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Tanto Ángel como Roma se habían tumbado sobre la cama después de dejar la guitarra acústica de Emma apoyada cuidadosamente contra la pared.

El momento en el que la canción de Who wants to live forever terminó fue bastante extraño, la chica se había apartado con la misma brusquedad con la que le soltó el brazo al encontrarse con él a su lado, se había secado las lágrimas y había murmurado un "Es por la puta música, no lo tomes en cuenta" que dejaba entrever pasados instantes en los que debieron juzgarla por llorar y por los que decidió buscar excusa a su llanto. Su amigo se limitó a sonreírle, un tanto triste, para responder un "Tranquila, la música suele hacer eso" bastante cómplice.

El silencio se había mantenido desde entonces con el acompañamiento incesante del radiocasete encendido. Era Darlin', de los The Beach Boys, la canción que sonaba ahora desde el CD regrabable.

Demasiado animada para esta situación.

Ángel se tumbó de lado para poder mirar a la joven, que le daba la espalda con las piernas levemente encogidas y los brazos alrededor de su propio cuerpo, incapaz de romper del todo la pobre sensación de seguridad que le concedía el hecho de abrazarse a sí misma. Apenas se había movido desde que la voz de Freddie Mercury desapareció ante los últimos jirones de la melodía y mucho menos hablado, su amigo llegó a pensar que ante el cansancio y el dolor vividos durante la tarde había caído dormida a manos de un sueño tranquilo donde podría huir de la realidad durante un rato.

Todo lo contrario.

Roma estaba muy despierta, los ojos enrojecidos y entreabiertos fijos en la puerta de su habitación por la que podía atisbar las sombras del pasillo. En su cabeza no paraba de darle vueltas al encontronazo que había tenido con su padre, una y otra vez, de forma constante. Primero recordaba sus palabras, los gritos, el tono amenazante; después llegaban sus gestos, la confianza de quien se había autoproclamado superior, los puños apretados; y su mirada, la mirada llena de decepción, de vergüenza, cada vez que clavaba sus ojos en ella para hacerla sentir como el mayor fallo habitante sobre la faz de la tierra.

Una mirada que le confirmaba su mayor temor: era un estorbo, un ser inútil incapaz de aportar algo a la existencia.

Su amigo dejó de mirarla cuando November rain chocó contra Darlin', sacó el teléfono del bolsillo para ver quién le llamaba en la pantalla. La chica giró imperceptiblemente la cabeza hacia él, curiosa.

—¿Qué pasa, Mario?— preguntó al aceptar.

¿Qué pasa, Mario?— repitió con cierto resentimiento—. ¿Qué pasa, Mario? ¡¿Qué pasa, Mario?! ¡¿Eso es lo mejor que tienes que decirme?! ¡¿Sabes cuánto tiempo llevo mandándote mensajes?!

—Sabes que os tengo silenciados a todos por tocacojones.

¡Y el grupo de Instinto Caníbal, ¿eh?! ¡¿También está silenciado?!

—Pues sí.

¡Muy bonito!— Hizo una pausa, lo más probable era que lo hiciera para recuperar el aire—. ¡Ángel Arael Jonathan Beckett, habíamos quedado para ensayar!

El chico se sentó de golpe en la cama con las rodillas algo dobladas y los brazos apoyados sobre ellas. Bien, aquello era nuevo para él.

—¿Cuándo?

¡Esta misma tarde! ¡Dijiste que la tenías libre!

El rostro de Ángel se ensombreció antes de mirar de refilón a su amiga, fija aún en el pasillo.

Un Ángel para RomaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora