—Yo también quiero vomitar— Jack se aplastó en su sitio con los ojos cerrados.

—Es igual, el paseo les va a venir bien a los dos. Además, como alguno vomite los ataques con gas pimienta no serán nada comparados con el tufo que se quedaría aquí dentro.

Roma arrugó la nariz e hizo una mueca de asco con la boca de tan solo imaginarse la masacre que podría vivir su querido coche.

—Eso, y así podrá pegar a los tíos si alguno me quiere hacer pupa, porque a estas horas...— masculló Cho con una risa que combinaba lo malvado con lo infantil en un tono divertido que no concordaba mucho con su insinuación—. David, ¿a que vas a zurrar a los malos si alguno me quiere hacer pupa?

—Sí, ahora sal a la calle— respondió mientras la apremiaba con un gesto de la mano.

—Yo puedo servir como escudo humano— aceptó Jack antes de poner ambos pies en la carretera—. Ya no siento nada— Cerró de un portazo involuntario que lo sobresaltó.

La conductora dejó caer sus hombros sin parar de darle vueltas a la "broma" de Cho, que más bien era una triste realidad mostrada ante el público con un disfraz satírico.

—Los violadores existían mucho antes que las minifaldas, la borrachera y la costumbre de volver de fiesta a las seis de la madrugada— Apoyó la frente contra la zona central del volante, aunque se incorporó al segundo siguiente al oír la bocina—. Joder.

—¡Tú vuelve a tocar el claxon que ya verás qué risa me va a dar cuando me explote la cabeza!— exclamó Cho. David la sujetó al verla tambalearse sobre los tacones sin recordar que su amiga tenía un don para mantenerse en equilibrio sobre ellos.

Había llegado a participar en las clases de gimnasia con tacones de aguja y ni siquiera corrió el peligro de comerse el suelo. Tenía al profesor Hoult hipnotizado con su talento.

Un Ángel para RomaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora